Expropiado Sidetur
Angélica Alvaray
Domingo, 11 de noviembre de 2012
Este año el día del ingeniero pasó por debajo de la mesa. La junta
directiva del Colegio de Ingenieros celebró el día con la inauguración
de una galería con fotos de los ex-presidentes del CIV y un mensaje
insulso, que pudiera ser el mensaje de cualquier año, en cualquier
sitio. Me pregunto si queda algún lugar donde se reflexione sobre cuál
debe ser el desarrollo del país, dónde continuar las obras que se
comenzaron el siglo pasado, las grandes represas, las fábricas, las
empresas de minería o de siderurgia, esas obras que fueron realizadas
por la ingeniería venezolana y que ahora están en grave peligro de
extinción.
Sin ir muy lejos, el lunes 29 de octubre el Ministerio del Poder Popular
de Industrias "procedió a la ocupación de los bienes muebles, inmuebles
y bienhechurías que conforman las seis (6) plantas industriales y los
quince (15) centros de recolección de chatarra propiedad de Siderúrgica
del Turbio SIDETUR", según reza en el comunicado de la empresa. Es
decir, expropiaron SIDETUR, o mejor dicho, terminaron de expropiarla,
pues el Decreto Expropiatorio tiene fecha del 2 de noviembre del 2010.
¿Y qué es SIDETUR?, se preguntarán algunos. ¿Y qué tiene eso de
noticia?, se preguntarán otros, acostumbrados como estamos ya a los
desmanes de este gobierno. Pues bien, el caso es que SIDETUR es la
filial del Grupo SIVENSA encargada de producir acero y productos
laminados para la construcción. SIVENSA es (o era, ya no sé cómo
escribirlo) la empresa siderúrgica privada más grande del país, la
primera empresa que coló acero en Venezuela, una empresa que se formó
hace 64 años y hasta esta semana fue ejemplo de la capacidad de
inversión y creación de valor agregado en Venezuela.
Mi primer trabajo como ingeniero fue en la industria siderúrgica. Me
llamaron de SIDOR, a trabajar en su departamento de ventas de
exportación. No me importó que en lo personal no me gustaran las ventas,
ni que no sabía nada de la siderurgia y sus secretos milenarios, solo
tenía un entusiasmo sin límites, iba a trabajar en la empresa más grande
del sector y además tenía ese orgullo inculcado por mi padre –cuya larga
carrera como servidor publico nos enseñó la dicha y la honra de trabajar
para construir el bien común–, de ser empleada en una empresa pública.
Todavía entonces se veía a la empresa privada como un mal necesario
–sentimiento que se encargaban de subrayar en las universidades, no sé
si hasta el sol de hoy–, pero no puedo negar que al conocer a SIVENSA de
cerca, nuestro competidor más inmediato, sentí admiración por la
excelencia de sus operaciones, por la motivación de sus trabajadores y
por la belleza (sí, belleza) de su infraestructura.
El oficio del trabajador siderúrgico ha sido por siglos un oficio duro,
sucio, donde los obreros e ingenieros se hunden bajo el polvo de hierro,
los gritos se pierden en el trueno de la chatarra que se derrite, los
calores del horno imponen condiciones extremas, difíciles. La gente que
trabaja dentro de las acerías lo hace no solo por necesidad, debe haber
sin duda una verdadera vocación. Las coladas de acero son un espectáculo
magnífico: el horno es como una gran paila de acero hirviendo; los
obreros, chefs en trajes de amianto y gorros de metal, que echan con
palas los distintos ingredientes, gritan instrucciones y luego se
apartan para que la grúa venga a buscar la cuchara metálica y lleve la
colada hasta los moldes, donde se vierte cuidadosamente. El caudal de
acero líquido emula al Caroní en el parque Cachamay, un líquido
incandescente que cae lleno de fuerza, listo para transformarse en
tochos de donde se forjarán los tubos, en palanquillas y planchones que
serán autos, cabillas, hojalata para envases, vigas, en fin todo esos
productos que conforman el entramado básico de un país.
En SIVENSA ese oficio parecía otro: las plantas estaban limpias, los
alrededores de las oficinas tenían unos jardines extremadamente verdes,
las personas parecían de buen humor. Pero lo más impactante para mí, lo
que más me llamó la atención fue la motivación del personal: todos ellos
se sentían que estaban trabajando para la mejor empresa, el esfuerzo y
la excelencia de cada uno en su trabajo era realmente admirable. Desde
el portero y la secretaria hasta cualquier ingeniero de planta, todos
sabían cuántas toneladas se habían producido, si el barco había atracado
y si estaban cumpliendo con los objetivos del mes. Nunca antes había
visto un equipo de trabajo integrado alrededor de objetivos de
producción como lo vi en SIDETUR, en FIOR y en Orinoco Iron, todas
filiales de SIVENSA.
Al leer la nota de la junta directiva de la empresa no solo me lleno de
desánimo por una (otra más) empresa que se cierra, sino que me pregunto
qué pasa con los ingenieros. Me hace falta la voz de los ingenieros en
este país, una voz que siempre fue respetada por su solidez técnica, por
su mesura y por señalar los problemas y hacia dónde estaban las
soluciones. No todo es política, o politiquería. No todo son elecciones
y cargos. Hace falta también que hablen los técnicos, esa especie cada
vez más en extinción en nuestro país.
Este año en el que el día del ingeniero pasó por debajo de la mesa,
pasará también como el año en que el gobierno dio otro golpe más a la ya
herida industria nacional.
http://www.analitica.com/va/economia/opinion/4029942.asp
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