Sunday, April 1, 2012

Chávez y el incendio del Reichstag

Venezuela

Chávez y el incendio del Reichstag
Fabio Rafael Fiallo
Zurich 01-04-2012 - 11:54 am.

Hitler, Castro, Chávez y las mismas artimañas para perpetuarse en el poder.

El incendio del Reichstag, edificio del Parlamento alemán en Berlín, en
febrero de 1933, marcó un hito en el proceso de apropiación del poder
absoluto que Adolf Hitler, nombrado cuatro semanas antes Canciller del
Reich (jefe de gobierno), se propuso y logró llevar a cabo.

Imputado a un activista del partido comunista alemán, no son pocos
quienes vieron en dicho incendio una aviesa maniobra de Hitler que le
sirvió de argumento para estigmatizar a sus adversarios, desatar una
campaña de represión y, en definitiva, arrogarse todo el poder.

Artimañas de ese tipo no han sido exclusividad de la Alemania nazi. Las
mismas son moneda corriente en regímenes autocráticos resueltos a
desmantelar lo que puede quedar de oposición.

También Castro orquestó a su manera su incendio del Reichstag. Ocurre la
noche del 27 de julio de 1959, cuando ante una multitud manipulada por
un discurso incendiario en el que acusa sin prueba alguna al presidente
provisional Manuel Urrutia Lleó de "altos visos de traición", Castro
lanza la multitud contra Urrutia y le obliga a dimitir. A partir de ese
momento, el poder queda monopolizado de manera definitiva por el Líder
Máximo, con las largas y trágicas consecuencias por todos conocidas.

La situación de Venezuela en la actualidad no es ni la de Alemania en
1933 ni la de Cuba en 1959. Las diferencias son múltiples. Pero las
similitudes no faltan.

En los tres casos, la libertad de expresión y asociación, así como el
pluripartidismo y el juego de la alternancia, constituyen estorbos a un
proyecto pretendidamente trascendental (Tercer Reich, sociedad sin
clases, Socialismo del Siglo XXI), estorbos de los que hay que
deshacerse tan pronto como la correlación de fuerzas lo permita. En los
tres casos, gobierna un líder populista intolerante que se mantiene al
acecho de quienes osan disentir, persiguiendo y encarcelando a
opositores, sancionando a jueces insumisos, imponiendo su voluntad a los
legisladores, coartando o suprimiendo la libertad de expresión y el
margen de maniobra de la prensa y otros medios de comunicación.

Y es en base a estas similitudes inquietantes que podemos establecer un
paralelo entre, de un lado, la manera en que Hitler y Castro,
recurriendo a viles estratagemas, enrumbaron sus respectivos regímenes
por cauces totalitarios, y del otro, el sospechoso anuncio que, sin
presentar ningún tipo de prueba, hace Hugo Chávez sobre la existencia de
un supuesto complot de la oposición para asesinar a su propio candidato,
Henrique Capriles.

Dicho de otro modo, el estrambótico gobernante bolivariano advierte que
la oposición trama hacerse harakiri.

Los dedos de la mano no son suficientes para contar el número de veces
que Hugo Chávez ha anunciado conspiraciones inverosímiles como ésta.
Chávez se ha dado a conocer en el mundo, provocando de paso cierta
burla, por ver por todas partes maquinaciones del "Imperio". Las vio en
el terremoto de Haití, en la revuelta de Tíbet, en las protestas de 2009
en Irán, en supuestos complots para asesinarlo, e incluso en la
enfermedad que lo afecta. También el líder irremplazable ha denunciado
previamente la existencia de siniestros deseos de la oposición de
"incendiar", no solamente un Reichstag caraqueño, sino nada menos que
toda Venezuela.

La nueva falacia chavista, de un complot tramado por la oposición contra
sí misma, pertenece pues al linaje de las acusaciones descabelladas a
que nos ha acostumbrado el excéntrico inquilino del Palacio de Miraflores.

El anuncio de Chávez, sin embargo, no deja de ser revelador de cierto
malestar en las filas del chavismo. Ocurre en un momento en que el mismo
se tambalea por cuatro razones, a saber: la progresión de la enfermedad
del caudillo; la ausencia de un sucesor capaz de mantener la cohesión
del grupo; la unificación de la oposición en torno a la candidatura de
Capriles; y, no menos importante, los resultados de las últimas
encuestas, las cuales muestran un marcado aumento de las intenciones de
voto a favor del candidato de la oposición.

Ante tan desalentadoras perspectivas, la tentación es grande para el
actual régimen venezolano de hacer cruz y raya sobre las elecciones,
postergándolas indefinidamente, y así asegurar por las malas su
supervivencia política.

Para ello, nada mejor que sembrar el caos y luego echarle la culpa a la
oposición —como lo hizo Hitler con el incendio del Reichstag o Castro al
acusar a Urrutia Lleó de traición—, utilizando la situación como
pretexto para proclamar el estado de excepción, aplazar indefinidamente
las elecciones e intensificar la represión y el control absoluto de los
medios de comunicación.

Es en ese contexto de diatribas incoherentes contra la oposición que el
anuncio de Chávez adquiere toda su significación.

Existe no obstante una diferencia capital entre las maniobras de Hitler
y Castro y una posible tentativa del chavismo de sembrar el caos para
quedarse con el poder. Tanto Hitler como Castro orquestaron sus inicuas
maquinaciones en los albores de sus respectivos regímenes, cuando los
mismos estaban en una fase ascendente de popularidad. Les era pues fácil
embaucar a la opinión pública. El chavismo, por el contrario, está en
pérdida de velocidad, la esperanza de vida de su líder se mide en meses,
no en años, y su popularidad ha sufrido y sigue sufriendo un desgaste
sostenido. En tales circunstancias, las perspectivas de éxito de una
sórdida estratagema son mucho menos halagüeñas que las de Hitler en 1933
y las de Castro en 1959.

Es imposible predecir en qué condiciones tendrá lugar el proceso
electoral venezolano, ni cuál será su desenlace. Pero lo que sí deja
claro el absurdo anuncio del harakiri o auto-complot de la oposición, es
que el chavismo está temblando. Y de frío no es.

http://www.diariodecuba.com/internacional/10408-chavez-y-el-incendio-del-reichstag

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