Publicado el lunes, 09.08.14
ALEJANDRO ARMENGOL: La pobre metrópoli venezolana
ALEJANDR OARMENGOL
Mientras los analistas discuten los últimos nombramientos ministeriales
de Nicolás Maduro, hay un hecho que no se menciona, quizá por lo obvio:
estos cambios fueron dictados por La Habana. Señalarlo encierra el
peligro de la repetición, pero ésta nunca es poca si la advertencia es
buena. Venezuela avanza hacia el abismo, y parte de la culpa es de Fidel
Castro.
Si en Cuba la administración diaria de los asuntos de gobierno recae por
completo en Raúl Castro, la relación con Caracas continúa en buena
medida bajo la sombra del hermano mayor. Esta distribución de labores
—en una alianza familiar que no admite fisuras hacia el exterior aunque
se fundamente en personalidades disímiles— obedece no sólo a factores
biológicos y condicionamientos de edad, sino fundamentalmente a una
razón práctica. Maduro necesita algo que Raúl obtuvo hace muchos años,
durante su juventud guerrillera: legitimidad revolucionaria. Y para
brindársela está Fidel Castro.
No por gusto el mandatario venezolano acudió a una breve visita a La
Habana en agosto, y no fue simplemente a saludar a Castro por su
cumpleaños y hablar de moringa. Fue una visita de consulta, y no hace
falta información de inteligencia al respecto. A diferencia de una Cuba
donde Raúl Castro trata de imponer cierto pragmatismo y tomar algunas
decisiones económicas, la Venezuela actual es cada vez más prisionera de
la arcadia ideológica. La manipulación ideológica es, tanto el hombre
como la circunstancia en Fidel Castro.
Basta revisar lo que habla a diario Maduro, para comprobar que su
discurso se pierde en tonterías y banalidades, a las que recurre como un
mecanismo de distracción, pero también para politizar el acto más nimio.
Esto lo (mal) aprendió de Fidel Castro. La clave aquí es vender la
imagen de abarcarlo todo, cuando en realidad la pauta la dicta un
objetivo único: conservar el poder.
El mandato de Maduro se ha caracterizado no solo por la inercia sino por
el rumbo errático. Nombra a principios de año a Rafael Ramírez como una
especie de zar económico y ahora lo designa canciller. Al mismo tiempo,
quien ocupaba ese cargo, Elías Jaua, pasa del cielo a la tierra: de los
frecuentes viajes en avión a la administración de comunas. Con ese mover
de peones no se consolida una jugada, apenas se gana tiempo. Y puede
hacerlo porque tiene petróleo con el cual engullir sus errores.
De administrar Maduro no sabe nada. Lo suyo es un trono heredado, que
unas elecciones amañadas apenas consiguieron apuntalar. No es que las
urnas legitimaran el dedazo de Chávez, sino que el Consejo Nacional
Electoral lo impuso. Lo demás ha sido un reparto desordenado de la
riqueza nacional, de prebendas a limosnas, con el gobierno de La Habana
como uno de los principales beneficiados.
Trono heredado, pero también con la carga de una "familia real'', a la
que hay que mantener contenta: Maduro sabe que si los parientes del
fallecido presidente le retiran el apoyo, su poca "legitimidad
chavista'' se vería en peligro.
Por eso nuevos privilegios que añadir a los existentes: María Gabriela,
hija de Chávez y favorita de Castro —envuelta en un escándalo de
corrupción en Argentina— enviada a Nueva York de embajadora alterna ante
la ONU, con poco que hacer y mucho que gastar; Asdrúbal Chávez, otro
pariente, en este caso primo, al frente del Ministerio de Petróleo y
Minería.
En medio de esta trama de corrupción y favoritismo, Fidel Castro de gran
padrino de la familia Chávez, como lo demostró la visita a Punto Cero de
María Gabriela, a finales de abril de este año.
Hay una especie de mantra, repetida en el exilio y por la oposición
cubana, que liga el fin del chavismo con el cambio en Cuba. También
puede afirmarse lo inverso. Para los venezolanos, el gobierno de los
hermanos Castro es un factor de estancamiento y retroceso, que alarga la
permanencia del chavismo.
Todos los pasos que está dando Maduro, guiado por Fidel Castro, llevan
al hundimiento económico del país, el deterioro y la ruina. Y el daño no
se limita al presente. No se puede destruir sin empeñar el futuro. En
primer lugar ese futuro al que supuestamente se aspiraba. Cuando el
chavismo acabe, es posible que la nación se convierta en destino de los
más rapaces intereses financieros internacionales y el capitalismo más
despiadado. La culpa será de Chávez y Castro.
Maduro tampoco sabe de historia, y en última instancia poco le importa.
Cuba tiene una larga tradición de arruinar metrópolis. Le ocurrió a
España, empecinada en mantenerse en la isla "hasta el último hombre y la
última peseta". No se puede decir que destruyó a la URSS, pero sí que
fue parte de ese proceso de deterioro, donde los fines políticos e
ideológicos en el exterior valían más que el bienestar del ciudadano del
país. Ahora Venezuela marcha por el mismo rumbo.
http://www.elnuevoherald.com/2014/09/08/1836136/alejandro-armengol-la-pobre-metropoli.html
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