Raúl Castro es el Presidente de Venezuela
marzo 7, 2013
By Carlos Manuel Acuña
Mientras Caracas se convertía en el resumen de un confuso y
contradictorio escenario de versiones y contraversiones de las que los
argentinos somos grandes expertos, anteayer, durante el programa
matutino que en Radio Mitre dirige el periodista argentino Marcelo
Longobardi, éste contactó a una colega venezolana que ya en otras
oportunidades había suministrado excelente información acerca de la
crisis que desató el reconocimiento público de la muerte de Hugo Chávez
Frías. Durante uno de los pasajes del diálogo, Longobardi se refirió al
rol que desempeñaba Nicolás Maduro, al que definió como "el nuevo
presidente". Con voz firme, su interlocutora pidió una aclaración y
subrayó que "el presidente de Venezuela hoy es Raúl Castro…" La frase,
tajante y precisa, fue un anticipo de lo que comenzaba a perfilarse en
el proceso político que nuestros lectores conocen muy bien y expuso una
realidad a la que no era ajena el viaje que horas antes había realizado
Maduro a La Habana, teóricamente para analizar con la conducción
castrista "detalles relacionados con el entierro del comandante
presidente". La excusa, por lo trivial y vertida en medio de las
tensiones crecientes, no convenció a nadie y, a la inversa, puso de
manifiesto la influencia que Cuba había adquirido en este proceso
prometedor de una ampliación del conflicto que late en las entrañas del
pueblo venezolano y, por ende, de sus Fuerzas Armadas.
En una entrega anterior, explicamos en este medio que ya habían ocurrido
enfrentamientos periféricos entre fracciones antagónicas y que en las
proximidades del Hospital Militar donde yacía el cuerpo sin vida de
quien fue el peor presidente de la más cercana historia latinoamericana,
había sido herida una periodista. El hecho fue publicado pero lo
interesante es que estos sucesos premonitores son relativizados u
ocultados a la opinión pública, que debe soportar una orquestada
avalancha informativa que pretende mostrar a Chávez como un dirigente
exitoso y ponderable y no como un pésimo administrador, un autoritario
que se desempeñó como una simple ficha de un proyecto de izquierdización
para esta región del continente. Pero antes de profundizar nuestros
juicios sobre este personaje insólito y payasesco que será enterrado
mañana, debemos retomar la afirmación indicativa de que el castrismo
cubano trata de mantener el control sobre los venezolanos, verdadero
problema que tiene un final abierto y que, además de los primeros tiros
que se quieren disimular, ya produjo enfrentamientos en la cúpula del
poder político. Hace unas horas, en Miraflores -el equivalente a nuestra
quinta presidencial de Olivos- se produjeron agrias discusiones entre
los sectores en pugna y hasta ocurrieron trompeaduras como la que
protagonizaron el ministro de Relaciones Exteriores y el titular de la
cartera de Defensa. En el centro de la discusión se ubicaba el papel que
se aprestan a desempeñar los efectivos militares cubanos, cuyos detalles
-incluido el moderno armamento que poseen- conocen los lectores de esta
Hoja. El tema se agravó en momentos de escribir este comentario, pues
además de los 4.500 efectivos que están prestos a intervenir, los
informes de inteligencia que se habían elaborado a lo largo de los
últimos meses indican cifras superiores de personal cubano distribuido
en distintos lugares de la administración gubernamental y con cobertura
en lugares estratégicos.
Disfrazados de médicos, maestros, técnicos y especialistas en distintas
disciplinas, estos elementos, dirigidos por un estado mayor que conocía
perfectamente la situación antes de que se reconociera públicamente la
muerte de Chávez, había comenzado a movilizarse con la consiguiente
inquietud de los militares profesionales de las Fuerzas Armadas
Venezolanas. Es verdad que éstas no están unidas, que hay sectores que
respaldarían a Nicolás Maduro si se profundiza la crisis, en tanto otros
apoyan a Diosdado Cabello quien, entre otras cosas, es capitán retirado
del Ejército y considera que, de acuerdo con la Constitución, le
corresponde ejercer interinamente la Presidencia de la República, atento
a su carácter de titular de la Asamblea, es decir, del Poder
Legislativo. Otro grupo, mayoritario, se mantiene independiente y,
aunque no se muestra como antichavista, tampoco simpatiza con el
proyecto comunista de Chávez y por lo tanto expresamente se opone a
Maduro por su directa dependencia de Cuba y su pertenencia al comunismo
local. A grandes rasgos, éste es el panorama que posee otras detalles
aún no especificados con claridad, como es la cuestión del narcotráfico,
con el que estarían comprometidos algunos mandos, todo lo cual configura
un panorama por demás complejo en el que sí sobresale un factor en el
que casi todos estarían de acuerdo: la resistencia activa a aceptar la
presencia de los cubanos. A su vez, éstos cumplen órdenes de La Habana,
con lo cual el conflicto está peligrosamente internacionalizado. Por
añadidura, ha prometido su llegada a Caracas para participar de las
exequias Mahmoud Ahmadinejad, máxima autoridad política de la República
Islámica de Irán, país que juega un rol controvertido, habida cuenta del
pacto firmado con el gobierno cristinista y su rol de comprador de
tecnología nuclear argentina. Venezuela actuaría como intermediaria y
Cuba está interesada en asegurar este proyecto a cambio del apoyo -y no
sólo por razones ideológicas- para asegurarse el suministro del petróleo
que recibía prácticamente gratis en vida de Chávez y que ahora podría
suprimirse ante la caída de la producción venezolana. El riesgo de los
cubanos es muy grande, sobre todo porque Chávez deja un país devastado
económicamente, con la producción de alimentos prácticamente
desaparecida como consecuencia de los errores de su política en la
materia, con el agregado de una enorme deuda externa disimulada en parte
por el manipuleo de las cifras oficiales. Cualquier parecido con la
Argentina no es casualidad.
En medio de esta telaraña de intereses e ideologías que integran el
proyecto elaborado por el Foro de San Pablo, quienes lo dirigen deben
afrontar la desaparición del líder elegido para comandarlo y montar un
nuevo proceso revolucionario en la región. Así las cosas, la presidente
argentina, Cristina W., resolvió insertarse en este proceso con la
esperanza de ocupar el puesto vacante que deja el teniente coronel
Chávez. Nuestros lectores ya conocen estos componentes del escenario y
con nosotros pueden preguntarse cuáles serían los beneficios que
hipotéticamente podría lograr nuestro país. Sobre todo, el interrogante
adquiere una dimensión especial cuando se detiene en la cuestión iraní,
en la cuestión estratégica que posee y en el dramatismo en que podría
derivar a partir de los continuos errores que comete el kirchnerismo,
que ya no sólo busca su supervivencia sino también extenderse por el
continente con su "modelo", que ahora parece dibujarse con mayor precisión.
http://site.informadorpublico.com/?p=27339
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