Thursday, September 18, 2014

¿“Madurando” el desastre?

¿"Madurando" el desastre?
MIRIAM CELAYA, La Habana | Septiembre 18, 2014

Por estos días el personal cubano contratado en la sede diplomática
venezolana de La Habana anda de capa caída: habrá reducciones en la
abultada plantilla y nadie sabe exactamente a cuántos ni a quiénes
tocará "la mala". Se rumora que cuando los diplo-burócratas pasen la
cuchilla –seguramente con asesoría de los tenebrosos comisarios
cubanos–, habrá muchos empleados isleños "disponibles".

Por las dudas, ya ninguno de ellos, otrora beneficiarios de toda la
confianza y del desbocado petrodespilfarro bolivariano, se ausenta ni
llega tarde. De golpe desaparecieron los problemas personales, las
entradas y salidas irregulares, los pedidos de permisos para asistir a
reuniones de padres en las escuelas o a los turnos médicos de los hijos.
Como por ensalmo, ha mejorado ostensiblemente la disciplina durante el
horario laboral, así que ya no se juega en las computadoras, cesaron los
habituales cotilleos sobre las telenovelas de moda que tanto ayudaban a
sobrellevar el tedio vespertino de las oficinas, y también finalizaron
las largas conversaciones telefónicas a cuenta del erario público
venezolano.

El inminente reajuste, sin embargo, no debería sorprender a nadie. En
los últimos meses ya había señales que auguraban tiempos de austeridad:
los salarios sufrieron recortes, los almuerzos habían perdido la
abundancia, calidad y variedad de antaño, los "estímulos" y otras
prestaciones se habían espaciado hasta desaparecer, y también se
suspendieron las pantagruélicas fiestas por cualquier motivo, con
comidas y bebidas a tutiplén, a las que asistía hasta el gato. Porque en
la muy chavista y bolivariana embajada de Venezuela todos –cubanos y
venezolanos– eran una gran familia, más allá de su jerarquía y
ocupación, como corresponde a las auténticas revoluciones populares.


Todo indica que allá lejos, en Miraflores, hay una merma alarmante en
las arcas "del pueblo" y llegó la hora de limitar la distribución y
cortar los cordelitos de la piñata de forma tal que solo alcancen a
ellos los ungidos más altos.

Los recortes que ahora aplica el aparato diplomático venezolano en La
Habana son solo un insignificante eco de una estrategia general de
parches e improvisaciones ineficaces con las que el presidente Nicolás
Maduro pretende detener el desplome económico de mayor envergadura que
haya sufrido esa rica nación en décadas, y que incluyen medidas tan
draconianas como una cartilla de racionamiento digital –porque la
miseria debe estar a tono con los avances tecnológicos–; una desatinada
política de "precios justos" que ha disparado el contrabando y la
corrupción, a la vez que el desabastecimiento de los alimentos y otros
productos de primera necesidad en los mercados; y también una
disparatada multiplicación del aparato burocrático del gobierno para
"controlar" los agujeros por los que están escapando a la vez el capital
y las fidelidades.

La prédica de la pobreza (ajena) como virtud

Los gobiernos de las naciones democráticas se congratulan cuando, bajo
su administración, se eleva el nivel de vida de su población. De hecho,
cualquier individuo con un mínimo de sentido común debe desconfiar de un
gobierno que declare la pobreza como virtud y, en consecuencia, sostén
del sistema sociopolítico de un país. Semejante lógica indica que ese
gobierno se dedicará entonces a fomentar la pobreza, puesto que cuantos
más ciudadanos pobres haya mayor será el capital político y el apoyo con
que contará el poder...

Contradictoriamente, quienes dicen gobernar "para los humildes" declaran
como uno de sus objetivos esenciales "combatir la pobreza", sin embargo,
en la práctica la reproducen y la agudizan; mientras ellos mismos se
enriquecen. Es axiomático. Uno de los más conspicuos ejemplos de esto es
el nicaragüense Daniel Ortega, quien hizo una meteórica metamorfosis de
guerrillero a millonario durante su primer gobierno, cuando triunfó
aquella revolución "para los pobres" de Nicaragua. No obstante, la
pobreza debe tener sus encantos, puesto que Ortega fue nuevamente electo
para la presidencia en Nicaragua; así como Chávez, en su momento, fue
reelecto en Venezuela y más recientemente fue elegido –aunque con un
dudoso margen– su pupilo, el actual presidente Nicolás Maduro. Mientras,
los cubanos pobres andan tan ocupados en tratar de sobrevivir en la
miseria que ni siquiera tienen idea de lo que son elecciones
presidenciales desde hace más de medio siglo.

Así pues, aquel reciente comentario del señor Tarek el Aissami,
gobernador del estado de Aragua, acerca de que es mayor la fidelidad al
chavismo en tanto más pobre es el individuo, responde al mismo principio
de todas las revoluciones "socialistas", pero no es exacto: él no se
refería a "los pobres" como personas de bajos ingresos y escasas
oportunidades, sino a esos sectores marginales y vocingleros, proclives
a la violencia, que por muy bajo costo son utilizados por los regímenes
dictatoriales para intimidar y reprimir a los desafectos. Luego, el
proyecto bolivariano pretende sostenerse políticamente, no con el apoyo
de los pobres –un sector en crecimiento– sino con el terror impuesto a
través de estos grupos de malhechores certificados por el poder para
atropellar impunemente cualquier reclamo ciudadano.

Porque lo cierto es que, si bien el nivel de vida de los venezolanos ha
estado cayendo irremisiblemente en los últimos años, en particular desde
la llegada al poder del camarada Maduro, lejos de crecer el número de
adeptos al chavismo, se han estado multiplicando los inconformes y los
movimientos de protestas antigubernamentales.

Barril sin fondo no es barril

Es una regularidad que todo régimen que pretende cimentarse
políticamente sobre bases populistas asume las riquezas nacionales –y
también las privadas– no solo como propias, sino como si éstas fuesen
inagotables. Conciben así las arcas del Estado como un barril sin fondo.
El castrismo en Cuba es un viejo ejemplo de ello, y hoy el chavismo en
Venezuela constituye el paradigma más escandaloso si se toma en cuenta
la magnitud del despilfarro y el saqueo que han socavado la enorme
riqueza petrolera de esa nación en solo 15 años.

Las erogaciones incontroladas de la riqueza del país para desarrollar
programas "solidarios" con regímenes afines de la región, en un intento
de expandir la vieja epidemia de corte "socialista-antiimperialista",
los costosos e insostenibles planes sociales, la dilapidación del
patrimonio público por parte de la llamada boliburguesía y sus
colaboradores, entre otro cúmulo de disparates, no fueron iniciativas de
(In)Maduro, pero las políticas desarrolladas por éste han precipitado y
agravado sus efectos.

En la actualidad, cuando el absurdo económico del proyecto chavista toca
su más alta cota y Venezuela, en el colmo de la ineficacia y corrupción
administrativa, se ve obligada a acudir al mercado internacional para
importar el crudo ligero necesario para procesar sus propios
hidrocarburos, cada vez se perfila con mayor nitidez el fatal destino
histórico de Nicolás Maduro: el heredero –por voluntad mesiánica de un
difunto– de un poder que supera sus escasas capacidades acabará
asumiendo en solitario una responsabilidad que correspondería
principalmente al fundador del delirio, su mentor Hugo Chávez, ahora
trasmutado en inocente pajarito.

Así, cuando la nave chavista naufrague definitivamente en las aguas de
su propio fracaso, su fundador –que no vivió lo suficiente para pagar el
precio de esa alucinación que alguna vez llamó "socialismo del siglo
XXI"– quedará grabado en la memoria de millones de zombis
latinoamericanos como el filántropo, el líder preclaro que trazó el
derrotero; mientras Nicolás Maduro pagará los platos rotos de un festín
que por mucho tiempo seguirá costando caro a los venezolanos de hoy y de
mañana.

Mucho lo lamentamos los cubanos de bien, puesto que gracias a ese
descomunal atraco de la elite chavista al tesoro petrolero venezolano,
hemos asistido a la prolongación artificial de nuestra dictadura
vernácula por casi 15 años más.

http://www.14ymedio.com/opinion/Madurando-desastre_0_1636036384.html

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