Sunday, December 16, 2012

Cuando los caudillos desaparecen

Publicado el domingo, 12.16.12

Cuando los caudillos desaparecen
Carlos Alberto Montaner

Chávez lo sabía desde hace algún tiempo. Incluso, él mismo se lo
comunicó a varios gobernantes amigos. Su muerte inminente, o a corto
plazo, era una noticia demasiado importante para callarla. Les pedía
discreción a sus colegas, pero los políticos no se caracterizan por ese
rasgo. Guardar secretos es cosa de curas, urólogos y notarios, no de
presidentes. O presidentas.

Chávez, tenía, claro, una esperanza vaga en el milagro. Es un fenómeno
que suele sucederles a las personalidades narcisistas que rebasan
ciertos obstáculos difíciles. Que Chávez estuviera sentado en Miraflores
al frente del estado venezolano era tan improbable como el nacimiento de
una jirafa bicéfala y, además, albina. Como todos los caudillos
mesiánicos, había interpretado su suerte como el signo inequívoco de
haber sido escogido para cumplir un destino superior. Era invulnerable.

Max Weber explicó muy bien los tres orígenes de la legitimidad política.
La tradición era el más antiguo. Los reyes, las dinastías y los linajes
derivan de este fenómeno. Al rey y al duque se les obedecía porque así
había sido siempre. Era la costumbre y se aseguraba que el mandato
estaba vinculado a la voluntad divina.

Cuando se debilitó esa fuente de autoridad compareció la legitimidad
racional. El absolutismo fue sustituido por las Constituciones y la
regla de la mayoría. Así se gobiernan las democracias maduras del
planeta y algunas autocracias de mano dura como China o Irán, que
descansan en otro tipo de racionalidad: burócratas ideologizados y
santones religiosos.

Pero la legitimidad más vistosa era la tercera: el carisma. Los
caudillos eran obedecidos por los rasgos de su personalidad. Una parte
sustancial de la sociedad, a veces la mayoría, delegaba en ellos la
facultad de pensar y decidir. Podían saltarse a la torera las reglas y
las instituciones. El papel de las personas era aplaudir y repetir
consignas: "lo que usted ordene y cuando lo ordene, Jefe".

El gran problema del caudillo carismático es que no puede transmitir su
poder. Pueden designar herederos, pero la relación entre éstos y los
gobernados es muy diferente. El previo endiosamiento del caudillo
sustituido pesa como una losa sobre la imagen del delfín.

En Argentina nadie ha podido calzar las botas de Perón, aunque todos
invocan su santo nombre en vano, y en Cuba Raúl Castro sufre la
constante comparación con su hermano Fidel. En voz baja y con mala leche
le llaman el "Mínimo Líder".

Esto viene a cuento del caso venezolano. Aunque Nicolás Maduro es el
candidato seleccionado por Hugo Chávez y por los Castro, deseosos de
mantener viva esa inmensa vaca lechera que es Venezuela, proveedora de
un subsidio total calculado en diez mil millones de dólares anuales por
la investigadora Vanessa López del Instituto de Estudios Cubanos de la
Universidad de Miami, el ex sindicalista tiene muy pocas probabilidades
de consolidar una zona indiscutible de autoridad dentro de las filas del
chavismo.

Tiene fuertes retadores. El reciente exvicepresidente Elías Jaua,
sociólogo y profesor universitario, cree que está intelectualmente mucho
mejor equipado para ocupar el puesto. Francisco Arias Cárdenas,
exmilitar con mando, golpista junto a Chávez y político exitoso, supone
que él debe ser el sucesor natural del Caudillo bolivariano. Diosdado
Cabello, también exoficial y constructor del PSUV, gran operador
político y presidente del Parlamento, piensa lo mismo. Y está el hermano
Adán, quien le enseñó a Hugo las primeras letras del radicalismo
colectivista, algo así como el toilet training ideológico, y hoy
gobierna el estado de Barinas. ¿Por qué, si Hugo es tan castrista en
todo, no escogió la fórmula dinástica de Fidel-Raúl como sucedió en
Cuba? (El secreto es que los Castro, que lo tuvieron en la Isla de
embajador, no confían en él o no creen en sus condiciones de líder, pero
Adán no lo sabe).

Si hay alguna moraleja en esta triste historia, es que el mesianismo y
los caudillos carismáticos son tremendamente perjudiciales para las
sociedades. No hay sustituto para el poder racional arraigado en las
instituciones, la subordinación a la ley, la meritocracia, la
competencia, la rotación ordenada de los mandatarios y la cordialidad
cívica con el adversario. Es así como se gobiernan las treinta naciones
más exitosas del planeta. No es así como se gobierna Venezuela. Por eso,
después de Chávez, es probable que sobrevenga el diluvio.

Periodista y escritor. Su última novela Otra vez adiós.

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http://www.elnuevoherald.com/2012/12/16/1364514/carlos-alberto-montaner-cuando.html

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