Wednesday, October 3, 2012

Henrique Capriles o el furor de Venezuela

Henrique Capriles o el furor de Venezuela
Publicado el Martes, 02 Octubre 2012 16:30
Por Leonardo Padrón*

"No está más flaco, lo que está es llevao", me aclara Calimari, una de
las dos manos derechas del equipo de Henrique Capriles, ante mi asombro
al verlo más desgastado que la última vez que nos reunimos. "Llevao" es
un modismo maracucho. Implica, en latín directo, "escoñetao".

No se podía esperar menos de alguien que lleva meses recorriendo el país
frenéticamente. El ritmo de campaña del candidato de la unidad opositora
es abrumador. Su vitalidad ha sido decisiva para emprender una cruzada
de ribetes sobrehumanos por el mapa profundo del país y procurar la
victoria de este enjuto y corajudo David sobre ese desproporcionado
Goliat llamado Chávez.

Mientras escribo estas líneas lleva ya recorridos 250 pueblos. Se dice
rápido, pero en una geografía de carreteras vergonzantes y distancias
ampulosas el esfuerzo se multiplica in extremis.

Las elecciones presidenciales de Venezuela en este año 2012 nadie podrá
olvidarlas. El país entero está parado encima de una cornisa.

Un hombre que perdió su cotidianidad

Pero ahí está Capriles, llegando al aeropuerto con apenas media hora de
retraso, listo para la voluminosa agenda de la gira que nos llevará al
Táchira y al Zulia. En el despegue, se hace la señal de la cruz, la
versión larga, la que muy pocos usan. Junto con Alberto Barrera Tyszka y
Héctor Manrique, conversamos lo que es su sino: la campaña. No son ni
las 9:00 am y se toma, ya, la primera bebida energizante de la jornada.
Le pregunto desde cuándo no pasa dos días seguidos en su casa. "Desde
hace un año, tal vez más". Es un hombre que perdió su cotidianidad. Está
dejando la piel y el alma en una aventura proteica. "Viajo más que un
piloto. Muchas veces son cinco vuelos a la semana". Mientras hablamos,
hay una cifra que nos prohíbe la serenidad: ¡estamos a 18 días de las
elecciones! "Hay que echar el resto", comenta. Casualmente, al día
siguiente, en el acto de Chávez con la juventud en el Poliedro, este
diría la misma frase. Nada ilustra mejor lo reñido de la contienda. La
ansiedad que surca el país. La asfixiante cuenta regresiva. Sabemos todo
lo que está en juego.

A 15 minutos para aterrizar, el flaco amarra sus zapatos deportivos con
doble nudo. "Ya viene la coñaza", dice en alusión a la vorágine de
empujones, arañazos y apretujones que genera su llegada a cualquier lugar.

Una estrella pop en La Fría. Apenas Capriles asoma el rostro en la
escalerilla del avión una ráfaga de gritos ametralla el aire. El
recibimiento es frenético. Hay un desespero por verlo, tocarlo, entrar
en su campo visual. La multitud genera un apiñamiento peligroso. Siento
que me aplastan por detrás, por los costados, mi cuerpo va de un lado a
otro, pierdo el rumbo, me arrastra la corriente, mis lentes se salen del
bolsillo, los atajo a última hora, arrecian los empujones, los gritos,
el delirio. A Capriles lo manosean, lo estrujan, lo halan. Todos somos
como bultos chocando contra las piedras de un río esquizoide. No creo
poder llegar a la camioneta Van que nos sacará del lugar. Un mínimo
descuido puede hacer que me quede allí, en mitad de todos y de nadie.

Estruendo y algarabía

Comienza la caravana por La Fría. Vamos en una camioneta abierta.
Capriles va más allá, con el gobernador César Pérez Vivas, el anfitrión
de la zona. Gente que corre, corea canciones, grita consignas, agita
banderas y traga humo. Gente convertida en estruendo y algarabía.
Intento tomar una foto de la multitud y un brusco frenazo de la
camioneta me derrumba. Mi gorra cae a la calle. Un enjambre de personas
se lanza sobre el anhelado fetiche. El camino que nos lleva a La Grita
es hermoso, paradójico, variable. A la vera del camino nos sigue el
pueblo de Las Mesas, más allá sale la gente de Seboruco. Corren,
saludan, toman fotos, cantan. Hombres desdentados y en pantuflas le
sonríen con asombro. Una señora de 70 años remonta una calle empinada
delante de nosotros, se esmera, jadea, persigue al candidato. Él es la
gran noticia en esa remota vastedad.

La Atenas del Táchira. "Bienvenido a la Atenas del Táchira", reza un
anuncio justo a la entrada de La Grita, un nicho oficialista por
tradición. Capriles aparece como una exhalación y se oye el rugido de la
multitud. En la tarima hay más gente que posibilidades, pero logró
conseguir una rendija minúscula. El impacto es absoluto. El paisaje es
una alfombra gigantesca de seres humanos, una manifestación vehemente de
algo que solo tiene un nombre: furor. Capriles se ha convertido en un
fenómeno de masas. Hay, allí, un amasijo humano ondeando banderas y
gorras de distintos partidos políticos, todos mezclados en un solo
deseo. Gente en las platabandas, en los postes, en los bordes de las
ventanas. Aplaudiendo, gritando, desmayándose. El furor. Es eso. No hay
otra palabra.

El candidato puntualiza, propone. Sin retórica, sin cursilerías
planetarias. Es lo opuesto a Chávez, esa incontinencia verbal que tiene,
como diría Juan Cruz, "una asignatura pendiente con el silencio". Uno de
los momentos más importantes es cuando Capriles termina su discurso e
intenta volver a la Van en la que ya todos lo esperamos. Debe cruzar de
nuevo el río crecido de sus seguidores. Lo arañan, lo aprietan, lo
revuelcan. Logra entrar, pero aún no sabe si está completo. La gente
golpea el vehículo como si fuera un tambor gigante. Quieren que se
asome, que abra una ventana, que pruebe su existencia. Adentro lo espera
un periodista del periódico francés Libération. Capriles se sienta en la
última butaca y allí, entre frenazos, cornetazos y gritos, responde las
preguntas del periodista. No hay tiempo para el descanso.

Momento íntimo

El momento íntimo. Pérez Vivas le da indicaciones al chofer para volver
al aeropuerto con la mayor rapidez. La agenda se ha retrasado y el Zulia
espera. Pero Capriles pide desviarnos para visitar al Santo Cristo de La
Grita. Le parece impensable estar tan cerca de él y no visitarlo. Ya en
la iglesia se arma la logística para que su entrada no cause mayor
perturbación. Hay una importante cantidad de fieles. Capriles camina
emocionado hacia el Cristo. Una mujer, que reza de rodillas, lo ve de
soslayo y se hace la señal de la cruz: "¡Esto es un milagro!". Él va
hacia el rincón más oculto. La imagen que veo me conmueve. Allí está, a
los pies del Santo Cristo, con la cabeza gacha, tocándolo, en actitud de
absoluto recogimiento, íngrimo. Sentí al país entero en ese rezo. Puede
suponer uno –sin temor a equivocarse– que oraba por la suerte de un
destino decisivo.

En ruta al aeropuerto, nos toca comer la dieta ya famosa en sus giras:
pollo. Todo es frugal, austero, incómodo. Nada más tortuoso que comer en
un vehículo que a toda prisa sortea curvas para que en el día quepa lo
que queda por delante. No hay chance de visitar merenderos, refrescarse
con la cerveza del lugar, distenderse a la venezolana. No son
vacaciones. Es la mayor contienda electoral de los últimos 14 años. Todo
necesita estar bajo el compás de una disciplina monástica.

La ruta hacia la Grey Zuliana. El único momento de paz es cuando estamos
a 30.000 pies sobre la tierra. Capriles busca distenderse. Habla de lo
supersticioso que es. Alejandro Silva, una de sus dos manos derechas,
relata el día en que la única opción para escapar de la muchedumbre era
cruzando una escalera por debajo. Capriles se negó. Le insistían. Era
una salida rápida, fácil. No quiso. Prefirió atravesar el bosque de
gente, cualquier cosa antes que pasar por debajo de una escalera. Habla
de su fijación con el número 11, de gatos negros y espejos rotos. Le
pregunto por la gira más impactante que ha hecho. Dice Barinas, dice
Falcón, oriente, territorios de raigambre chavista. Su sonrisa ya es una
victoria.

La caravana en el Lejano Oeste

En Maracaibo, Capriles es recibido por el gobernador Pablo Pérez y la
alcaldesa Eveling Trejo. Liliana Hernández, con su proverbial simpatía,
nos pide seguirla escaleras arriba de un camión. Es como un enorme
balcón rodante. Pregunto la necesidad de hacer una caravana en una zona
donde la oposición ha reinado durante años. Me aclaran: vamos al
Maracaibo que pocos conocen, al oeste. Al sitio donde nunca ha llegado
una gota de petróleo. Al único territorio del Zulia donde suele ganar el
chavismo. Ese ha sido el alarde de Capriles durante su campaña:
penetrar, sin miedo, los lugares donde históricamente la oposición ha
sido derrotada.

5:00 pm. La parroquia Venancio Pulgar es un lugar que hiere la vista de
cualquier ser humano. Un paisaje que crispa. Un lunar vergonzoso en un
estado lleno de oro negro. Calles de tierra, sin alcantarillas, casas
precarias, llenas de perros famélicos y puertas desgonzadas, montañas de
basura en lo que deberían ser jardines. La parroquia entera parece un
escombro. Un lugar arrasado por alguna tormenta. Un olvido de Dios. La
caravana surca 24 kilómetros de pobreza sobrecogedora y extrema. Algunos
de sus habitantes no parecen personas, sino fantasmas, espectros de la
miseria, siluetas turbias, manchados de grasa y resignación. Ese lugar
es el peor de los saldos del estado paternalista que consolidó la cuarta
República y que este proceso revolucionario llevó al paroxismo total. Lo
único con olor a nuevo en esos monumentos de la miseria es el afiche del
Presidente. El resto es ruina, carencia, pies desnudos, aguas negras y
oscuridad.

Cuentan que días atrás, conociendo ya la ruta de la caravana, el
oficialismo vino a sembrar sus trincheras de guerra. Por eso, a cada
tanto, nos conseguíamos con lo que llaman "los puntos rojos", grupos con
franelas rojas voceando un odio absurdo. Asombraba ver a muchachas de
14, 15 años señalando con grotesca afectación sus genitales, en un gesto
de sórdido desafío que no calzaba con la edad de sus ojos. Eran
herederas directas de la agresividad que Chávez ha destilado durante más
de una década. Alguien nos comentaba: "¡Eso es nada! ¡Antes no podíamos
entrar a esta parroquia! Nos tiraban huevos, piedras, botellas. Lo de
hoy es inédito. Logramos penetrarlos. ¡La gente se cansó de esa estafa
llamada socialismo!".

Ir en una caravana sobre un camión exige tener los sentidos en alerta
máxima. A dos cuadras del inicio, se escuchó el primer grito: "¡rama!".
Nos acercábamos a la rama de un árbol justo a la altura de nuestra
cabeza. Treinta personas al unísono nos agachamos para evitar el golpe.
Otra vez arriba. Al instante, un nuevo grito: "¡cable!". Y otra vez
agacharnos para evitar el latigazo de un cable de luz en nuestra frente.
Estábamos en mitad de una extravagante sesión de aerobic. Los gritos de
"¡cable!" y "¡rama!" se alternaban con variantes como "¡zapato!". Estaba
allí, el emblemático zapato de la marginalidad que invariablemente
termina enredado en un cable de luz, mientras ostenta su abandono.

Cómplice sin escrúpulos

De pronto, apareció un invitado no previsto en la agenda: la noche. Todo
se volvió una oscurana. Desde una callejuela, vi salir a dos motorizados
con el rostro oculto detrás de pañuelos rojos. Pensé lo peor. La noche,
a veces, es una cómplice sin escrúpulos. Barrera Tyzska y yo le
comentamos a Manrique lo inconveniente de continuar la ruta. Estábamos
en una zona donde pudiera ocurrir cualquier cosa. Lo que nos dijo un
asistente nos congeló: "Falta la mitad del recorrido. La calle está
llena de gente. Henrique no va a querer parar".

Media hora después, el cielo soltó una tanda de relámpagos. La lluvia se
agregó a la caravana. La noche anterior había granizado, lo cual había
sido leído como una respuesta de la geografía zuliana a la sentencia de
Chávez: "Para que gane el majunche, tendría que caer granizo en
Maracaibo". Reaparecen, empapados, Capriles, Eveling, Liliana, Pablo
Perez. Adentro, esperaba al candidato un periodista del The Sunday
Telegraph. A los 5 minutos, Capriles ya le está dando la entrevista, y
en fluido inglés. Pero el recorrido no podía terminar, la gente seguía
apostada bajo una lluvia violenta gritando una arenga interminable: "Que
se abaje". Él abría la ventana o se asomaba en la puerta y ocurría la
histeria. Por las ventanas entran cartas, mensajes pidiendo ayuda
económica, remedios, becas de estudio. De mi lado, un joven mete la mano
para saludar a Eveling Trejo que está sentada a mi lado: "Yo no quiero
que me resuelvan nada a mí, yo solo quiero que cambien el país".

La caravana había empezado a las 5:00 pm, eran las 9:00 pm, las nueve
oscurísimas de la noche y todavía había puñados de gente esperando a
Capriles, quien tuvo que detenerse 4 o 5 veces más a devolver tanto
afecto. Dos vendavales se desataron sobre Maracaibo ese día. El más
notable, sin duda, a cargo de un tenaz caraqueño que carga la marca del
futuro en su rostro. Al cerrar la puerta de la habitación del hotel
sentí un silencio distinto. Era el silencio que le sigue a la fiesta.
Había sido testigo del furor ante un nuevo líder. Así de sencillo. El furor.

Al día siguiente, en el vuelo de regreso, fue Capriles quien –cambiando
las reglas del juego– comenzó a interrogarnos sobre la difícil
arquitectura de una telenovela o la calidad de ciertos actores locales.
Y así, largo rato. Quería desconectarse del tema que lo obsesiona.
Dentro de tres horas, estaría de nuevo montado en un avión para volar a
Bogotá para reunirse con el presidente Juan Manuel Santos. Era otra
victoria. Debía subir a Caracas, meterse en un flux y montarse en otro
avión. Pero no le importa el esfuerzo, el desgaste, la turbulencia. Se
trata de su empresa de vida. Y, quizás, el último chance para la
democracia en un país llamado Venezuela.

*Escritor venezolano. Este artículo se publica en CaféFuerte por
cortesía del diario El Nacional (Caracas).

http://cafefuerte.com/mundo/noticias-del-mundo/america-latina/2233-henrique-capriles-o-el-furor-de-venezuela

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