Publicado el sábado, 11.02.13
Felices por decreto
ROBERTO CASÍN
El asunto ha sido tema de debates en parques y bares, de disquisiciones
filosóficas en tribunas de academias y en congresos, y las diversas
interpretaciones que se le da han sido terreno propicio infinidad de
ocasiones para la desavenencia matrimonial. Sin duda alguna la
definición de felicidad figura entre las acepciones del idioma más
traídas y llevadas por los pelos. Para unos, sin mayores esfuerzos, se
consigue resignándose y aprendiendo a disfrutar modestamente de lo que
se tiene; para otros, en cambio, el contento, la suerte feliz, se logra
guerreando ambiciones, con impetuosidad y si es necesario hasta crueldad
con tal de alcanzar lo que se codicia.
Para los gobiernos, sin embargo, todo es mucho más sencillo. La
felicidad está más allá del mal y del bien porque solo depende de sus
poderes, de lo que el Estado decida y punto. El turno para ponerlo de
manifiesto le ha tocado esta vez al de Venezuela. Y la noticia llegó
casi inadvertidamente: el presidente Nicolás Maduro creó por decreto el
Viceministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo Venezolano,
adscrito, no faltaba más, a su despacho ejecutivo. La cosa suena como un
peldaño al cielo, cuestión de magia revolucionaria, un empujoncito más
hacia la hipotética consagración del Socialismo del Siglo XXI, el mismo
que en el XX hizo tan desgraciados y empobreció por igual a rusos,
chinos, rumanos, alemanes, coreanos, vietnamitas, mongoles, checos,
polacos, húngaros, búlgaros, albanos, yugoslavos y cubanos.
El presidente Nicolás dice estar ya maduro para entender que la
felicidad en materia de manipulación política es un asunto de sumo
interés nacional, por lo que decidió crear una instancia que se encargue
de supervisar los programas de asistencia social ideados en La Habana y
puestos en marcha hace una década a instancias de Fidel Castro, que en
eso de interpretar las necesidades de la gente, masificarlas,
tramitarlas con un solo cuño y racionarlas en aras de la equidad le
sobra experiencia. Con gran eufemismo, el plan de meterlos a todos en el
mismo puño lleva en Venezuela el nombre de "misiones". Y por supuesto
los policías y propagandistas que llegan desde Cuba con credenciales de
médicos, deportistas y asesores, para fomentar la dicha social y
propagar la semilla de la fortuna en ciernes, son misioneros.
Lo más triste no es que la fábula se haya repetido trágicamente y de
forma parecida durante décadas, que adondequiera que se mire el legado
de gobiernos similares sea la desolación familiar; señoras y señores
respetables abrumados por la chusma; el erario público desangrado; la
miseria meticulosamente repartida porque el consumo ha de ser
revolucionario; las muchedumbres, para no ser castigadas, fingiendo
disfrutar una prosperidad que no conocen, y los jóvenes, apasionados
hasta el delirio, defendiendo una justicia y una igualdad que en nada se
parecen a las prometidas en los manuales y consignas. El final se sabe.
Los beneficios y las regalías son solo para un grupito, los de la
vanguardia pretoriana, mientras que los descalabros y las culpas son
multitudinarias, les pertenecen al pueblo, de manera que las desventuras
hay que socializarlas. Ese es el futuro que los profetas de la felicidad
colectiva nos deparan una y otra vez.
Uno comprende que haya gente desesperada, que ya no tenga en quien
creer, que caigan generación tras generación en la trampa, víctimas de
la demagogia, el cinismo y el embuste. Se sabe que a los humanos les
sobra estupidez para confiar ciegamente en los caudillos; también se
sabe todo lo mezquinos y sórdidos que pueden ser los hombres cuando
detentan un poder excesivo. Lo que enfurece es que cada vez sean menos
los que miran hacia atrás para aprender, y que los autócratas sigan
disponiendo placenteramente de tantos borregos para que los aúpen.
http://www.elnuevoherald.com/2013/11/02/1605001/roberto-casin-felices-por-decreto.html
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