Venezuela, Maduro
Cuando la mentira nos hace libres
La propaganda chavista actual es, como muchos señalan, un acto de
profanación, un mensaje funerario, unas ideas con olor a flores marchitas
Francisco Almagro, Miami | 18/06/2013 9:55 am
Resulta altamente sugestivo e incomprensible hasta para los más expertos
en comunicación social y propaganda desentrañar ese manojo de
incoherencias que el Gobierno Venezolano da como verdades en estos días.
Los más eruditos buscan patrones de semejanza entre las cortinas de humo
totalitarias —tan antiguas y caras a las guerras religiosas— o los
desajustes de una ya desajustada mente madurista. Como quiera que se le
mire, como tragedia o como comedia, lo importante aquí no es el mensaje,
ni siquiera el mensajero.
Quizás lo esencial haya que buscarlo más allá de lo digital, de las
palabras y los gestos: a donde se pretende llegar. Sin duda, se quiere
reconquistar el alma de una mal llamada Revolución que es huérfana de
ideología, obtusa como su monocolor purpura y llena de disimiles y
contradictorios protagonismos. La pregunta es esta: ¿Y por qué las
mentiras ya no funcionan, muy pocos se la creen?, ¿por que funciona al
revés y la gente se burla, se ríe?, o los asesores cubanos, después de
tantos éxitos en desinformar, ¿han perdido el sentido del ridículo?
Mientras mayor es la mentira, la chifladura, mayor es el rechazo, la
sorna, el abandono de las almas y los corazones —aunque sigan
pretendiendo los aplausos, como diría Heberto Padilla— del Proyecto
Bolivariano.
Las razones son múltiples, y creo que le haríamos un favor al pueblo
venezolano desmenuzando algunas de ellas. Nada oculto hay bajo el Sol de
los artificios bolivarianos. Aquello de que una mentira repetida miles
de veces llega a ser verdad parece que ha pasado de moda. Y la
confirmación de la obsolescencia goebeliana es, precisamente, la
paradójica propaganda chavista: a más mentiras, menos corazones a su lado.
En primer lugar, el mensaje. La propaganda chavista actual es, como
muchos señalan, un acto de profanación, un mensaje funerario, unas ideas
con olor a flores marchitas. Montarse en el cadáver insepulto de Chávez
—cuyo discurso era ya, además, poco lucido y nada original— es como un
remake de lo peor. Chávez, como otros tantos líderes de este pedazo que
suelen llamar Latinoamérica, no tiene una sola idea nueva, ni filosófica
ni política. Nada significativo que pueda ser citado para la posteridad
y prosperidad de su pueblo. Es una retorica dura, inflamada, a ratos
cuasi delirante, que se desborda ante una masa, y eso sí, parece imantar
por la carismática presencia del Líder. En el mensaje del fascismo, del
nazismo, del maoísmo, el estalinismo e incluso del Castrismo en sus años
primaverales marxistas, había algo de substancia, aunque tuvieran esos
mensajes un tinte criminal, discriminatorio, ofensivo a la dignidad
humana. El discurso chavista ni eso: es algo hueco, chato, y sin enemigo
—nunca falta un buen enemigo como Estados Unidos—, no habría dis-cursar.
El otro punto es el portador del mensaje, el actor, el líder. En ese
tipo que se sube a una tribuna y desde que se para frente a la masa, no
se sabe bien por qué, la paraliza, la embobece. Hay mucha teoría detrás
de esto. Pero lo más creíble es que, en boca de uno de estos elegidos,
el mensaje más absurdo, mas mentiroso, puede parecer una verdad. "Lo
dijo Fidel", decían en Cuba como para poner punto final a una discusión
de cualquier tipo.
Esto es algo que los políticos deben succionar desde su temprana
maternidad en oficinas y cuartos oscuros: una buena pose, unos gestos,
un hablar firme, seguro, no al pueblo sino a aquel bobete de allá
detrás, aunque no esté haciendo caso. El Líder, aunque se equivoque, se
le parta la voz —como la perdía Castro hace unos 50 años o el Duce más
de 80— seguía siendo el Líder, el Führer, el Generalísimo, el Comandante
en jefe. Para suerte de los pueblos, este espécimen se da solo cada
muchos años y en geografías distantes unas de otras. ¿Hubo una mala
selección de líder al tomar a Maduro de portador?; o, ¿no había mucho de
donde escoger? A este hombre es posible que ni su propia familia le crea
una mentirilla piadosa. Otro fiasco de los diseñadores de campaña
cubanos: no porque el ratón viva en el puerto tiene que ser estibador.
Por último, y como bien saben los estudiosos de comunicación social, lo
más importante es el receptor: a quien van dirigidos los mensajes de un
pajarito-alma insepulta, los aviones de combate vendidos en subasta en
Estados Unidos, los proto-asesinos de un Presidente —acompañado de medio
centenar de escoltas— con un AK-47, una escopeta de cacería y un par de
granadas. Esos mensajes de propaganda están dirigidos al Pueblo
Venezolano. Pero… ¿Quién es hoy "el pueblo venezolano"; ¿un atajo de
retrasados mentales; ¿un alijo de párvulos?; o ¿acaso un pueblo como el
cubano, monos sabios que no oyen, no ven y no hablan por más de medio siglo?
Venezuela no es un abstracto. Es un pueblo muy singular: tras doce años
de prometerle el Cielo en la Tierra, su Tierra está más al Norte, en el
Caribe, y no en el Norte "brutal" del cual al menos venía una moneda con
la cual se podía viajar. Era, el Pueblo Venezolano, sí, un pueblo casi
con el 85 % de pobres y cansados de corruptelas y clientelas políticas.
Después de más de 10 años, dicen, hay más corruptos y clientes que nunca
—incluir a más de una decena de países "clientes" del petróleo. Pero
sobre todo era un país acostumbrándose —una buena parte— a un estilo de
liderazgo pugnaz, pendenciero, retador, muy acorde a estómagos vacíos y
cabezas calientes —los estómagos llenos y las cabezas reposadas no
discuten. Se ríen y sueñan.
El receptor del Madurismo —versión desleída y des-leída— del Chavismo
está cansado, y quiere oír otra música, no esa fúnebre letanía de
encargos celestiales y conspiraciones que, ya casi todo el mundo sabe,
son risibles puestas en escena. Para que funcione la propaganda en el
receptor habría que aislar —como lo ha hecho eficientemente el régimen
cubano durante medio siglo— toda contaminación comunicacional, esto es
mensajes contradictorios al discurso oficial. Lo han intentado y lo
siguen intentando —ahora, en vez de cerrar, compran. Pero les será
difícil lograrlo en tanto el Siglo XXI es ya el Siglo del Ciberespacio,
ente virtual sin dueños ni lideres supremos.
Está sucediendo algo digno de atención: Goebbels empieza a fenecer como
dogma. Los venezolanos van en reversa en cuanto a la propaganda
chavista. Un receptor, el Pueblo, magullado por la mentira y el
desengaño —el mayor embuste: enfermedad y muerte de Chávez—, descalifica
el Mensaje y de ahí, al Mensajero. En Venezuela, y de una forma muy
peculiar, la mentira los está haciendo cada día más libres.
Francisco Almagro fue miembro del Consejo de Redacción de la revista
católica Palabra Nueva y el primer editor de la revista Espacio Laical.
Actualmente vive en Miami y es psicoterapeuta.
http://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/cuando-la-mentira-nos-hace-libres-284853
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