Odio y miedo como políticas de Estado
Andrés Simón Moreno Arreche
Domingo, 1 de julio de 2012
El terror social, característica identificadora de los regímenes
totalitarios, se planifica desde el des-gobierno de Hugo Chávez casi
desde el momento en que asumió las riendas de la conducción política de
Venezuela en el ahora lejanísimo 1998.
Lamentablemente es así. Se trata da un Estado forajido que se ha
construido sobre dos pilares: el odio y el miedo.
El odio es la paranoia del rencor que genera la propaganda del Estado y
que se dispersa fácilmente entre la población cuando el Poder Ejecutivo
de ese Estado controla y subsume a los otros Poderes, y con la anuencia
de aquéllos vuelve dócil a la población. En ese escenario, el odio
avanza 'a-paso-de-vencedores' (como gusta decir de sus ejecutorias, el
dictador Chávez) porque esa es la forma y el método de los poderosos
para mantener vigente el proceso controlentrópico en las sociedades.
Las explicaciones socioeconómicas para significar el uso de la miseria,
de la pobreza y del analfabetismo, son fruto de una tesis ideológica que
todo lo explica señalando a otro por sus errores. En tal contra-lógica
el pedófilo deja de ser el agresor de menores para transmutarse en otra
víctima de una infancia desgraciada. Se exime al asesino de ancianas
arguyendo una presunta necesidad de dinero para alimentar a unos hijos
que en la realidad tiene pero que abandonó hace años. Los violadores de
barriada se consideran los hijos de la tasa de desempleo nacional.
Mentiras mil veces repetidas son utilizadas como coartada para condenar
al "sistema", según la vulgata marxista, capitalista y, como alienación
sistemática. Contrario a ese pensamiento único del odio mesiánico, que
bajo la apariencia de insurrección contra la miseria y la globalización
esconde un catecismo revolucionario, lo que en verdad se busca es
derrocar al sistema democrático que le dio vida inicial a ese
totalitarismo, movilizando ideológicamente a las masas en nombre de la
raza, la nacionalidad, la clase social e incluso a nombre de pasados y
casi olvidados héroes patrios, a quienes se les violenta su discursos y
sus apologías para adecuarlos a la 'nomenklatura' del neo-régimen.
Así es como se cultiva el odio social original, generando y exacerbando
el apartheid socio-político como fórmula del racismo estatal,
insólitamente similar en toda su estructura al odio racial que mantuvo
su vigencia hasta muy entrada la modernidad, representado en el
terrorífico apartheid surafricano, iniciado en la Guerra de los Boers y
finalizado con la elección del Nelson Mandela a la Primera Magistratura
de Suráfrica.
Chávez y sus adláteres han promocionado en Venezuela el chauvinismo
social, la más reciente y permanentemente actualizada construcción de
los odios sociales, que se sustenta en el odio como estrategia política
de dominación y control, una estrategia que no se contiene
exclusivamente dentro de los límites de la legalidad de una sociedad
estructurada sino que va más allá pues la integración mediática de la
aldea global (internet) y el impulso sostenido a las singularidades han
generado una amenaza muy particular, la identidad colectiva, que dispara
los procesos entrópicos que amenazan el paradigma cultural del
'estado-nación' y provocan que éste pierda eficacia orientadora en el
conjunto social. En esos momentos, subsumidos a una deliberada política
de Estado, cuando el mecanismo de control psico-social se vuelve
incongruente, entre lo que se cree y lo que se siente.
El miedo controlentrópico, ese "producto pasional inducido", es
utilizado por las estructuras institucionales de los gobiernos para
reprimir y reconducir a los conglomerados sociales y para disipar las
entropías que puedan conducir en un momento dado al desarrollo de los
vórtices caóticos en la sociedad. Aunque parezca un contrasentido, el
miedo es paradójicamente uno de los sentimientos esenciales para
promover el caos, y existen al menos tres escenarios en los que el odio
se transforma en disparador caótico:
1.- Cuando los individuos jerarquizan la identidad colectiva por encima
de la identidad particular.
2.- Cuando los individuos, rechazados o no por su entorno, asumen el rol
de vengadores anónimos.
3.- Cuando las estructuras sociales colapsan y surgen la anarquía, la
desobediencia civil y el colapso institucional, cuyas manifestaciones
más conocidas son el golpe de estado y la rebelión popular.
Cuando la controlentropía se ejecuta en ambientes sociales 'cerrados',
dirigidos por un líder que controla a su vez el conjunto de subsistemas
sociales y éstos responden a una visión única, mesiánica y
revolucionaria, se cierra el crecimiento social (o lo condiciona),
induce y dirige unilateralmente la economía, genera grandes
insatisfacciones en la población y desestabiliza el inconsciente
colectivo, provocando un cambio artificioso del carácter social que
introduce profundas desviaciones en el contrato social previamente
convenido y consensuado que llamamos proyecto país.
Para reafirmarse y prologar lo más posible una situación de control y de
entropía, el líder mesiánico (a través de las instituciones
gubernamentales, o de los entes formadores y forjadores del carácter
social) utiliza al miedo como generador del escenario sobre el cual va a
ejecutar, sin oposición ni controles, la segunda fase del proceso: el
sometimiento de las multitudes, previamente divididas en clases, castas
o categorías a partir del miedo precedente.
Sea cual fuere su origen o su sistema político de gobierno, el líder
mesiánico utiliza la amenaza y el miedo como instrumento de dominación
política y arma de control social. El miedo, instrumentado y
generalizado de esa forma, impulsa a los ciudadanos a obrar de modos y
maneras previstas por el régimen del líder, y asumen los ciudadanos esas
conductas para librarse de la amenaza y de la ansiedad que produce el
miedo, pues quien suscita miedo se apropia de la voluntad del otro para
imponer su voluntad en la otra persona y que aquélla ponga en práctica
una de las conductas ancestrales para disolver la angustia que produce
el miedo: esta conducta no es otra que la sumisión.
Cuando el miedo impone la sumisión le resta autonomía decisoria al
ciudadano, e incluso puede convertirle esa sumisión en un eximente de
responsabilidad, pues cuando el poder está estrechamente relacionado con
la capacidad de atemorizar, el miedo es utilizado en las sociedades
sometidas como sustituto de sus responsabilidades.
El poder no es otra cosa que la capacidad del poderoso para conseguir
que alguien se someta a su voluntad. Tal facultad se sustenta en tres
capacidades dominantes: la posibilidad de conceder premios, la potestad
para infligir castigos y la influencia para cambiar las creencias y
sentimientos de la víctima por las suyas. Pero el miedo que sentimos los
venezolanos no se circunscribe a un 'miedo – presente' como el que
sienten los niños ante la rubiera cometida; No, lo nuestro es un miedo
más ancestral, un miedo que se remonta a la época en que en este país
vivía una población de blancos criollos militaristas que, en los 86 años
transcurridos desde la Guerra de Independencia a la primera Gran
Dictadura del Siglo XX -la del Generalísimo Benemérito- , incrementó su
presencia y su poder político de forma desmedida, y que hoy, luego de 45
años de ejercicio democrático, regresa como el fantasma olvidado en
nuestra niñez republicana, cargado con las mismas turbaciones y fobias,
las mismas angustias y los mismos vandalismos, avasallando como otrora,
con promesas de pasado.
Se trata de un miedo institucionalizado desde el Estado, que provoca y
patrocina el desgobierno de Hugo Chávez y que funciona desde los medios
de comunicación públicos que ha secuestrado y también desde otros,
privados y comunitarios, que ha incautado, pero que instrumentaliza con
un lenguaje agresivo y una puesta en escena provocadora de cierta
violencia simulada, dentro de una representación del poder (el término
es del antropólogo George Baladier) "que no demanda disparar los
fusiles, pues mostrarlos resulta suficiente para sembrar el miedo en el
colectivo que le adversa".
Pero como todos los fenómenos sociales, incluso aquellos que nacen desde
la controlentropía de un Estado con gobierno totalitario, cada miedo,
cada odio tiene su 'contra' y su agente liberador. En los miedos
sociales, el agente liberador no es otro que el enfrentamiento. En los
odios sociales el agente liberador es el diálogo. Ambos nacen del
desplante desinhibido de los ciudadanos, que paraliza y descoloca al
autócrata, porque cuando los odios se dialogan y los miedos se enfrentan
se les despoja de la doble savia que nutre al dominador: la división y
la sumisión.
andresmorenoarreche@gmail.com
http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3446308.asp
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