Tuesday, September 9, 2014

El chavismo y el culto a la pobreza

El chavismo y el culto a la pobreza
El presidente venezolano Nicolás Maduro no hace más que intentar
apropiarse de un concepto que no es marxista, sino demagogo y manipulativo
Redacción CE, Madrid | 08/09/2014 4:23 pm

No es que se encuentre algo novedoso ni original en el comentario.
Cuando el gobernador del estado Aragua, Tareck El Aissami, afirmó que
los venezolanos, mientras "más pobres" son más leales al chavismo,
estaba repitiendo al mismo tiempo una verdad, un mito y una mentira.
La verdad es que cualquier proyecto que proponga beneficios a los más
pobres encontrará oídos receptivos entre ellos.
El mito es la exaltación a la pobreza, que está detrás de lo expresado
por el gobernador, y que el propio presidente venezolano, Nicolás
Maduro, hizo más evidente al agregar una frase del nicaragüense Augusto
C. Sandino, quien dijo que "los humildes son los que siempre llegan al
final". Algo que por otra parte tampoco es cierto.
Al evocar a Sandino —es patético como la izquierda reaccionaria vuelve
una y otra vez a las figuras de antaño, como tratando de sacar agua de
un pozo agotado— Maduro no hace más que intentar apropiarse de un
concepto que no es marxista, sino demagogo y manipulativo, y que
precisamente la Iglesia Católica más tradicionalista explotó por siglos:
los más pobres son los verdaderos elegidos para el Reino de los Cielos.
También es otro ejemplo de que el ideario chavista —si es que así puede
considerar algo que más allá de una mezcolanza es una aberración— carece
incluso de "frases hechas" propias y toma de aquí y del otro sin
importarle la coherencia, pero eso es algo que apenas vale la pena repetir.
A Maduro se le podría decir que, desde el punto de vista cristiano, el
concepto de elección divina de los pobres quedó atrás con el
protestantismo, e incluso el propio Vaticano lo esgrime poco hoy en día.
Una cosa es la humildad —que entre paréntesis la Iglesia postula pero no
practica en su sede— y otra bien distinta es elevar a santidad el ser
pobre. No es que los católicos consideren, al igual que los
protestantes, que Dios premia con riquezas en la tierra a los elegidos,
sino que el sermón de resignación y Cielo eterno para los desposeídos ha
sido sustituido en gran medida por una agenda social, aunque no
política, al menos en apariencias.
Por supuesto que desde el punto de vista de compensación emocional
constituía un consuelo pensar, mientras se padecía hambre y miseria, en
una recompensa futura. Pero la utilización de esa satisfacción
espiritual, convertida en instrumento de sumisión, siempre fue
criticada, precisamente, por los revolucionarios.
No es que el chavismo no postule entre sus objetivos el vencer la
pobreza en Venezuela. Simplemente se trata de que no enfrenta el
proyecto de una forma adecuada. Todos los planes de "misiones
socialistas" parten de un principio abyecto, y es mantener la
dependencia del ciudadano con el Estado. Aquí radica la mentira.
El chavismo no se plantea reducir la pobreza, no lo ha logrado tampoco,
sino dosificarla, administrarla, y en algunos casos incluso extenderla.
Actúa así porque sabe que, por lógica —y lo planteado por el gobernador
del estado Aragua lo dice a las claras— al disminuir esa base de
personas que viven en una dependencia perpetua con las limosnas del
gobierno, disminuye también su apoyo. Eso ocurre incluso —o más aún— en
los países donde se llevan a cabo planes eficientes de reducción de la
miseria, que no es el caso precisamente de Venezuela.
Ha ocurrido en Estados Unidos, donde por ejemplo miles de ciudadanos
negros han logrado no solo salir de la pobreza, sino convertirse en
miembros de la clase media, e incluso millonarios, y en la actualidad
pertenecen a organizaciones o expresan opiniones similares a los
capitalistas blancos, asiáticos o de otro origen étnicos.
Estos ciudadanos que han logrado superar las limitaciones de origen
social —y el mencionar a los negros responde solo a buscar un ejemplo
fácil, porque ocurre con independencia de raza— apoyan y buscan leyes
que les permitan obtener máximos ingresos y pocos impuestos, sin
preocuparles el destino de otros tan pobres, como lo fueron sus padres o
abuelos. Que dicha actitud resulta reprobable desde un punto de vista
ético, y poco humanitaria, es cierto. Sin embargo, no por ello deja de
reflejar un característica natural en el ser humano, donde el
individualismo e incluso el egoísmo no es fácil de desterrar.
La solución, siempre difícil —y que no ha resuelto tampoco el
capitalismo ni el neoliberalismo, aunque también se proclamen en
abanderados contra la pobreza—, es buscar un equilibrio que combine las
necesidades y ambiciones personales con el bienestar común.
Se puede argumentar que tal camino resulta casi siempre una simple
hipótesis, pero mucho más válida que el estereotipo de buscar bondades
en la pobreza. Porque más allá de una corriente dentro de la novelística
realista y social de los siglos XIX y principios del XX —luego heredada
por cierto en la telenovela, tan cultivada en Venezuela— hay poco mérito
en la pobreza. Precisamente porque a quienes están en esa situación no
se les permite, o les resulta difícil, alcanzar mérito alguno, en cuanto
a comportamiento social y no en referencia a casos individuales.
Incluso el marxismo tradicional hablaba de trabajadores —que vivían
miserablemente— pero no depositaba sus esperanzas en los más
desposeídos, que ni siquiera contaban con el "privilegio" de poder ser
explotados. Quienes caían en la situación de sobrevivir de la limosna,
gracias a la caridad, caían en la categoría amplia del "lumpen
proletario", fácil de manipular por cualquier poder, especialmente por
el más reaccionario.
Ciudadanos pobres —muy pobres y sin esperanzas— apoyaron el nazismo en
Alemania o el fascismo en Italia, y formaron parte de los escalones más
bajos de los cuerpos represivos, donde se caracterizaron por su
ferocidad, alimentada por una vida de frustraciones y maltratos.
Precisamente a este sector desposeído —más que a quien es pobre por
recibir un bajo salario— es al que siempre mira al chavismo como base de
apoyo. Sector que más que por la pobreza se define por la marginalidad.
Son quienes han encontrado en el chavismo una razón de ser. Y si el
gobierno de Chávez y ahora el de Maduro les brinda un sentido de
integración política —para ser utilizados de acuerdo a sus fines—, no
por ello los libra de la marginalidad social y económica.
Fue el marxismo soviético, con Lenin a la cabeza, el que glorificó a los
pobres en novelas y películas. Los utilizó y por supuesto al mismo
tiempo los explotó.
Si el chavismo retomó ese concepto desde el inicio —y con el gobierno de
Maduro lo ha sobrecargado de fanatismo y fanfarronería—, no es solo por
su carencia de un cuerpo ideológico moderno y apto, sino sobre todo por
esa injusticia innata en su forma de proceder, que necesita de la
escasez, las dificultades ciudadanas y la falta de artículos que cubran
las necesidades más elementales, a fin de sobrevivir. Al fin y al cabo,
ni Chávez ni Maduro se han preocupado por convertir al gobierno en el
gran y único empleador —como hizo Fidel Castro en Cuba y ahora Raúl está
dando marcha atrás por incapacidad económica del Estado—, más allá de
agrandar el aparato burocrático y servirse de la industria petrolera ya
existente. Les ha bastado con transformar la asistencia estatal —a la
que está obligado cualquier país en mayor o menor medida— en una forma
de caridad política y un reparto de prebendas y migajas, donde los
pobres reciben poco y muchísimo menos de lo que merecen por vivir en una
nación con una gran riqueza petrolera, que a diario se despilfarra.

http://www.cubaencuentro.com/internacional/noticias/el-chavismo-y-el-culto-a-la-pobreza-320125

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