Domingo Fontiveros
Martes, 27 de marzo de 2012
El confrontacionismo oficialista en los más de 13 años que ejerce el
poder no ha servido para promover el crecimiento económico y ha
convertido al proceso productivo en un fenómeno de antidesarrollo que
destruye en lugar de agregar valor.
De lo mejor que le puede pasar a Venezuela en estos meses que vienen en
dirección a la elecciones de octubre y más allá, es la recuperación de
un pensamiento unificador que sirva de guía para aglutinar los múltiples
intereses de sectores, regiones y estratos socioeconómicos de la
población con miras a una dirección constructiva hacia futuro.
De ocurrir, este avance en línea con la Unidad Nacional marcaría un
fuerte contraste con el empeño del Gobierno de imponer su forma peculiar
y subjetiva de interpretar los problemas nacionales, y utilizarla para
manipular a la opinión ciudadana en función de sus particulares
confrontaciones internas y externas, temores reales e imaginarios, y
deseos intrínsecos de perpetuarse en el poder.
La candidatura unitaria de oposición está obligada a dar ese salto
cualitativo. Es decir, pasar de ser unitaria a ser unificadora. Y las
primeras señales apuntan en este sentido, lo cual es indicativo de que
la brújula política como que está volviendo a mirar al Norte. Sin
embargo, el mensaje de la unidad es por sí solo excesivamente abstracto.
Incluso más que el ícono de la revolución. Si la unidad va a convertirse
en una bandera efectiva tiene que desmontar los rasgos básicos de la
apelación populista-socialista y reemplazarlos con los rasgos de una
nueva democracia refundada en torno a valores de libertad, igualdad y
solidaridad.
El confrontacionismo oficialista en los más de 13 años que ejerce el
poder no ha servido para promover el crecimiento económico y ha
convertido al proceso productivo en un fenómeno de antidesarrollo que
destruye en lugar de agregar valor. Las principales actividades
económicas del país se encuentran postradas bajo la cobija de plomo del
socialismo. Petróleo, acero, aluminio, hierro, cemento son sectores
degradados. El déficit de viviendas es de los peores en la historia, a
pesar de la emigración de centenares de miles de jóvenes que de vivir
aquí harían del problema algo mucho más grave. Carreteras y autopistas
se han convertido en guillotinas. Crimen, daño ambiental, crónica
escasez de bienes y servicios básicos, son otros de los muchos aspectos
que caracterizan el fracaso de una gestión de gobierno demasiado larga e
incapaz de autocorregirse.
A pesar de estas gruesas fallas de gestión chavista, la crítica simple y
pura, por apegada a los hechos que sea, podría no ser suficiente en esta
contienda electoral que se avecina. Es necesario presentar la visión
alternativa, los contenidos del pensamiento unificador que mencionaba
antes, en abierto contraste con lo actual.
Ni el modelo ni los funcionarios actuales son capaces de cambiar el
estado actual de las cosas ni sus terribles tendencias. Pero no se trata
de cambiar los funcionarios y conservar el modelo. Porque este es
inservible aquí, como lo ha sido y es en muchas otras partes. Hay que
cambiar "ambos", para que Venezuela pueda recorrer otro camino.
Si el Gobierno está a la defensiva, a pesar de carecer de argumentos
sólidos para defenderse, la unidad democrática, que sí los tiene a
disposición para avanzar, está obligada a esgrimirlos con inteligencia y
con definitiva decisión. Postular al crecimiento con desarrollo como
primera especificación del mensaje global representaría un buen
siguiente paso.
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