¿Quién le teme al Rojo?
FRANCISCO ALMAGRO | La Habana | 3 Ene 2016 - 3:30 pm.
En las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre votó el hambre, la
frustración y sobre todo el encono de la mayoría de los venezolanos.
Ganó la dignidad y perdió el miedo. El corazón venció al cerebro
amedrentado. Se izó la bandera de la pluralidad de colores contra el
estandarte rojo, de tan crueles resonancias en la memoria de la Humanidad.
En Venezuela, los mismos hambreados que 12 años antes votaron por el
chavismo cuando eran casi el 85 % de la población de uno de los países
más ricos de América, ahora lo hicieron por una oposición variopinta.
Entonces Nicolás Maduro, sin ocultar su enojo, y como un chico que ha
perdido el juego, dijo que se llevaría los guantes, la pelota y el bate:
no iba a construirles más viviendas a los traidores, y los planes para
la Felicidad Suprema ya no podrían ser cumplidos.
Y es que Nicolás, como casi toda la corte post-chavista, padece el mal
de la improvisación de todo farsante; de quien en el fondo sabe que no
le toca; de quienes, de pronto, se sacan la lotería política y le deben
a quien organizó la trampa —ya sabemos Quién—, casi toda la fortuna. En
esa misma medida, a los herederos chavistas se le salen las costuras, se
nota que el traje no les queda. Y el pueblo se da cuenta, casi todo el
mundo se da cuenta. Menos ellos.
Siendo tan predecibles y de cortas de luces, tampoco se dan cuenta —o
por lo menos así parece— que una parte importante del pueblo no los
quiere; no los odian, sino algo peor: no les importan. Los venezolanos
no aguantan una cola más, otro discurso pugnaz, el nepotismo y la
corrupción que, sin ser cosas nuevas, ahora gozan de una impunidad casi
total. Esto, sin añadir que hablamos de uno de los países sin guerra
donde más civiles mueren a mano de sus compatriotas.
El presidente Maduro, y el séquito neochavista, han leído mal los
sucesos del 6 de diciembre. Y los asesores cubanos, y los máximos
dirigentes del Palacio de la Revolución en La Habana, no han hecho una
buena exégesis de la rebelión de ocho millones de personas. Al día
siguiente, y después de haber admitido la derrota a regañadientes,
Nicolás ya parecía haber recibido instrucciones precisas: la Revolución
Bolivariana no se entrega. En los días siguientes, maniobró para blindar
el bolivarismo: anunció el traslado de mandos civiles a sus antiguos
cuarteles para "fortalecer la unión cívico-militar"; instaló una llamada
Asamblea Comunal en paralelo a la Asamblea Nacional; juramentaron de
manera expedita jueces chavistas para el TSJ como ardid para bloquear
toda legislación contraria al ejecutivo.
Pero las señales de que el presidente Maduro y su "revolucionarios"
están dispuestos para hacer cosas inimaginables y brutales vienen de La
Habana y no de Caracas. Raúl Castro, en su discurso por el primer
aniversario de las relaciones Cuba-EEUU, fue áspero; prácticamente
devaluó todo esfuerzo del presidente Obama por mejorar las relaciones
entre ambos países. No era el discurso de un país que ve a su mayor
aliado económico, Venezuela, en peligro de desaparecer y debe ser más
prudente, más conciliador. Al contrario, era como si dijera: podemos
seguir sin ustedes porque contaremos con nuestros verdaderos
sostenedores, Venezuela.
Nuevamente, en la clausura de la Asamblea Nacional a finales de
diciembre, Raúl Castro volvió a minimizar los pasos del ejecutivo
norteamericano, y como si impartiera ordenes desde el Palacio de las
Convenciones, dijo: "Estamos convencidos de que, tal como lo hizo en el
2002 al impedir que se consumara el golpe de Estado contra el presidente
Chávez, el pueblo venezolano y la unión cívico-militar no permitirán que
se desmantelen los logros de la Revolución y sabrán convertir este revés
en victoria". Y anticipando las consecuencias que en la arena
internacional provocarían semejantes desmanes contra la voluntad
popular, agregaba: "llamamos a la movilización internacional en defensa
de la soberanía e independencia de Venezuela y para que cesen los actos
de injerencia en sus asuntos internos".
¿No sería mejor para Maduro y para Castro negociar con una Asamblea
opositora? ¿Por qué no dar la bienvenida al distinto, a lo enriquecedor?
¿Por qué no, como ha sucedido en Nicaragua, los chavistas toman un
segundo aire y van al desquite de forma pacífica y electoral? ¿No
comprenden que el mundo en 2004 era uno y en 2016 será otro? ¿Que una
cosa es el poder real, emanado de la voluntad mayoritaria a través de
pactos, y otra el poder absoluto, totalitario, cuyo final siempre es
desastroso? ¿Por qué no ceder un poco para no perderlo todo? Nicolás aún
controla el ejecutivo, y lidera la fuerza política más importante de
Venezuela, pues la MUD es solo la unión artificial de varios partidos. Y
Castro aun cuenta con un grupo de seguidores que, aunque ya casi ninguno
cree que la llamada "revolución" sobrevivirá, tienen la autenticidad
histórica para hacer cambios profundos y conservar cuotas importantes de
poder.
Peligrosamente, los gobiernos de Cuba y Venezuela están apostando por el
todo o nada. Cuentan con la inconsistencia e ingenuidad de un Gobierno
demócrata norteamericano que insiste en el dialogo, en abrir la mano
mientras mantienen el puño cerrado. También parecen creer —o quieren que
los inocentes lo crean— que la economía planificada y el mando
centralizado pueden sacar de la miseria a millones de personas cual
tigre asiático. O que el petróleo volverá a valer 100 dólares el barril.
O que los chinos y los rusos, por intereses geopolíticos, van a
intervenir financiera y hasta militarmente si esa fuera la circunstancia.
Tal vez estemos pidiendo demasiado a personas que aunque pudieran
haberlo intuido, jamás se soñaron al mando de sus países. Ni Hugo Chávez
ni Fidel Castro pudieron legar a Maduro y a Raúl sus carismas. Ni sus
habilidades para la conspiración, la alta política, los contactos
internacionales, la pericia en intrigas palaciegas, la tenacidad en los
objetivos más allá de toda ética. Raúl Castro es un eficaz organizador
de ejércitos y misiones concretas, y gozó y goza de autoridad entre
oficiales y soldados. Y Nicolás Maduro fue un sencillo dirigente
sindical, capaz de movilizar a los trabajadores del complejo transporte
caraqueño. Pero ellos no son animales políticos. Y eso es una desgracia
para ambos pueblos. Una desgracia, porque una mayoría de cubanos y
venezolanos no los odian sino, simplemente, no los quieren. Y ya no hay
forma humana de que se puedan hacer querer. Y de ahí a perderles el
miedo hay un solo paso.
Source: ¿Quién le teme al Rojo? | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1451791793_19214.html
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