Saturday, September 24, 2011

El apego político

El apego político
Leandro Area
Sábado, 24 de septiembre de 2011

A veces tan profundo, la más de ellas peregrino. ¡Son tantos y tan
confusos los motivos que llevan a los seres humanos a identificarse con
determinado liderazgo político! Cambiantes además las puertas, caminos y
retruécanos por los cuales se llega a tan elaborada y sutil forma de
apego. Vínculo, identidad anónima que puede llegar a ser tan sublime o
tan pragmática, tan distante o íntima pero que no requiere,
necesariamente, de contacto físico o de cordón umbilical preciso.
Pudiera ser inventada, real, fugaz, eterna; en fin.

Lógica extraña que puede llevar a un individuo al ejercicio cotidiano,
sano y desinteresado de la militancia que no comporta pago alguno, o a
la sin razón, vista desde este lado de las cosas, de la sumisión más
esclavista, obligada o consentida, o al comportamiento terrorista que
incluye en su menú la inmolación personal, el suicidio colectivo, el
crimen político, la definición del otro, así no más, como objetivo
militar de guerra. Opciones todas justificadas en el recurso fatal de
"por el bien de la causa". Occidente u Oriente. ¿Qué más da?

Para no ir tan lejos, aunque nos vayamos acercando a lo que nunca
pensamos llegar a ser, tomemos como ejemplo el caso propio, el
venezolano, en donde está a la vista la supresión del yo particular
(creencias, valores, actitudes y conductas) de miles de individuos,
robots eunucos que como focas de circo acolitan acciones y omisiones del
jefe, ni siquiera partido, máximo líder, caudillo, comandante, etcétera,
todos arrastrados por la megalomanía de un sujeto.

Volvamos. Variados además los posibles orígenes y fuentes históricas,
sociales, personales, geográficas, religiosas, de género o de raza.
Dispersas, para colmo también, las raíces que pudieran ser causas de
dicha identificación y que se localizan en el peso del pasado, en el
exigente y excesivo presente, o en los proyectos o la ausencia de planes
a futuro visible. Ni se diga del amor, del egoísmo, la lujuria, las
veleidades de la amistad o de la competencia. ¿Y por qué no agregar,
interminables, el miedo, la ambición, la envidia, los resentimientos,
óxidos todos que destartalan los impulsos más nobles?

Esa región de la política que es la de la identificación con líderes,
organizaciones, proyectos, ideas, símbolos y mitos, se adoba y cocina de
manera tan equívoca hasta para quien la ejerce, siente o padece, que a
veces no tiene ni la más peregrina idea de cómo terminó siendo lo que es
aunque él se invente una o varias explicaciones que satisfacen su yo tan
parecido o imitador al de los que lo rodean. Puede que entonces sea más
complicado descubrir porqué una persona pertenece a tal o cual
movimiento o bandería política a saber porqué se es hincha del
Barcelona o de los Yankees de Nueva York o de los Tiburones de La
Guaira, por solo nombrar a tres grandes.

No existe pues formula mágica para predecir, con precisión de relojero,
la conducta de los individuos en esta u otras materias, aunque en el
caso venezolano pareciera a veces que sí, y me detengo abruptamente como
quien frena a cien kilómetros por hora. Cada sociedad, grupo social,
familia o individuo elabora o manifiesta, es decir, manipula su
identidad política con diverso estilo, al menos en binaria dirección y
desigual e inconstante intensidad. Desde el militante más furibundo,
obcecado y abstruso, que los hay como arroz, hasta los enemigos
acérrimos de todo lo que huele a política, empezando por los políticos,
"que deberían posar frente al paredón o arrodillarse ante la guillotina
con familias incluidas". Los matices y tornasoles se incluirían dentro
de los extremos que van desde la eliminación física o moral del
adversario, considerado como enemigo y con el cual hay que acabar de la
forma que sea, hasta los desinteresados, apáticos y abstencionistas más
radicales, rayanos en el más puro interés del no compromiso, del
beneficio psicológico, la ganancia del "no sé", la ventaja del "con
cualquiera", la comodidad del decirle sí a todos, o en el desprecio por
lo que es común, y que afirman y actúan en función del convencimiento de
que la política es actividad dañina, intrusa, o en todo caso ajena,
llevada a cabo por mafiosos, o payasos o gángsteres o mentirosos u otras
alimañas que son, en fin, "los culpables de todo lo que pasa en el
país", pero con los que es mejor no estar en las malas. Ambos polos, que
se juntan en el espejo sin fondo de la desconfianza por el otro,
estarían fuera de los límites estrictos de lo que entendemos por
política, democrática afirmo, pero que en todo caso es elemental
incluirlas como formas abismales de la conducta humana que mire Usted y
cómo van creciendo por el mundo.

Lo que entendemos como ejercicio pleno de la política es, entre otros
asuntos y a los fines de lo que en estas líneas se discurre, la
realización libre, sin miedos y con todos los elementos indispensables,
materiales y espirituales por lo menos, para concretar el proceso
mediante el cual las sociedades establecen unas reglas de juego para
inducir el parto electoral. En dicho quirófano la metamorfosis social
se expresará en decisiones colectivas que deben tener como garante a
todo el Estado representado por el ente electoral respectivo que tendrá
la obligación de no sólo parecer imparcial sino sobre todo serlo. Deberá
además tener la autoridad suficiente y vital frente a todos los
participantes en la justa que se obligan a aceptar sin más, aunque con
cierto derecho a pataleo, las decisiones de dicho árbitro. Y que éste
velará y cómo, porque esa escogencia de destino político transitorio,
que es el que dura un período gubernamental, sea respetada con toda la
fuerza que el Derecho, la Constitución y las leyes nacionales e
internacionales establecen.

Por eso es que los sistemas democráticos se dan el oxígeno de la
alternancia en el ejercicio del gobierno. Por ello los totalitarismos, y
sus pichones emplumados, aspiran en cambio a la eternización en el
monopolio feudal del cargo que es como conciben el poder y que los lleva
expresamente a la corrupción en todos los sentidos.

Una idea que tenemos que destacar es que ese lazo, bisagra de tiza, con
el líder o el liderazgo político, que no son lo mismo, y que es el
apego, no es eterno. Nada lo es, también es cierto, pero en el caso de
estos vínculos furtivos o gustos políticos, mucho menos. Pasan, suben,
bajan, quitipón, se transforman, intercambian, vuelven a levantar alas,
se desploman, emergen de la más inverosímil de las gavetas, y cuando ya
nadie creía o conocía de su existencia, dábanse por muertos, retornan y
vuelan papagayos nuevecitos. Se ha visto a mucho muerto cargando basura.

El liderazgo político, en todo caso, es como un trapiche al que hay que
mantener engrasado y bonito para que no se lo lleve la brisa o el de al
lado que suele estar más cerca de llevárselo de lo que aparenta. Y ni
esas precauciones te dan seguridades. Sobre todo tratándose de la
ilusión política ciudadana, que es la esponja donde se recogen las
aspiraciones colectivas, y ya sabemos suelen ser cambiantes, elusivas y
hasta infieles y traicioneras.

No creo que esté de más recordar estas cosas en tiempos de tanta patraña
y creciente número de tristes que vagamos por todos los rincones del
planeta, Venezuela incluida, y cómo, arrastrando bolsillo, moral y
vergüenza, en el orden que se quiera.

Este país no vivía desde hace siglos momentos tan ingratos como los de
ahora. Por eso, hoy más que nunca, con todos los interrogantes que
podamos tener, se abre una oportunidad democrática y electoral en
octubre de 2012, en la que habrá que concretar con urgencia un sueño,
encender una vela, unir las voluntades, encontrar un amor, hacernos
dueños de nosotros mismos, regalarnos un merecido sentido común, sembrar
y abonar permanentemente un liderazgo colectivo civil y democratizador
que se despierte al despertarnos.

leandro.area@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3222996.asp

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