Publicado el domingo, 06.02.13
La puerta de los monstruos
Carlos Alberto Montaner
Dice Nicolás Maduro que el presidente Juan Manuel Santos "le metió una
puñalada a Venezuela". No se sabe si esta dramática información forense
se la dio confidencialmente un pajarito o si surgió de su legendaria
capacidad de observación.
Maduro ve cosas que nadie percibe. Es un vidente. Sólo él, por ejemplo,
descubrió su rostro entre las manos de Chávez en un cuadro o foto del
Comandante Eterno. Pero ahí no termina la crónica roja
colombo-venezolana. De acuerdo con su versión, los colombianos,
coludidos con la CIA, intentarían envenenarlo.
Creo que es importante tener en cuenta la secuencia. Estas revelaciones
completan el cuadro clínico. Primero se presentaron las alucinaciones
auditivas con pajaritos que le hablaban. Luego comparecieron las
alucinaciones visuales con su propia imagen. Ahora contemplamos
denuncias de conspiraciones siniestras. Parece que estamos ante un
típico caso de esquizofrenia paranoide.
Los venezolanos, especialmente tras las revelaciones de Mario Silva,
discuten si Maduro es un comunista manejado por Cuba o un místico
manejado por Sai Baba, pero me sospecho que la duda que hay que despejar
es si estamos ante un sujeto afectado por un brote psicótico
transitorio, producto del estrés, tratable con unas cuantas pastillas de
Risperidona, o si se trata de un esquizofrénico incurable de pronóstico
sombrío. (Me temo lo segundo).
En todo caso, la "puñalada" colombiana consiste en que el presidente
Juan Manuel Santos recibió a Henrique Capriles, el jefe de la oposición
venezolana y muy probable ganador real de las elecciones del 14 de abril.
Santos, en realidad, no hizo nada excepcional. Recibió al representante
de, por lo menos, la mitad de la sociedad venezolana. Eso era lo
responsable. Las relaciones entre los países no son entre gobiernos,
sino entre naciones. No haber recibido a Capriles, o sea, negarle la
legitimidad que sus compatriotas le otorgaron en las urnas, sí era una
forma de injerencia en los asuntos internos del vecino.
Los gobiernos son sólo los representantes temporales de las naciones.
Cuando Maduro sea amorosamente recluido en alguna institución
psiquiátrica, como le ocurrió al presidente tunecino Habib Burguiba, y
Capriles ocupe la presidencia, y cuando probablemente sea otro el
inquilino del Palacio de Nariño en Bogotá, los vínculos entre las dos
sociedades permanecerán inalterables.
Pero si bien Juan Manuel Santos acertó en recibir a Capriles, tengo la
impresión de que se equivoca en el tratamiento dado a los
narcoguerrilleros comunistas de las FARC en las negociaciones llevadas a
cabo en La Habana.
De la misma manera que es razonable reconocer la legitimidad de Capriles
para hablar en nombre de media Venezuela, no tiene sentido asignarles a
los representantes de las FARC el trato de interlocutor válido para
discutir el destino político de Colombia, como si se tratara de la otra
mitad legítima de la sociedad colombiana.
No se puede admitir como parte de la discusión con las FARC una
pretendida reforma agraria o los derechos de los trabajadores, como si
la batalla planteada por el brazo armado del Partido Comunista
colombiano se originara en reivindicaciones sociales, y no en la lucha
por tomar el poder y establecer un régimen colectivista dictatorial
basado en las supersticiones del marxismo-leninismo.
Si no se ha podido someter militarmente a los criminales, es legítimo
buscar el fin del conflicto armado por la vía de conversaciones que
conduzcan a un armisticio, pero ello implica el fin de las hostilidades
por parte de los subversivos, la entrega de las armas y la subordinación
al imperio de la ley.
También es razonable explorar zonas de perdón y reconciliación, como se
ha hecho en docenas de sociedades martirizadas por conflictos
sangrientos, pero ello exige el reconocimiento de la culpa y el
arrepentimiento por parte de quienes han violado sistemáticamente las
leyes, y hasta ahora ésa no parece ser la actitud de las FARC.
Es probable que Juan Manuel Santos, lleno de buenas intenciones, quiera
dejarles la paz a sus compatriotas como su gran legado histórico, pero
de la manera en que lo está intentando hay un altísimo riesgo de que les
transmita como herencia un Estado institucionalmente muy frágil y
políticamente indefenso.
O sea, la puerta por donde luego se cuelan los monstruos.
Periodista y escritor. Su último libro es la novela Otra vez adiós.
www.firmaspress.com
http://www.elnuevoherald.com/2013/06/02/1489201/carlos-alberto-montaner-la-puerta.html
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