Thursday, September 15, 2011

Amarga el decirlo

Amarga el decirlo
Eduardo Mayobre
Jueves, 15 de septiembre de 2011

Para quitarnos la mácula de haber permitido que Chávez y su combo
llegaran al poder sólo nos queda la misión de sacarlo de él, para lo
cual la vía de las elecciones luce ahora despejada. Los trabajadores,
los vecinos y hasta los distraídos ya estamos hartos del personaje

Quería cambiar de tema. Mi artículo de hace dos semanas trataba sobre
el deterioro que vivimos y utilizaba como ejemplo la experiencia chilena
que desembocó en la tiranía militar de Pinochet. Pero después de
publicado, y leyendo sobre ese asunto, me encontré con una cita del
senador chileno de inicios del siglo XX, Enrique Mac Iver, que me
persigue como una condena, según se diría en lenguaje tanguero, y me es
difícil dejar de comentar.

Dice: "Cuando comenzamos la vida pública recibimos de nuestros
antecesores un país floreciente, feliz y honrado, la primera de las
repúblicas hispanoamericanas; entregamos a nuestros hijos, amarga el
decirlo, una patria en decadencia, pobre y desacreditada".
Lamentablemente estas palabras expresan la experiencia de mi generación
y las cercanas a ella. No es difícil identificar quienes la han sumido
en tan triste situación. Las barbaridades del militarismo que se presume
socialista, y que ha derrochado o malversado la riqueza nacional y ha
desnaturalizado una democracia que fue difícil construir, están a la
vista. Pero siempre queda la interrogante de cómo fue posible que
llegara al poder, por vías democráticas, una amalgama de ignorancia,
revanchismo y utopismo capaz de descarrilar a un país con tradición de
paz y democracia y riquezas apreciables.

Sería fácil señalar responsables: empezar por la gran campaña anti
partidos políticos que terminó siendo una cruzada contra la democracia y
sus instituciones; destacar el oportunismo de quienes se quisieron
aprovechar del auge del neoliberalismo después de la caída de la Unión
Soviética para ganar las indulgencias del imperio; y apelar al viejo
perejimenizmo que subsistía en el ejército e hizo que Chávez se
disfrazara de "Tarugo" y su antigua mujer, María Isabel, de Doña Flor,
en los primeros días del actual régimen. También se pudiera invocar a
los resentidos permanentes, como los notables que notoriamente pedían
una salida de facto; los jacobinos anticorrupción, que en la mayoría de
los casos terminaron corruptos; o una oligarquía obsoleta que creía que
había llegado la hora de la venganza. Pero todo eso, aunque verdadero,
no anula el hecho de que se dieron las condiciones para la degradación y
decadencia. Y que, en consecuencia, tenemos una patria desacredita, que
abandonan sus jóvenes mejor formados y en la cual da temor permanecer.

Ante este resultado es pertinente preguntarse en donde se falló. En mi
artículo de hace dos semanas destacaba que, al igual que otras naciones
de América Latina, el hecho de que el petróleo hubiera dejado de ser la
locomotora capaz de arrastrar a los otros vagones era una de las
causales. Pero el petróleo ha cobrado nuevos bríos, al menos en sus
precios, y hemos sido incapaces de aprovecharlos. Mientras tanto, como
decía Mac Iver, "entregamos a nuestros hijos, amarga el decirlo, una
patria en decadencia, pobre y desacreditada".

Pero a mi generación, y a las cercanas a ella, todavía les queda la
esperanza de que su herencia no sea el estropicio. Primero, en sentido
moral: que el país no sea un antro de malandros y matones políticos.
Segundo, en sentido institucional: que no seamos las víctimas del
pillaje de quienes tienen el monopolio de las armas y de las soldadescas
o milicias a quienes se le entregan las instituciones de la república
para que muestren su fidelidad y fidelismo al comandante. Tercero, en
sentido social: que la pobreza no sea una excusa para mantener a quienes
la padecen bajo el control de los jefes políticos que le lanzan
mendrugos. Cuarto, en sentido económico: que no sigan desperdiciándose
los recursos de la nación en obras inconclusas y dádivas sin sentido y
que sirvan por lo menos para evitar la inflación y el desabastecimiento.

Para quitarnos la mácula de haber permitido que Chávez y su combo
llegaran al poder sólo nos queda la misión de sacarlo de él, para lo
cual la vía de las elecciones luce ahora despejada. Los trabajadores,
los vecinos y hasta los distraídos ya estamos hartos del personaje.
Todos esperamos que mejore, no sólo su salud, sino su comportamiento.
Pero no tenemos muchas esperanzas de que lo hagan. Porque, amarga el
decirlo, enfermo o no, el Presidente sólo se parece a sí mismo. Y eso es
terrible.

emayobre@hotmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/1206469.asp

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