Friday, February 3, 2012

Venerando la derrota

Venerando la derrota
Colette Capriles
Viernes, 3 de febrero de 2012

Que el elemento militar ha sido lo esencial en todos estos años no es
ninguna novedad. Lo es, en cambio, que el factor militar no sólo se
convierta en partido personal del señor Chávez sino que así se le exhiba
desmesuradamente. Lo civil ha cumplido, parece, su parábola vital; ya no
es necesario en la gran maqueta de la última batalla

¿Por qué alguien querría celebrar una derrota? En vista de que la
gramática del verbo "celebrar" remite a triunfos, la fiesta
conmemorativa del 4 de febrero sólo apunta a transvalorar su origen,
procurando, en el ocaso ya obvio de este régimen, forjar una ficticia
acta de nacimiento con laureles militares y, así, establecer una
ilusoria continuidad entre aquel Génesis y este Apocalipsis.

Que el elemento militar ha sido lo esencial en todos estos años no es
ninguna novedad. Lo es, en cambio, que el factor militar no sólo se
convierta en partido personal del señor Chávez sino que así se le exhiba
desmesuradamente. Lo civil ha cumplido, parece, su parábola vital; ya no
es necesario en la gran maqueta de la última batalla. El espíritu que se
pretende revivir es el de las logias militares que escarnecieron a las
fuerzas armadas durante tantos años, y que se doblegó ante la evidencia
de que una victoria política, para 1998, exigía la alianza con los
denostados civiles.

Una victoria política que ya no es posible repetir, por cierto.

Aquella alianza fructificó por una conjunción de circunstancias que ya
han desaparecido; la más importante, la atmósfera tóxica de la
antipolítica y del antipartidismo de élites y clases medias. Sin
embargo, la estrategia de consolidación puesta en práctica por el
Gobierno a partir de la crisis de 2002 va en la dirección de construir
un partido político hegemónico que a la manera del PRI mexicano
instituyese la "dictadura perfecta". El aparato fue creado pero su poder
limitado. A su vez, el ejercicio cada vez más personalista del gobierno
tampoco favoreció el afianzamiento de un poder corporativo de las
fuerzas armadas. El resultado, una gestión por clanes o tribus con
diversos grados de combinación cívico-militar, que reproducen el
personalismo cupular al rotar alrededor de unos jefezuelos. Pero
crecieron algunos enanos y ante la perspectiva de una sucesión en el
horizonte, estos clanes mostraron la autonomía relativa que habían
adquirido. La abierta militarización parece ser una respuesta a estas
"autonomías".

Falta mucho para poder interpretar esta historia. Pero en lo inmediato,
establece ­de nuevo, otra vez, insaciable­ una división en este país. De
un lado el poder militar; de otro, el mundo civil. De un lado la
antipolítica de las armas, del otro, la política del voto.

No importa si esta partición es un artefacto táctico, si lo que se
quiere es simplemente enviar el mensaje electoral de que un gobierno
puramente civil, en Venezuela, sería imposible. No lo es. No lo ha sido.
Pero sí importa lo que nos dice de la voluntad de separarnos. Y una
separación que ya ni siquiera pretende ser ideológica sino existencial.

El asunto es que el giro militarista es una reacción personalista para
reconstituir el poder carismático, y no es de ningún modo un efecto
corporativo. La verdad, parece que Chávez nunca captó el espíritu de
cuerpo que presuntamente informa las lealtades y jerarquías tan
necesarias en la vida militar. Esta no fue más que un medio de cultivo
de ambiciones ilimitadas, pero sirvió de tal precisamente porque el
pretorianismo es una enfermedad endémica entre nosotros.

Sí hay una lucha existencial, si a ver vamos. Entre la unidad del país y
la división de las armas.

Entre la vida civil y la perspectiva del sultanato. Detrás de la levedad
con que tratamos a la política, como a tantas otras cosas, se dejan
entrever difíciles dilemas.

Las interpretaciones frívolas que siguen reduciendo el presente a
dilemas carismáticos, a simpatías pasionales cuantificadas, no pueden
ocultar que hay una amortiguada conciencia de gravedad.

Como si detrás de todo ese ruido estuviéramos formulándonos, sin querer,
y no precisamente en lenguajes sofisticados, la pregunta política por
excelencia: la que inquiere acerca de si esto, hoy, aquí, es un "vivir
bien".

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/7091048.asp

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