Wednesday, September 12, 2012

A la ansiosa espera de dos velorios

A la ansiosa espera de dos velorios
[12-09-2012]
Carlos Alberto Montaner
Periodista, escritor y político

(www.miscelaneasdecuba.net).- La revolución cubana y el curioso engendro
bolivariano cuelgan de dos precarios hilos. Uno es la muerte de Fidel.
Nadie dentro o fuera de Cuba puede predecir qué sucederá en la Isla
cuando el caudillo cubano desaparezca y Raúl solo dependa de su propia y
limitada legitimidad para dirigir la dictadura. El otro es la muerte de
Hugo Chávez. El venezolano es el único arquitecto, junto a Fidel, de una
alianza contra natura en la que Caracas subsidia copiosamente a su
metrópolis a cambio de servicios de inteligencia, dirección política,
visión ideológica y misión histórica, todo ello disfrazado con la
coartada de contingentes sanitarios y entrenadores deportivos.

URSS-Cuba: el modelo de dominio

Para entender las relaciones entre Venezuela y Cuba hay que conocer cómo
fueron los vínculos entre la URSS y la Isla durante tres décadas. Ése
fue el modelo original.

En 1959, Fidel llega al poder decidido a clavarse en la historia
mediante una revolución colectivista basada en las supersticiones
marxistas, y a combatir incesantemente a Estados Unidos y a sus "lacayos
capitalistas" en todo el planeta. En ese momento, tiene unos objetivos
precisos, pero le faltan un método de gobierno y un modo de lograr sus
metas. Esto es lo que le proporcionarán los soviéticos.

En 1975, Cuba ya tiene un Partido Comunista y una constitución calcados
del modelo ruso, la policía política ha sido adiestrada por el KGB y la
Stasi alemana, el país forma parte del CAME, y la revolución ha adoptado
el modus operandi de los satélites de Moscú. Los cubanos, pues, viven
"the Russian way of life" y se sostienen, pese a la legendaria
improductividad del sistema, gracias al subsidio soviético, entonces
calculado en cinco mil millones de dólares anuales, sin contar los
armamentos y los créditos nunca satisfechos otorgados por los demás
países comunistas.

Por aquellos años, en 1979, Fidel, dominado por la euforia–ha triunfado
en Angola, Etiopía y Nicaragua– le comunica al historiador venezolano
Guillermo Morón, de visita en La Habana, su convicción de que en una
década él estaría paseándose triunfalmente por Washington. El Caribe,
ante la derrota total de Estados Unidos, sería el marenostrum cubano.

A principios de la década de los noventa todos esos sueños se
evaporaron. Súbitamente, desaparecieron los satélites europeos de Moscú,
el subsidio soviético, la URSS, y hasta la referencia ideológica
marxista, que pasó a ser una reliquia intelectual, como en su momento
sucedió con la alquimia o el espiritismo de Allan Kardec.

Pero, Fidel, patológicamente terco –uno de sus rasgos psicológicos más
notables–, insistió en la supremacía moral del marxismo-leninismo y en
el fin eventual del corrupto occidente capitalista.

De aquella época son sus discursos apocalípticos en los que advierte que
primero la Isla se hundirá en el mar antes que abandonar el comunismo,
mientras propone a Cuba como vivero de la ideología comunista: el país
quedaría como un fósil viviente de lo que fue el luminoso destino
comunista, hasta que la especie recobre la cordura política y se curen
las cicatrices de la traición moscovita a los ideales de la gran patria
de los trabajadores. Cuando llegue esa gloriosa parusía roja, ahí estará
el maravilloso modelo cubano para el rearme político y moral del planeta.


Y en eso se aparece Hugo Chávez

En 1995, con esos delirantes truenos restallando en el Caribe, Hugo
Chávez, amnistiado por el presidente Rafael Caldera tras el intento de
golpe militar de 1992, que dejó varios centenares de muertos en las
calles de Caracas, viaja a La Habana invitado por Fidel Castro.

El Comandante cubano quiere vengarse de Caldera, quien ha recibido al
líder opositor exiliado Jorge Mas Canosa. Los amigos de Castro,
encabezados por José Vicente Rangel, le sugieren que no le dé esa
legitimidad revolucionaria a quien no es otra cosa que un militarote
golpista, confuso y autoritario, mentalmente abducido por Norberto
Ceresole, un fascista argentino antisemita, procedente del peronismo de
izquierda, enamorado del "modelo libio"montado sobre la base de un
caudillo supremo, un ejército que le sirve de correa de transmisión y
una masa que lo acompaña en la aventura mediante asambleas locales
dedicadas a la ratificación de la voluntad del líder.

Fidel no les hace caso. A partir de ese primer contacto, Hugo Chávez,
personaje sujeto a los caprichos de una musa promiscua y casquivana que
se va con cualquiera capaz de hacerle un cuento radical, se subordina de
manera creciente al liderazgo emocional e ideológico de Fidel Castro y
comienza a desechar el discurso islamo-fascista de Ceresole.
(Eventualmente, acabará expulsándolo de Venezuela).

Fidel sienta a Chávez en sus rodillas, como si fuera un muñeco de
ventrílocuo, y lo convence de que la verdad última está en el
colectivismo marxista y en la necesidad de enterrar al imperialismo
yanqui y a sus vasallos capitalistas, pero le advierte que todo eso hay
que hacerlo lentamente y con sumo cuidado, porque los enemigos son
muchos y muy poderosos. Fidel, en definitiva, posee una visión y una
misión y, gota a gota, se las inyecta a Chávez en su seca vena
revolucionaria carente de iniciativas propias.

En 1999 Chávez, tras ganar unas elecciones, comienza a gobernar a los
venezolanos. Ya tiene el propósito de trasladar a su país al "mar de la
felicidad" en que flotan los dichosos cubanos, pero llega al poder
dentro de las estructuras legales de una república convencional y ello
le impone limitaciones a sus planes. Da inicio, eso sí, a la ayuda
masiva a la Isla y al intercambio de petróleo por médicos y técnicos
sanitarios cubanos que prestarán labores sociales y montarán un esquema
de gobierno rabiosamente asistencialista dirigido a conquistar al
electorado a cualquier costo, sin reparar en las limitaciones económicas
del país.

En abril del 2002 se produce el golpe revertido contra Hugo Chávez.
(Escribo "revertido" y no fracasado porque el golpe triunfó y luego fue
anulado por las contradicciones entre los golpistas). Pero entre los
factores que contribuyeron a ese curioso desenlace estuvo la ayuda de Fidel.

Febrilmente, en aquellas horas azarosas, el Máximo Líder se dedicó a
tratar de coordinar algunos factores para salvar a su discípulo
venezolano. Llegó al extremo de llamar al entonces presidente de España,
José María Aznar, para pedirle que intercediera por la vida de Chávez,
algo que hizo el español.

A partir de ese punto, el Chávez rescatado del abismo se entrega
totalmente en manos de Fidel Castro. Sólo encuentra lealtad segura entre
los cubanos. Durante los días del golpe, hasta su más íntimo camarada de
armas, el ex teniente coronel Francisco Arias Cárdenas, lo acusa de
asesino y corrupto y se suma a los golpistas. Cuando Chávez restablece
su autoridad no toma represalias contra Arias Cárdenas. Lo asciende y
calla. Es decir, otorga.

Chávez ya no confía en los venezolanos. No confía en sus militares ni en
sus cuerpos de inteligencia. Tampoco en los empresarios a los que
enriquece. Llegado el momento, cuando se enferme gravemente, no creerá
ni en los médicos venezolanos. Sólo cree en Fidel Castro y en algo
bastante evidente: dentro de la Isla, el Comandante cubano ha creado un
férreo sistema de control a prueba de conspiraciones y un modo muy
eficaz de proyectar la imagen de su gobierno.

Es una dictadura implacable, pero el aparato de propaganda ha logrado
que se perciba como un pequeño y heroico país enfrascado en una lucha
titánica por ejercer la equidad distributiva enfrentado a un Estados
Unidos empeñado en aplastarlo.

Chávez importa de Cuba esa "tecnología represiva y propagandística". Es
muy eficiente y es el principal legado de las relaciones entre la URSS y
su satélite caribeño. La Seguridad cubana, experta en colocar
micrófonos, escuchar teléfonos y filmar subrepticiamente, espía a
militares, empresarios y políticos venezolanos, especialmente a los
chavistas. Con esos informes se consolida la entrega de Chávez a Cuba.
El venezolano se sabe rodeado de traidores potenciales. En realidad,
corazón adentro, nadie lo respeta o teme en Venezuela. Cuba se lo
subraya a Chávez constantemente para asegurarse su fidelidad a La Habana.

Fidel, además de atemorizantes informes de inteligencia, también le
transmite a Chávez el proyecto revolucionario: con los petrodólares
venezolanos y la misión, visión y metodología soviéticas, ahora pasadas
por La Habana y rebautizadas como Socialismo del siglo XXI, Chávez
heredará una revolución llave en mano por parte de los cubanos. Esa
mercancía le cuesta mucho dinero a los venezolanos.

Chávez y Castro, de manera inconsulta, incluso están decididos a unir a
los dos países. Para Chávez, la cubanización de Venezuela es una manera
de conservar el poder. Los petrodólares, por la otra punta, son para
Cuba la garantía de supervivencia económica sin necesidad de hacer unas
reformas que acabarían por barrer del mapa a la nomenklaturaque ordena y
manda.

Los dos líderes, incluso, ponen a trabajar a varios abogados en la
adecuación legal de ambos Estados para intentar ese difícil
apareamiento. Son dos especies parecidas, pero diferentes. Hay
resistencia al plan. El aparato cubano de poder no reaccionó bien cuando
el entonces vicepresidente cubano Carlos Lage, a fines de 2005, anunció
en Caracas que la Isla tenía dos presidentes: Fidel Castro y Hugo Chávez.

Para los venezolanos también era una unión incómoda. El 80% de esa
sociedad, incluidos muchos chavistas, no está interesada en subsidiar la
improductividad legendaria de los cubanos bajo el comunismo. A los
venezolanos no les gusta regalar su plata en una nación en la que más
del 30% vive en la pobreza. Incluso, cuando les preguntan a los
venezolanos si quieren un sistema como el de Cuba, también lo rechazan
abrumadoramente.


Rebeliones intestinas

Ese panorama comenzó a cambiar el verano de 2006. Hasta ese momento,
cuando se hablaba de "rebeliones intestinas", se trataba de una metáfora
que describía las conspiraciones políticas domésticas. Pero en julio y
agosto de ese año la frase se convirtió en una descripción real: los
intestinos de Fidel Castro, aquejados de divertículos, entraron en
crisis y por poco lo matan. Literalmente, se rebelaron y estallaron.
Fidel se convirtió en ex presidente con poder de veto real, dotado de un
magullado ano artificial.

Irónicamente, en el verano del 2011 su discípulo Chávez, con sólo 57
años, pasaría por un episodio parecido, pero mucho más grave. Se trataba
de un cáncer, aparentemente desarrollado en el colon y fatalmente
extendido a otros órganos y zonas de su organismo. Según los expertos,
incluidos Dan Rather y el presidente del Banco Mundial, morirá a corto
plazo, muy probablemente antes de las elecciones venezolanas del 7 de
octubre próximo.

En otras palabras, los planes del Socialismo del Siglo XXI, acaudillados
por Chávez y bendecidos por Fidel Castro, quedaban abocados a
desaparecer como consecuencia de la muerte cercana de sus dos únicos
protagonistas.

Siete consecuencias de la muerte de Chávez en las relaciones
cubano-venezolanas.

En efecto, tras la muerte de Chávez, cualquiera que ocupe Miraflores,
incluso si se trata de un chavista, entenderá que la subordinación a
Cuba y la entrega de cuantiosos subsidios a esa Isla carece totalmente
de sentido. ¿Por qué? Por varias razones:

Primero: No se trata de un pacto entre estados o entre partidos, sino un
vínculo personal surgido de las peculiares relaciones entre dos
caudillos. Esos nexos no son transferibles. Quien herede a Chávez no
heredará el terror de Chávez a sus compatriotas.

Segundo: Para Hugo Chávez, inseguro e ideológicamente errático, ponerse
en manos "de los cubanos" tal vez tenía cierto sentido práctico. Fue en
esa alianza donde encontró alguna seguridad para sustentar su gobierno.
Para su heredero, estas relaciones de dependencia carecen de sentido y
no agradecerá la presencia en el país de un servicio de inteligencia
extranjero espiando a los venezolanos.

Tercero: Es posible que Cuba, en una primera fase, se convierta en el
gran elector del sucesor de Chávez, pero la consecuencia oculta de esa
decisión es que habrá media docena de venezolanos importantes, dotados
de capacidad para intrigar, agraviados por la excluyente decisión de La
Habana. Esos venezolanos preteridos por los Castro serán una fuente
permanente de agitación.

Cuarto: Los venezolanos, chavistas y antichavistas, son nacionalistas y
les irrita que unos extranjeros se conviertan en los grandes árbitros de
la política nacional. Cualquier líder (insisto: chavista o antichavista)
que esgrima la causa nacional frente a la injerencia extranjera, tendrá
un fuerte apoyo de las masas y el gobierno cubano no tendrá la menor
posibilidad de evitarlo.

Quinto: Hay dos maneras de que un poder extranjero ejerza su dominio
sobre otra nación, como ocurre en la Venezuela de Hugo Chávez. Una de
ellas es porque existe un caudillo todopoderoso que lo permite y
estimula. La otra, como sucedía en los países satélites de la URSS,
porque el Ejército Rojo era capaz de aplastar cualquier expresión de
independencia, como sucedió en la Alemania comunista en 1953, en Hungría
en 1956 y en Checoslovaquia en 1968 durante la "Primavera de Praga".
Cuba, especialmente bajo Raúl Castro, no tiene la fuerza, la capacidad o
la voluntad que se requiere para ejercer ese papel imperial. Cuando le
digan que se vaya tiene que comenzar a empacar inmediatamente.

Sexto: La manera más sencilla de ponerle fin a al oneroso trato
económico dado a Cuba es exigir que la Isla pague sus deudas. Al fin y
al cabo, es así como los chinos se relacionan con la dictadura. Es
posible que Pekín tengan simpatías ideológicas, pero los negocios son
los negocios.

Séptimo: Cuando se produzca el fin del subsidio venezolano a Cuba, miles
de cubanos tendrán que regresar a su país. Algo parecido ya sucedió a
principios de los años noventa con varios millares de estudiantes y
trabajadores que vivían en la URSS y en otros países comunistas que
abandonaron el sistema. Muchos optaron por quedarse en Europa y, poco a
poco, la mayor parte logró emigrar a Estados Unidos. Es presumible que
un buena número de los cubanos que están en Venezuela elegirá quedarse
en el país y cortar las amarras con Cuba, librándose así de una relación
de semiesclavitud, dado que el amo cubano alquila sus súbditos al patrón
venezolano y en la transacción La Habana se queda con el 85% del precio
de ese alquiler.

Cuando tal cosa ocurra y Cuba sufra la pérdida del inmenso subsidio
venezolano, para los cubanos será como un déjà vu. La sociedad volverá a
principios de la década de los noventa, cuando la URSS eliminó su ayuda
a la Isla y el consumo disminuyó un 50%. En ese punto, Raúl Castro
deberá decidir si continúa insistiendo en el disparate comunista de
partido único, dictadura policiaca y planificación estatal, o si acaba
de enterrar de una vez ese perjudicial engendro. Si su hermano está
vivo, probablemente vete los cambios que el país necesite. Si ya ha
muerto, tal vez (nadie puede asegurarlo) se imponga el sentido común.

Nota: Publicado en el número de septiembre de 2012 de la revista
mexicana Letras Libres dentro de un dossier dedicado a Venezuela.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=37063

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