Álvaro Requena
Sábado, 3 de septiembre de 2011
Con las facilidades electrónicas existentes, deberíamos estar mejor
informados de lo que en realidad estamos. Pareciera que la avalancha de
información que apabulla nuestros oídos y marea nuestra visión es
demasiada, pero la realidad es que no. No es tanta, ni tan veraz. No es
información útil, es propaganda y alguna veces tan barata, absurda e
insistente que crea disgusto en las personas y repulsión hacia los
supuestos informantes. Es comunicación en un sólo sentido: escuchas,
miras y lo que opines no interesa, a la larga no habrá más opinión, más
información que esa y por tanto será incontestable; todos estaremos
inundados con información viciada, sesgada, orientada a los fines e
intereses que maneja el promotor.
Nos hemos acostumbrado a la propaganda. Ya no sabemos diferenciarla de
la realidad y en el plano político la confundimos con la información
adecuada y merecida por cada votante para decidir sobre sus
representantes futuros, tanto ejecutivos como legislativos.
La atosigante exposición gubernamental a través de los medios de
comunicación, encadenados o no, es obscena, y la retahíla de medias
verdades, de aspiraciones fantasiosas presentadas como verdades
incontrovertibles y la absoluta falta de preparación para seguir el
teatro, mitad improvisado, mitad previsto, indican que la realidad es
otra y que lo presentado llega al espectador más como un show mediático,
como entretenimiento, que como información útil para formar conceptos y
criterios acerca del resultado de la gestión administrativa gubernamental.
Otro tanto sucede con la información legislativa. La seriedad y gravedad
con la cual se afrontan en la Asamblea los problemas "trascendentales",
que no tienen nada que ver con los problemas más rastreros del día a día
del ciudadano, es espeluznante.
Aquí, se discute en la Asamblea de dónde sacan los reales los de la
oposición, pero no lo que pasó y sigue pasando con los alimentos de
Pdval o por qué se caen los aviones y helicópteros militares u otros
cientos de absurdos, como la delincuencia, la corrupción, la inflación,
la baja productividad, etcétera.
La esperanza es que en algún momento los espectadores dejen de creer y
aupar tanta babosería y el oficialismo empiece a respetar al ciudadano e
informar sin sesgo propagandístico. Es la actitud que esperamos que
adopte y estimule la oposición como estrategia.
Una vez propusimos que los diputados de la oposición informasen
directamente al pueblo sobre sus gestiones, logros y dificultades.
Queremos saber qué hacen, cómo lo hacen y qué resultado obtienen.
Como el ejemplo es el mejor modelo, hoy propongo que los políticos, en
un acto de respeto y consideración al elector, expongan con diáfana
claridad sus cada vez más transparentes propuestas y así recibirán el
entusiasmado voto del elector bien informado.
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