Wednesday, November 7, 2012

Carta a mis “censuradores”

Carta a mis "censuradores"
Ramón E. Azócar A
Miércoles, 7 de noviembre de 2012

En ocasiones es necesario dejar fluir la pluma para sacarse de las
entrañas algunos vestigios de dolor y de indefensión que pueden terminar
convirtiéndose en pequeños tumores cancerígenos, lo cual, en este
momento histórico de producción intelectual, no puedo permitirme:
necesito un poco más de tiempo para concluir mis tareas pendientes.

A todas estas, el amigo lector estará intrigado con el título de mi
artículo; solamente es un título para un receptor culpable, no hay
medias tintas al respecto. Desde mis años de juventud siempre he sido
acucioso en la búsqueda de la verdad; me ha interesado lo subjetivo en
el marco de una objetividad dinámica y cambiante. He sido impulsor de
nuevas ideas, no me conformo con lo ya dicho: es necesario elevar la voz.

Es con esta actitud rebelde e impetuosa que he explorado diversos campos
de la academia universitaria, siendo mentor de toda una nueva generación
de educadores y seres formados en ciencias sociales para el servicio y
para la ciudadanía. En ese recorrer de espacios me ha tocado lidiar con
personas de diversas posturas y visiones ontológicas; todas enmarcadas
en su realidad y defensoras a ultranzas de las mismas. Es una situación
propia de la vida en sociedad: intercambiar experiencias, contradecir
puntos de vista, envidiar, odiar y, por qué no, amar en el mejor de los
casos.

En ese recorrer de vida académica me he encontrado con unos personajes
que hoy orientan los estudios de postgrado en una importante casa de
estudio en el estado Portuguesa, de carácter público, que desde la
tarima de una Comisión se han dado a la tarea de buscar enlodar,
desquebrajar, hundir y apartar del racional camino del éxito, la labor
que tesoneramente, sin intereses económicos ni superfluos, he venido
construyendo desde hace no menos de diez años. Es decir, hay una carga
emocional por encima del sentido académico y hay una intención directa,
practicando la indiferencia, de minimizar el trabajo público y notorio
de un intelectual, un académico un hombre que camina por ahí entre sus
libros y sus sueños.

Pero esas acciones develadas por quienes fungen como ostentadores de
cargos burocráticos tiene una causa, un por qué. El asunto es simple: la
elegancia de la eficiencia les asusta. Cuando han visto a un académico
cumplir con sus objetivos, significa que es un potencial contendor y por
ende un blanco a eliminar. En esos instantes de temeridad y
supervivencia, saben que hilando fino la salida y la no convocatoria de
quien, desde su diminuto espectro humano, ellos piensan que les afectará
sus días de tertulia y sus consumados grupos élite en esa fantasía que
ellos reconocen como "mundo universitario"; no ven que esa actitud
indecorosa va en contra de la visión integral, social, protagónica y
holística de la universidad del siglo XXI. Cuando se es ajeno al sentido
humanista del manejo o gerencia del conocimiento, se es ajeno a la vida
y a la condición humana que la motiva.

Por esta razón, no es extraño que se haya producido una censura tácita
para evitar que el conocimiento por mí emanado vuelva, desde hace ya
casi un año, a ocupar su lugar en los travesaños de esos amplios
espacios de postgrado que se han convertido en extensión del cuerpo
estéril de quienes hoy han pretendido callarme.

Estoy censurado, "mal visto", imantado de los malos y perversos deseos
de quienes con la máscara de la prepotencia, la ignorancia y el vacío,
hoy se tildan de "bolivarianos" y comen en cubiertos de oro y plata, en
las confiterías elegantes de las ciudades que develan su musa musical.

En una palabra, no se está cumpliendo la tarea de crear condiciones de
independencia científico-tecnológica; no se está pensando el profundizar
el aparato ideológico del socialismo como instrumento de transformación
y calidad humana; no se está concibiendo el rol de potencia social tan
anhelado en un Estado que se aparta de las pesadumbre del materialismo
consumista, para erigirse protector de la naturaleza y del hombre; no se
está pensando que con la intolerancia y el cierre de los espacios a
personas como yo, convencidos del papel histórico del hombre en el
universo, se perjudica a un contingente humano deseoso de debatir y
crecer intelectualmente. Toda acción implica una reacción; y esa
reacción debe ser superior a la que la causó para poder materializarse
en energía positiva. Pienso que ante tanta energía negativa la mejor
postura en abrir espacios, crear nuevos mecanismos de acercamiento a
quienes necesitan verdaderamente el discurso y la profundidad de quien
ha leído para otros y de quien en la pedagogía ha cultivado con roces
compactos y firmes de liberación y emancipación.

A mis censores, a los cuales he nombrado en un elevado tino del hermoso
castellano, es decir, con metáforas y adornos, les agradezco su
conducta, su "mala intención" y sus fecundos vínculos con la envidia y
el egoísmo; sólo los cristales del destino tendrán para sí qué será de
esa energía contaminada con que ellos me piensan; lo que sí sé es que mi
energía se ha transformado en compromiso, lealtad y fuerza, para
acrecentar ese impulso humanista que tiene como producto el hombre nuevo
y su circunstancia.

azocarramon1968@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3542424.asp

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