Chávez, Venezuela, Nicolás Maduro
Tema del mártir y el héroe
La práctica de una idolatría que no llega a mucho, ni en política ni en
economía
Alejandro Armengol, Miami | 07/03/2013 10:19 am
Héroe nacional y latinoamericano, caudillo místico, mártir casi santo.
Todo ello trató de abarcar Hugo Chávez. Todo lo logró en cierto momento.
Todo lo dejó a medias. ¿Cuál de sus facetas prevalecerá cuando pase el
tiempo? ¿Esa enorme popularidad persistirá a lo largo de los años?
La primera respuesta son esas imágenes de los miles de venezolanos que
el miércoles acompañaron a su ataúd, en un recorrido de más de cinco
kilómetros —desde el Hospital Militar hasta la Academia Militar— que se
volvió interminable al convertirse en un trayecto que avanzaba
lentamente por las calles y avenidas de la capital venezolana, en lo que
parecía un enorme río rojo —una imagen vulgar aunque adecuada para
describir una marea de ciudadanos, casi todos de origen humilde,
monocordes en sus palabras y desembarazados en sus emociones.
Expresiones de dolor y respeto que vale la pena considerar, tomar en
cuenta en su valor instantáneo, pero que no aseguran permanencia. Porque
un gobernante es más que eso, y su popularidad puede ser un dato
importante, sin que por ello garantice un legado.
Así que al final la pregunta debe ser una sola: ¿fue Chávez algo más que
una idea, un proyecto, para juzgarlo generosamente, o simplemente un mal
pasajero? En los dos casos la respuesta depende de factores diversos,
considerados como positivos o negativos de acuerdo a cada cual, pero en
ambos siempre hay una impronta personal, más que una huella definitiva.
Ante todo, despejar los aspectos fundamentales de la circunstancia
política actual. A partir del momento en que Chávez anunció, el 8 de
diciembre del pasado año, que le habían reaparecido células
cancerígenas, y que regresaba a Cuba para ser sometido a una cuarta
intervención quirúrgica, se puso en marcha una operación de propaganda
destinada a convertir el padecimiento del mandatario en factor
fundamental para garantizar el poschavismo. En primer lugar a través de
la idolatría, la superstición y el fanatismo. En segundo, e igualmente
importante, mediante declaraciones formuladas por el vicepresidente
Nicolás Maduro —sucesor designado por el propio Chávez—, que fueron
desde enfatizar que el gobernante había descuidado su salud por ayudar a
los pobres hasta hablar, pocas horas antes del anuncio de la muerte de
éste, de un supuesto complot que habría provocado la enfermedad del
presidente, y en el que estarían implicados dos consejeros militares de
la embajada estadounidense en Caracas, los que fueron expulsados del país.
Está por verse si la jugada de Maduro le servirá para ganar la
presidencia. Es probable. Convertir su elección en un compromiso del
pueblo venezolano con el mandatario muerto no es una mala táctica para
llegar al poder, si se tiene en cuenta el estado de fanatismo,
incertidumbre y temor que reina en el país. Pero en cualquier caso sería
un triunfo momentáneo y una carta irrepetible. Queda por ver hasta donde
persistirá esa imagen de Chávez, convertido en santo laico, que lo dio
todo por los pobres.
Hacer coincidir al mártir y al héroe es el empeño actual del
poschavismo, por una sencilla razón. Cuando pasen las muestras de dolor
y la pérdida se convierta en resignación para los más fieles seguidores
de Chávez, saldrá a relucir con fuerza que los objetivos del caudillo se
cumplieron a medias, que el militar ganó elecciones pero no logró
transformar al país y que el ideal bolivariano que impulsó cada día es
más débil. Es posible entonces que la enfermedad se convierta no en el
obstáculo que impidió a Chávez lograr sus objetivos, tanto en Venezuela
como en Latinoamérica, sino en el instrumento para su definición mejor:
de guerrero a mártir. Será entonces una figura más cercana a Eva Perón
que al admirado Simón Bolívar, aunque mantendrá su estatus de referente
obligado para los pobres, objeto de culto, veneración y recuerdo: ¡Si
Chávez viviera! Por lo demás, puede ser que en un futuro se convierta en
ese algo de que están hechos los sueños, para los pobres que seguirán
existiendo, pero de poca sustancia para la historia y la política.
Ello en buena medida es debido a que siempre a su plan y a su actuación
le faltaron consistencia y profundidad. Fue más espectáculo que acción.
Hugo Chávez tituló pomposamente "socialismo del siglo XXI" a esa
amalgama con la cual intentó acuñar su sistema de gobierno e ideología.
Ahora queda claro que más correctamente sería llamarla "del siglo V o
XV". Igual apelación a la fe, o mejor al fanatismo, para justificar un
mandato terrenal mediante una invocación divina. Durante sus tres
últimos meses de vida se asistió a diario al desfile fotográfico de
fieles seguidores del chavismo, llorando y aferrados a un muñequito con
la imagen del caudillo. El oscurantismo como consagración política a
través de la ignorancia. Al igual que vuelve a ocurrir ahora en las
calles de Caracas, muchas escenas no resultaban dramáticas sino patéticas.
Si algún legado deja Chávez a sus seguidores es la práctica de una
idolatría que no llega a mucho y es incapaz de acciones decisivas para
lograr una verdadera transformación en Venezuela y Latinoamérica.
Chávez, que siempre se creyó el continuador de Simón Bolívar y el
heredero de Fidel Castro —hasta en enfermarse—, terminó siendo la
versión masculina de Evita. Mucha fanfarria y poca esencia. Migajas a
los pobres y delirios de grandeza. Un carisma que obedeció a
circunstancias políticas e históricas, y gestos altisonantes.
Al igual que con Evita, un cáncer se interpuso en una carrera política
marcada por baños de multitudes.
Representó la versión actualizada del caudillo. Fue el mandamás, alguien
que recibía los reclamos, las súplicas, las peticiones simples y
absurdas; una persona caprichosa y volátil, despiadada e injusta: un ser
humano que actuaba con la omnipotencia de un dios, que aunque no deja
tras sí centenares de cadáveres ni miles de torturados, tampoco nunca se
detuvo a la hora de ser dictatorial, e incluso amenazar de muerte a un
periodista extranjero cuando le resultaba incómodo, para citar solo un
ejemplo. Aspiraba a convertirse en mito, a continuar cercano y presente
en Latinoamérica con un mandato hasta 2030, año en el que se cumplen 200
años de la muerte de Simón Bolívar. Terminó falleciendo el mismo día que
Josef Stalin 60 años antes.
Ahora el chavismo más elemental y populachero presiona para que se
entierre a Chávez junto a Bolívar. Es probable que así sea, pero no lo
merece. Durante todo el tiempo de su mandato, el fallecido mandatario
venezolano se esforzó por convertirse en paradigma y heredero del
"Libertador", pero lo único que demostró fue ser un estorbo, en la
mayoría de los casos.
Si, como nos advirtió Isaiah Berlin, la revolución rusa apartó
violentamente a la sociedad occidental de lo que, hasta entonces,
parecía a casi todos los observadores un camino bastante ordenado, y le
impuso un movimiento irregular, seguido de un impresionante desplome,
los populismos latinoamericanos no han servido más que para dilatar o
impedir el avance económico y social. Al amparo de la imperfección y el
fracaso neoliberal en la región, ha prosperado una práctica que se
limita a medidas que prometen distribuir hoy el pan, para terminar
mañana aumentando la miseria e impidiendo la puesta en marcha de un plan
efectivo de reformas.
Chávez resultó nefasto no sólo para Venezuela sino también para Cuba, y
su intromisión y petrodólares han servido para retrasar cualquier
intento de "reformas" en la Isla. Quizá tras un tiempo continúe siendo
mártir para algunos, pero héroe solo para pocos.
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/tema-del-martir-y-el-heroe-283385
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