América invertebrada
Con esa suma confusa de organismos y siglas, la región parece cada vez
menos integrada
JULIO MARÍA SANGUINETTI 31 OCT 2013 - 00:00 CET
Parafraseando a Ortega, bien cabe este título para nuestra América
Latina, que cuanto más proclama su integración y más organismos crea,
menos parece —de verdad— revertebrarse. Varias divisiones transversales
van creando un entramado confuso de instituciones superpuestas, de
orígenes circunstanciales, que no superan los particularismos nacionales.
Empecemos por la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), una
construcción política en la que se deja fuera a México y América
Central. El ya más que centenario concepto de "América Latina" se
abandonó de un plumazo en nombre de una identidad sudamericana
inexistente. ¿Cuál es el valor cultural o político que separa a México
de Colombia o Argentina? ¿Es más cercana a esa identidad Surinam, que se
ha incorporado a la Unasur? Cuando hablamos de la cultura hispánica,
frente a la americana anglosajona en el norte, ¿leemos autores
rioplatenses o a Carlos Fuentes o a Octavio Paz? Se invoca su TLC con
Estados Unidos, como si no tuvieran esos tratados de liberalización
comercial países como Chile y Colombia.
La Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) fue pensada
para integrar a toda la comunidad latinoamericana. Aquí sí entran México
y todo el Caribe, desde Cuba a Barbados. Son 33 países sin identidad
cultural clara y que simplemente procuran constituir una especie de OEA
(Organización de Estados Americanos), pero sin Estados Unidos.
Viejas estructuras sobreviven al mismo tiempo. La Aladi (Alianza
Latinoamericana de Integración), se imaginó en su época —1960— como un
proyecto amplio de liberalización comercial. Fue construyendo un
interesante tejido jurídico hasta que la velocidad del más lento le fue
quitando revoluciones.
Por otro lado, desde 1975, el Sela (Sistema Económico Latinoamericano y
del Caribe) intenta coordinar las políticas económicas de 28 países, con
resultados académicamente interesantes, pero políticamente irrelevantes.
Por cierto, no pueden olvidarse los intentos regionales. El Mercosur
(Mercado Común del Sur) nació en 1991 con un enorme impulso político,
emanado de la restauración democrática de la región: Argentina, Brasil,
Paraguay y Uruguay comenzaron un vigoroso proceso de liberalización
comercial, sobre la idea de un regionalismo abierto, que generara una
economía de escala para competir internacionalmente. Los primeros ocho
años fueron estimulantes, hasta que la inesperada devaluación brasileña
de 1999, que desacomodó a los socios, puso en evidencia la asimetría del
intento, con un Brasil que es el 75% del PIB regional. Desde entonces,
el proceso ha seguido un camino pedregoso. Últimamente, se llegó a
suspender temporalmente a Paraguay, de modo arbitrario e irregular, y de
igual modo se incorporó a Venezuela, que es más un obstáculo que un
aporte por las características estatales de su comercio y su discurso
radical en política exterior. Entre otros conflictos, Brasil ha
formulado severos reclamos a Argentina, cuyas importaciones son
discrecionalmente manejadas por un solitario zar que dispone qué
mercadería entra.
Desde 1969 está también la Comunidad Andina de Naciones, que no integra
Chile —nada menos— y que no registra sintonía entre sus miembros. Lo más
rescatable de esa región es la Corporación Andina de Fomento, un banco
muy dinámico, que ha ampliado su radio de acción, tiene incluso socios
extracontinentales y financia con eficacia proyectos de desarrollo.
Recientemente, al amparo de nuevas realidades políticas, nos encontramos
con el Alba (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América),
que, impulsada por Chávez desde Venezuela, ha reunido a los Gobiernos
populistas de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, San Vicente, Antigua y
Barbuda, además del comunismo monárquico de Cuba, conducido desde 1959
por la familia Castro.
En otro orden y con otro signo, irrumpe con fuerte impacto la Alianza
del Pacífico: México, Colombia, Perú y Chile, y —en vías de
incorporarse— Costa Rica y Panamá. Son países que tienen tratados de
libre comercio con EE UU y ostentan economías dinámicas. Estos días,
durante las sesiones de la Asamblea de Naciones Unidas, sus presidentes
reunieron a 250 empresarios, entusiasmados con el impulso de un proyecto
que mira hacia el Pacífico, motor de la economía mundial. Esta Alianza
representa el 33% de la población latinoamericana, el 34% de su PIB,
pero el 53% de su exportación, lo que mide su nivel de apertura. Sus
acuerdos han sido muy pragmáticos y por lo mismo han merecido
cuestionamientos de los países del Alba, especialmente Ecuador, vecino
de todos ellos.
En la distancia, los miembros del Mercosur rumian su preocupación.
Brasil es el líder natural del grupo y, pese a su peso específico, no
muestra hoy la dinámica económica esperada. Además, da la impresión de
que no logra disciplinar a Argentina ni armonizar la retórica venezolana.
Populismo o democracia, economías abiertas o cerradas… Después de ocho
años de bonanza internacional, con precios elevados de exportación e
intereses bajos, persisten los viejos dilemas. A los que ahora le
agregamos una nueva y profunda grieta entre Atlántico y Pacífico. ¿El
tiempo la cerrará o la irá ahondando?
Julio María Sanguinetti, abogado y periodista, fue presidente de Uruguay
(1985-1990 y 1994-2000).
http://elpais.com/elpais/2013/10/02/opinion/1380739948_003442.html
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