Jorge Sayegh/El Universal
Sábado, 10 de septiembre de 2011
Léase preguntas y verá que no hay nada que pueda indicar mala fe o
maquiavelismo en ellas
Vivimos una época de desconfianza paranoica. Ciertamente, los índices de
delincuencia e impunidad dan suficientes razones para estar más
paranoicos que Gadafi. Pero suponer, convencerse y declarar que el censo
2011 lo diseñó el Gobierno como una herramienta disfrazada para
averiguarnos la vida, no es más que un síntoma del error histórico en el
que hemos caído como Estado.
Error que tanto Gobierno como oposición alimentan con actitudes que
podríamos calificar de infantiles si no se tratara de carajallos que se
supone son estadistas profesionales y que por ello cobran sueldos
milenarios (en BsF). Léase las sopotocientas preguntas del censo,
querido lector, y verá que no hay nada que pueda indicar mala fe o
maquiavelismo en ellas. Los países necesitan saber cuáles son las
características precisas de su población para establecer estrategias
políticas.
Creo que el problema radica en que no sabemos diferenciar entre nación,
Estado, gobierno y partidismo. Todo se nos confunde como una clase de
gramática para un niño de ocho años. Mientras más específico sea, más
útil será el censo para el país y mejor le servirá al Estado. Primero
por una década y luego para el resto de la historia. Gobierne quien
gobierne los próximos años. Si es que alguna vez alguien puede gobernar
este campo minero, no sólo mandonearlo.
No niego que da susto abrir la puerta a un desconocido. Podría ser el
Lobo Feroz. Pero da lo mismo si es durante el censo, cobrando un cheque,
manejando una 4X4, montando fotos en el Facebook o comprando pan. El
Lobo Feroz nos puede atacar en cualquier lugar y momento, pero ese
problema tiene otras causas, no culpemos al censo. Abrámosle la puerta.
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