Milagros Socorro
Lunes, 9 de abril de 2012
La trayectoria de la hybris tenía varias etapas. El héroe se gana la
gloria y la aclamación al obtener un éxito inusitado contra todo
pronóstico. La experiencia se le sube a la cabeza: empieza a tratar a
los demás, simples mortales corrientes, con desprecio y desdén, y llega
a tener tanta fe en sus propias facultades que empieza a creerse capaz
de cualquier cosa.
El interés que la enfermedad del presidente Chávez concita en los
diversos sectores del país, así como en los cálculos de las distintas
organizaciones (entre las que el PSUV dista mucho de ser la excepción)
no se corresponde con el espacio que los medios de comunicación
tradicionales destinan a este asunto, que conserva el primer lugar de
visitación, en conciliábulos y redes sociales, con independencia de las
otras noticias que asoman en el horizonte.
La combinación poder y enfermedad ejerce un auténtico hechizo en las
masas; sobre todo, porque tradicionalmente los poderosos han ocultado
sus padecimientos para no mostrarse vulnerables en unas arenas donde la
imagen de fortaleza es crucial. De ahí viene la tendencia al secretismo,
que casi todos los gobernantes o aspirantes a serlo han practicado con
sus dolencias. Desde luego, en estos tiempos de acceso inédito a la
información y de legislaciones cada vez más explícitas en cuanto al
escrutinio que las sociedades deben ejercer sobre aquellos en quienes
delegan las funciones de gobierno es más difícil mentir acerca de la
salud de un jefe de Estado, pero en el pasado era lo más común.
Piénsese, por ejemplo, que el presidente norteamericano Grover Cleveland
fue operado en secreto a bordo de un yate, en el puerto de Nueva York,
en 1893.
Murió en 1908 de otra cosa. La verdad no se vino a saber hasta 1917; y
hubo que esperar hasta 1980 para conocerse la naturaleza del tumor. El
presidente francés François Mitterrand sufrió cáncer de próstata durante
casi todos los 14 años que estuvo en el poder, 11 de ellos en estricto
secreto. Y John F. Kennedy, con ser el presidente más joven jamás
elegido en Estados Unidos, llegó al cargo tras engañar deliberadamente a
su pueblo con respecto a su salud, que distaba mucho de constituir la
estampa apolínea que aparentaba. En realidad, Kennedy tenía la
enfermedad de Addison (insuficiencia adrenal crónica e
hipocortisonismo), que lo hacía dependiente de una terapia con hormonas.
Todos estos casos están expuestos con detalle en el libro En el poder y
en la enfermedad (Ediciones Siruela, Madrid, 2010), del escritor, médico
y político inglés David Owen, quien ya desde la introducción advierte de
la proclividad de los líderes a desarrollar patologías, porque, dice,
incluso aquellos que no están enfermos pueden desarrollar el "síndrome
de hybris", que no es exactamente un término médico, sino una noción de
la antigua Grecia. "Un acto de hybris explica Owen era aquel en el
cual un personaje poderoso, hinchado de desmesurado orgullo y confianza
en sí mismo, trataba a los demás con insolencia y desprecio. (...) en el
drama se siguió desarrollando el concepto para explorar las pautas de
conducta soberbia.
La trayectoria de la hybris tenía varias etapas. El héroe se gana la
gloria y la aclamación al obtener un éxito inusitado contra todo
pronóstico. La experiencia se le sube a la cabeza: empieza a tratar a
los demás, simples mortales corrientes, con desprecio y desdén, y llega
a tener tanta fe en sus propias facultades que empieza a creerse capaz
de cualquier cosa. Este exceso de confianza en sí mismo lo lleva a
interpretar equivocadamente la realidad que lo rodea y a cometer
errores. Al final se lleva su merecido y se encuentra con su némesis,
que lo destruye".
El síndrome de hybris no se puede ocultar como sí ocurre con los
análisis médicos. De hecho, según Owen, los síntomas son más que
visibles y aumentan en intensidad mientras más tiempo permanece un líder
en el poder. Ejemplo: inclinación narcisista a ver el mundo como
escenario para su lucimiento (en vez de un lugar con problemas que
requieren un abordaje pragmático y no autorreferencial); talante
mesiánico al hablar; confundir el Estado consigo mismo hasta el punto de
considerar que los intereses de ambos con una sola cosa; hablar de sí
mismo en tercera persona; excesiva confianza en su propio juicio y
desprecio del consejo y la crítica; la creencia de ser responsable no
ante los tribunales terrenales o de la opinión pública sino ante la
historia o Dios, con la convicción de que el fallo será a su favor.
El resultado de este cuadro, siempre según Owen, es una incompetencia
que termina por acelerar su salida de la escena política. Por eso, a
veces los llaman Chacumbele, como el personaje que, según el son cubano,
"él mismito se mató".
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