Maduro en un laberinto sin salida
ORLANDO VIERA-BLANCO | EL UNIVERSAL
martes 15 de octubre de 2013 12:00 AM
Nicolás Maduro ha presentado su solicitud de Ley Habilitante. Modalidad
imperfecta por desnivelar el principio de separación de los poderes y
absorber facultades propias del Poder Legislativo. En esta oportunidad
el leitmotiv gira en torno a la corrupción, lo cual supone además,
legislar en materia penal. Muy mal augurio en país donde la justicia es
una herramienta política.
¿Hacia dónde marcha esta bandera anticorrupción? ¿Se busca radicalizar o
relajar más? ¿Es el inicio de una nueva cacería de brujas distractora y
autoritaria o un reforzamiento regulatorio para aligerar un régimen
cambiario que asfixia al propio Estado? A la luz de un país
desabastecido, que ha registrado los niveles más altos y alarmantes de
malversación, peculado o cualquier tipicidad de corrupción, aderezado de
escasez, hiperinflación y miseria, iniciar una lucha contra la
corrupción -confesando cohecho- no deja de ser un "gimmick" o mal
necesario (en términos de gobernabilidad), para un gobierno que tambalea
en medio de una profunda crisis de valores y desviaciones patrimoniales.
Una contradicción, una hipérbole efectista, en medio de un proceso
incontenible de desencanto, inestabilidad, protestas y conjuras, donde
la coima es la pauta.
Maduro se la juega. No es difícil pronosticar que si no flexibiliza la
economía se hará ingobernable. Él se ha enfocado en denunciar los vicios
e irregularidades de Cadivi (Cadivismo lo llama elocuentemente, como si
fuese un apéndice de la MUD), cuando el epicentro de la corrupción en
Venezuela radica en el sistema de control cambiario, que ha
distorsionado nuestra economía a todo vapor. Maduro sabe que contener la
presión del descontento social pasa irremisiblemente por optimizar la
producción, la circulación de mercaderías, la inversión y la confianza.
Pero nada de ello será posible, si no se activa un proceso sustentable
de oxigenación del mercado de divisas. La bandera de la corrupción es un
arma peligrosa, que por un lado busca depurar y agilizar la
convertibilidad de divisas, pero por el otro produce un costo insaciable
de fuga de capitales... Entonces "la solución" que han atizado es
penalizar más para atemorizar y relajar después (¿?)... Si en el marco
de la Ley Habilitante de van a crear nuevos comités o tipicidades
delictivas de ajusticiamiento revolucionario, el remedio será peor que
la enfermedad. Asegurar la gobernabilidad en medio de la exasperación
justiciera, es catalizar el conflicto y se les revertirá. ¿El miedo
logrará descender los niveles de corrupción? Por el contrario, elevará
la desconfianza y la desinversión, si es que queda interés de invertir.
Maduro luce entrampado en su propia receta habilitante, siendo que lo
estadista, era pedirle tregua al país con gallarda humildad.
Acuñar la idea de que "no existe corrupto sin corruptor" no es más que
un silogismo falaz, que pretende colocar en los hombros de un sector de
la población, tildado de burgués-sic-la mayor responsabilidad en el
manejo pervertido de los fondos públicos... Lo que realmente convierte a
Cadivi en un factor de corrupción, es la altísima discrecionalidad que
descansa en manos de un funcionario que tiene el poder de favorecer un
cambio preferencial a una tasa 7 veces menor al innombrable. El gran
corruptor en términos de aptitud para corromper, es el Estado mismo,
porque es desde tales instrumentos regulatorios, leoninos y
controladores, donde se origina la perversión para el soborno, el
recargo discriminatorio de controles y el ventajismo administrativo.
La libre convertibilidad (o un sistema de bandas), es lo que aliviaría
la ansiedad sobre las divisas, por lo que no es un problema de burgueses
vs burócratas, de capitalistas contra socialistas, sino un modelo
confiscatorio contra el derecho ciudadano a acceder libremente a sus
dólares. Lo contrario estimula la viveza, el atajo y la especulación.
Desmontar el control de cambio pasa por descriminalizar la trasferencia
y tenencia de otro signo monetario. Pero si lo que se quiere es reforzar
la vigilancia para anclar la disposición legítima de capitales con un
sistema más policial, los peajes seguirán existiendo. Maduro está
inmovilizado en un juego gendarme e ideológico (dixit Giordani), que no
resistirá los embates de un pueblo azotado por la pérdida del poder
adquisitivo. Ideologizar y/o militarizar Cadivi y las aduanas, podría
ser la última carta de Maduro en su desesperado intento de sobrevivir la
era post Chávez.
El discurso de Maduro en la AN -innecesariamente irritante y torpemente
extemporáneo- apunta a una maniobra inadecuada de sabor persecutorio,
que hará inviable el relajamiento cambiario. Maduro no tiene otro camino
que convertirse en el ala liberal del paquete socialista que heredó. Es
la única apuesta que le queda para asegurar el poder: la estabilidad.
Pero no puede marcar distancia de sus radicales a contrapelo de los
afanes de apertura de La Habana. Maduro se pierde en su laberinto...
siendo que si se anilla igual naufraga, y si cede, sus camaradas no lo
perdonarán.
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