Venezuela: contrarrevolución o barbarie
NÉSTOR DÍAZ DE VILLEGAS | Los Ángeles | 24 Feb 2014 - 8:43 am.
Maduro Revolución Bolivariana Salvador Allende Venezuela
En Latinoamérica, el moderno golpe de Estado es un golpe asestado desde
adentro, desde el corazón del sistema parlamentario y la burocracia
estatal, y ratificado en las urnas.
En su discurso del 21 de mayo de 1971 ante el parlamento chileno,
Salvador Allende expuso el programa político que terminaría siendo el
modelo de las modernas dictaduras constitucionales latinoamericanas:
"Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de
construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía
pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes
concretada."
En Latinoamérica, el discurso marxista provee la coartada que permite al
demagogo actuar con relativa impunidad. A partir de Allende, el
desmontaje de las instituciones democráticas queda expresado
arbitrariamente en lenguaje populista:
"Es necesario adecuar las instituciones políticas a la nueva realidad.
Por eso, en un momento oportuno, someteremos a la voluntad soberana del
pueblo la necesidad de reemplazar la actual Constitución, de fundamento
liberal, por una Constitución de orientación socialista. Y el sistema
bicameral en funciones, por la Cámara Única."
¿Cómo lograr la aceptación de un programa tan abarcador si la Unidad
Popular contaba apenas con un tercio de los votos? ¿Cómo alcanzar la
mayoría aplastante y la "Cámara Única"? Nathaniel Davis, embajador
norteamericano en Chile durante los dos últimos años del gobierno de la
Unidad Popular, nota, con genuino entusiasmo, que "mediante las
nacionalizaciones, de facto o formalmente decretadas, Allende amplió el
sector público día por día, de manera que su gobierno pudo dar empleo a
miles de partidarios de la Unidad Popular."
Las textilera SUMAR contrató a mil trabajadores adicionales y
Cervecerías Unidas duplicó su fuerza laboral luego de ser nacionalizada.
La mina de cobre El Teniente sumó cuatro mil nuevos operarios. "Era el
gran momento de los nombramientos políticos a todo lo largo y ancho de
la burocracia estatal, hasta a nivel de conserjes", recuerda Davis, en
su libro Los dos últimos años de Salvador Allende. "Por poner un solo
ejemplo: la Corporación de Trabajadores Municipales (CORMU) creció
durante el gobierno de Allende, de 200 a 12 mil empleados."
En cuanto a la procedencia del dinero para las reformas socialistas, el
embajador explica: "Los altos precios del cobre permitieron al gobierno
de Frei acumular alrededor de 350 a 400 millones en divisas. La Unidad
Popular usó liberalmente ese dinero."
Nuevo modelo antiparlamentario
En Latinoamérica, el moderno golpe de Estado es un golpe asestado desde
adentro, desde el corazón del sistema parlamentario y la burocracia
estatal, y ratificado en las urnas. Las dictaduras latinoamericanas
basadas en el reelecionismo rectifican y expanden la experiencia chilena.
La explicación vulgar del allendismo insiste en su ascendencia marxista;
hay, incluso, algo de sano fanatismo en la manera en que Allende confía
en la infalibilidad de "los clásicos". Pero, ¿qué tal si buscamos el
significado del antiparlamentarismo en otras fuentes, en nuevas claves
históricas, en los clásicos oscuros, censurados, que entran por la
puerta del fondo a la cosmovisión izquierdista? La destrucción del
parlamentarismo bicameral ocurriría de todas maneras, sustentada en un
programa socialista, pero no de "orientación marxista", sino fascista.
De hecho, las distinciones entre estos dos términos son cada vez más tenues:
"Así, nuestro movimiento se vio enfrentado a la siguiente disyuntiva:
¿debíamos, a fin de destruir el parlamento, integrarnos a él y hacerlo
explotar desde adentro, o lanzar la ofensiva desde afuera, asaltando las
instituciones como tales?"
Las pregunta de Hitler (en Mein Kampf, pg. 102, traducción inglesa de
Ralph Manheim) sobre cómo destruir el parlamento, encuentra la respuesta
definitiva en el discurso de Allende del 21 de mayo de 1971. El
constitucionalismo burgués deberá ser atacado desde adentro y desde
afuera; impugnado simultáneamente desde la ideología marxista y la
praxis fascista.
Revolución 'contra' la revolución
Dicha por un médico de Valparaíso o por un guagüero caraqueño, la
palabra revolución conserva el mismo significado, es una constante. Si
la "revolución" queda definida universalmente, los objetivos de la
contrarrevolución aparecen entonces de manera no menos inequívoca.
La democracia burguesa, como se demostró en el siglo XX, es la única
alternativa a la institucionalidad fascista, por lo que los objetivos de
la contrarrevolución son claros. La contrarrevolución debe abandonar
toda pretensión revolucionaria y cumplir su tarea, la más peligrosa y
difícil de la edad moderna. En los países donde el antiparlamentarismo
allendista tomó el poder por las urnas, el problema se presenta,
simplemente, como contrarrevolución o barbarie.
La barbarie no siempre asoma su oreja de guagüero, sino que puede
presentarse en bata de laboratorio, de cuello y corbata: es una barbarie
polimorfa, disfrazada de tecnología, de progresismo o de "arcaísmo
técnicamente equipado" (Guy Debord, La sociedad del espectáculo, 1967).
Tampoco debemos malgastar energías tratando de localizar su origen (el
legado caudillista hispano, el régimen castrense jesuita, las secuelas
de la Guerra Civil española, el peronismo o el bolchevismo, etc.), pues
es un hecho que se trata, en cada instancia, de contrarrevolución o
barbarie.
'Contradictio in terminis'
Si los términos del debate parecen duplicarse y retornar al punto de
partida, es porque así lo previeron los constructores de socialismos.
Las nuevas repúblicas fascistas se declaran "democráticas" y "populares"
y, al mismo tiempo, "irremplazables" y "eternas". El desmantelamiento
del parlamentarismo va acompañado del desmontaje paralelo del sentido
común. La misma elección del vocablo "revolución" entraña ya una
contradicción insoluble.
Pero no queda tiempo para debatir el verdadero sentido de las nociones
falsas. Tampoco importa si la revolución es "en realidad" otra cosa, o
si los fascistas la invocan en vano, o si los auténticos revolucionarios
están en otra parte: en el mundo real, y dadas las actuales
circunstancias, "revolución" es, únicamente, el asalto al principio de
realidad cristalizado de una vez y por todas en las instituciones
burguesas. Será cuestión de semántica, pero, a los efectos de la lucha
contra los elementos antidemocráticos y antiparlamentarios, no hay que
sentir vergüenza de ser llamado "contrarrevolucionario".
La barbarie como progreso
"La Rusia del año 17 tomó las decisiones que más afectaron a la historia
contemporánea (…) Allí se aceptó el reto y se edificó una de las formas
de construcción de la sociedad socialista que es la dictadura del
proletariado…
"Hoy nadie duda que, por esta vía, naciones con gran masa de población
pueden, en períodos relativamente breves, romper con el atraso y ponerse
a la altura de la civilización de nuestro tiempo."
Sería fácil rebatir, desde la perspectiva postsoviética, la
interpretación que Salvador Allende dio a la dictadura del proletariado.
A los 54 años de haber sido instaurado por la violencia, Allende no
encuentra motivos de escándalo en el Estado soviético: sencillamente,
había llegado la hora de "romper con el pasado y construir un nuevo
modelo de sociedad, no solo teóricamente más previsible, sino donde se
logren las condiciones concretas más favorables a su logro".
Un contrarrevolucionario debe entender que el allendismo, pasado o
futuro, supone la interpretación de la barbarie como progreso. Los
presidentes latinoamericanos democráticamente electos (Fernández
Kirchner, Morales, Correa, Maduro), extrapolando el viejo barbarismo
prosoviético, ven en el castrismo un ejemplo de desarrollo. En las
universidades norteamericanas, los académicos izquierdistas alaban los
avances técnicos del llamado Período Especial cubano.
La locura de la Izquierda y su deshumanización son tales que comparados
con ellos las dictaduras de derecha parecen un interregno de
inteligencia y responsabilidad. Lo cual no dice mucho de las dictaduras
de derecha, sino que obliga, más bien, a contraponer la época de
Pinochet y el rechazo universal con que fue recibida, al interminable
período del castrismo triunfante y su creciente popularidad.
A la exaltación del guevarismo a la categoría de religión oficial de la
Izquierda, el contrarrevolucionario debe contraponer, sin desmérito, las
vida y obra de los santos y mártires contrarrevolucionarios, en
cualquier época y lugar en que el castrismo se impuso por la violencia o
por las urnas. Llegó el momento de que Latinoamérica vuelva los ojos al
glorioso legado contrarrevolucionario venezolano, que honre a los
precursores de la sociedad futura, liberada de caudillismos y de
antiimperialismos; que levante la vista al ejemplo excepcional de
Narciso López, y del imprescindible, del maliciosamente olvidado Carlos
Rangel.
El Bujarin de la salsa
Los argumentos izquierdistas son circulares: van siempre de la Izquierda
a la Izquierda. El izquierdismo, como lo reconoció el salsero Rubén
Blades en su virtuosa misiva, es una petición de principio, un do ut
des, un oxímoron. El izquierdismo es la enfermedad infantil de la Razón,
y produce idiotas.
La insistencia de la Izquierda en la autoridad de los "clásicos", en el
fundamento "científico" de sus supersticiones, o en la perfectibilidad
de "los errores que se comenten en nombre del izquierdismo" permiten al
oportunista, el diletante y el demagogo militar confiadamente en sus
filas. En su patético empeño de eximir a la Izquierda de la
responsabilidad por la barbarie latinoamericana, Rubén Blades cae en la
paradoja.
Cuando Blades escribe, en su epístola a los venezolanos, que considera
"como una verdad, el hecho que el extinto Presidente Chávez haya
demostrado, con sus consecutivas elecciones ganadas, el desprestigio de
la partidocracia tradicional en Venezuela", está negando el primer
reclamo de la oposición: restablecer el Estado de derecho, que el
salsero llama sarcásticamente "partidocracia". De manera que también
Rubén Blades, como buen izquierdista, condona la barbarie y justifica el
desmantelamiento del pluripartidismo en nombre de una trillada "creación
de oportunidades para el sector popular".
El trauma
El trauma y la herida incurable del allendismo aparece hoy en las calles
de Caracas. Lo que nos hicieron creer, lo que se presentó como otro
"socialismo con rostro humano", no era más que barbarie. Porque al
desmantelar el parlamento y crear una Cámara Única, se siembra la
semilla de la desunión y la violencia. Siempre que un gorila
latinoamericano, así sea un gorila con un libro de marxismo bajo el
brazo, pretenda interpretar el curso de la Historia en nombre de todos,
y cada vez que un demagogo acuda al proletariado para justificar la
dictadura, y cada vez que un presidente "cree oportunidades" para
obtener votos, estamos ante la realización diferida del proyecto
allendista expuesto en un discurso de hace 43 años.
http://www.diariodecuba.com/internacional/1393227811_7296.html
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