Rafael Marrón González
Martes, 3 de abril de 2012
El perdón es asunto de Dios, que es el único ser que puede leer en el
corazón del hombre y saber si su renuncia a la maldad es sincera, por
eso el individuo como ser social creó los tribunales, para evitar el ojo
por ojo pero también, para cerciorarse de que el culpable de violar las
normas y leyes de la sociedad pague su culpa.
Cada día salta a la palestra pública algún nuevo vocero recién bañado de
luz democrática – regularmente derribado del caballo por la súbita
comprensión de la verdad - a exigir reconciliación y concordia porque la
nación anhela vivir en paz - ¿en la paz de los sepulcros? - sin embargo
aquellos que hemos luchado a brazo partido contra este proceso oprobioso
y liberticida, desde el propio 4 de Febrero de 1992, cuando con un
alzamiento militar su líder trató de apoderarse del poder - el cual
obtuvo posteriormente por equivocación popular - pedimos justicia para
tanta irresponsabilidad ruinosa, restitución del orden republicano
vulnerado e imperio del poder civil constitucional y luego que se
reconcilie quien quiera cordializar con sus victimarios.
El perdón es asunto de Dios, que es el único ser que puede leer en el
corazón del hombre y saber si su renuncia a la maldad es sincera, por
eso el individuo como ser social creó los tribunales, para evitar el ojo
por ojo pero también, para cerciorarse de que el culpable de violar las
normas y leyes de la sociedad pague su culpa. Y es que, además de la
deuda por el desastre, en el nombre de Chávez y con su anuencia – el
programa La Hojilla es un hecho que lo implica – se ha producido en este
país una inédita forma de linchamiento político, sin poner en riesgo el
físico: El sicariato moral.
Un nuevo sistema de escapar por la tangente, usado por el funcionariado
delictivo, cuya forma de vida está reñida con su tradición salarial, por
lo que es objeto de denuncias de enriquecimiento ilícito – comprobable,
si funcionara el concepto de "contraloría", con una simple investigación
de ingresos y egresos – que consiste en contratar los servicios de algún
desechable con parte de los atributos de un locutor, para que, mediante
la difamación sistemática, asesine la reputación del acusador - el
sicariato moral debe tener la misma pena que el físico, pues es el
homicidio de la reputación - para diluir la denuncia en el chisme del
cretinismo.
Con ello busca, además de la banalización de la acusación por la
descalificación del acusador, que este proceda por la vía de la
violencia, con lo cual se ahorraría el pago a la lacra moral inservible
y sacaría de circulación a quien se atrevió a retar su poder,
despreciando su capacidad de compra. Claro que este presupuesto no
cuenta con la imperturbabilidad que caracteriza el ser ético. La base
del sicariato moral es un refrán infame que repite acríticamente la
ignorancia: "Cuando el río suena piedras trae", obviando que hay quien
echa piedras al río para que suene.
Todo hombre público, de pensamiento crítico, que se enfrente a las
depravaciones del poder, se ve sometido a esta práctica infame de la
corrupción que pretende descalificar para nivelarse por contraste – "los
adecos `también´ robaban". El origen de la difamación y la injuria es la
convicción de la propia minusvalía intelectual, ética y moral. Ningún
hombre probo, digno, apela a la descalificación: Combate en el plano de
las ideas, acude a las instancias judiciales, presenta pruebas en
contra. Son los degradados quienes difaman e injurian. Son los inmorales
quienes descalifican como respuesta.
Son los ladrones del erario sorprendidos en flagrancia, que prostituyen
hasta a sus hijos y nietos, quienes contratan sicarios morales. Es el
terror a tener que presentarse ante la justicia con sus pústulas al
descubierto lo que los hace enloquecer y apelar a la infamia.
El año del sicariato
Debemos estar muy claros, además, que la descalificación persigue borrar
la cualidad humana del adversario - "gusano, cochino, escuálido" - para
que el lumpen fanatizado por el odio pueda asesinarlo sin cargos de
conciencia, que de hecho ya la tiene diluida en la masa amorfa, ebria de
ignorancia, cuya existencia depende integralmente de la rastrera lealtad
que demuestre al poder autocrático.
Por ello debe preocuparnos el sicariato moral, pues este será un año
traumático, nos enfrentamos a un hombre desorbitado por la inexorable
proximidad de la muerte - y la disolución de su pretendida revolución en
la ineptitud, el fracaso y la corrupción más vulgar - cuya
irracionalidad verbal puede llevar a sus seguidores, aterrorizados por
la pérdida de la impunidad, a estimular hasta el crimen más atroz – "(…)
el pueblo revolucionario saldrá a la calle y pondrá rodilla en el suelo,
fusil en hombro y bayoneta calada para defender la revolución", (¿de
dónde sacará esos fusiles, o FAN será el sinónimo de pueblo
revolucionario?).
Ya recibimos el primer aviso: El ataque a tiros a la marcha de Capriles
en Cotiza - ¿lo de Carla Angola sería el segundo? - fue antecedido por
una campaña de difamación e injuria – pivotada en la idéntica situación
civil de Chávez - por lo tanto es un alerta que debe encender las
alarmas: Ejemplos históricos abundan del desborde de las pasiones cuando
preservar el poder es asunto de vida o muerte o de disfrute orgiástico
del tesoro público. Así que no olvidemos que la difamación precede al
crimen. Y que un sicario moral es un sicario. Y punto.
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