El ADN del populismo 'revolucionario' latinoamericano
FABIO RAFAEL FIALLO | Ginebra | 16 Ago 2013 - 10:43 am.
Naufragio económico, represión política y frustración social. ¿Es el
populismo en América Latina la crónica de un fracaso anunciado?
El venezolano Nicolás Maduro, durante la campaña electoral que lo
enfrentó a Henrique Capriles.
El destino del populismo "revolucionario" en América Latina puede
perfectamente calificarse de crónica de un fracaso anunciado. Pues
regímenes dirigidos por los Perón, Velasco Alvarado, Omar Torrijos,
Salvador Allende, los Kirchner o Hugo Chávez, sin olvidar la variante
totalitaria de los Castro, conducen, unos más trágicamente que otros, al
desastre económico, la represión política y la frustración general.
La crónica empieza cada vez en el jolgorio y la ilusión, con la
esperanza puesta en un líder, general o comandante que promete
satisfacer las ansias de justicia, igualdad y bienestar de la población.
Como la tarea es inmensa, y poderosos son los enemigos, advierte el
líder, es preciso concentrar en las manos del partido todos los resortes
del poder. Lo que significa librar una lucha sin tregua contra la
oposición ("fascista" y "vendida al Imperio" por definición), exigir a
los medios de comunicación ponerse a tono con los "imperativos
revolucionarios", coartar hasta suprimir la independencia del poder
judicial y reorganizar las fuerzas armadas para convertirlas en el brazo
militar de la "revolución". Lo que también implica reformar la
Constitución con miras a hacer posible y legalizar la perpetuación en el
poder del providencial salvador.
Uno de los primeros pasos concretos de la "revolución" consiste en
afianzar el peso del Estado en la economía. Para ello, el gobierno
populista suele recurrir a cuatro tipos de medidas: aumenta los
impuestos, y lo que es más, pone en marcha la expropiación de empresas
de la "oligarquía" y compañías extranjeras; utiliza para fines políticos
los recursos del Estado; emite dinero inorgánico y aumenta la deuda
pública del país.
Tales medidas no dejan de crear efectos tan indeseables como
previsibles. La producción declina a causa del entorno institucional
hostil a la iniciativa privada (impuestos, expropiaciones e inseguridad
jurídica). Y como por lo general el gobierno ha puesto más dinero en
circulación, la inflación comienza a roer el poder de compra y la
calidad de vida de la población.
El líder, aunque trate de restarle importancia a la inflación, no puede
negar la existencia de la misma, atribuyéndola a una tentativa de
sabotaje por parte de los "enemigos del pueblo", y no a su política
económica. Desenvaina entonces otra arma contundente: el congelamiento
de los precios de artículos de primera necesidad.
Una nueva etapa comienza. Toda empresa cuyos costos de producción son
superiores al precio de venta dictado por el gobierno se ve obligada a
cerrar. El congelamiento de precios desalienta además la inversión
privada. Las expropiaciones arrecian. La producción nacional se estanca
o retrocede. La economía del país se hace cada día más dependiente de
las importaciones.
El sector exportador, que genera las divisas necesarias para pagar las
importaciones, no corre mejor suerte. Aquí también el alza de impuestos
tiende a aumentar los costos de operación. Las nacionalizaciones
desarticulan la producción. A las empresas estatales se les exige
transferir al gobierno una gran parte de sus ingresos en divisas, así
como aumentar el personal para fines proselitistas. Todo esto va en
desmedro de la competitividad internacional de las empresas afectadas.
El incremento de las importaciones unido al deterioro del sector
exportador conduce a la depreciación de la moneda nacional, lo que es
sinónimo de carestía de productos importados y por ende de más inflación.
Ante esa grave situación, la "revolución" reacciona de la misma manera
que lo ha hecho con respecto al alza de los precios de artículos de
consumo: denuncia una estratagema de los "enemigos del pueblo" y fija
artificialmente la tasa de cambio.
El problema es que con esa tasa de cambio, la demanda de divisas es
superior a la oferta, lo que da lugar a la proliferación de un mercado
paralelo.
El régimen sale entonces a la caza de ese mercado paralelo creado por su
propia insensatez, logrando solamente agravar la crisis.
La merma de la producción local, el control de precios y la falta de
disponibilidad de divisas crean a su vez las condiciones para que
escaseen artículos de primera necesidad. El desabastecimiento corroe la
vida cotidiana de la población. Pero en vez de admitir su
responsabilidad, el gobierno acusa de nuevo a los "enemigos del pueblo"
de sabotear la "revolución".
Añádase a esto que el congelamiento de precios, el mercado paralelo de
divisas y el desabastecimiento constituyen el caldo de cultivo idóneo
para el auge del contrabando y la corrupción.
Lo que se desprende del panorama infernal aquí descrito es que el mismo
no es un fenómeno fortuito sino que obedece a una dinámica inherente a
las políticas aplicadas por el populismo "revolucionario": el daño
provocado por cada una de esas disparatadas medidas induce al gobierno a
responder con un nuevo desvarío económico, el cual conduce a otra
calamidad, la cual, a su vez, lleva al gobierno a adoptar nuevas medidas
contraproducentes, y así sucesivamente.
El populismo "revolucionario" no comprende, o no puede comprender sin
negar su esencia misma, que el arsenal de medidas que utiliza solo
conduce a la catástrofe económica. No comprende que no es criminalizando
el lucro y asfixiando la iniciativa privada como la actividad económica
puede prosperar y servir al bienestar general sino, al contrario,
ofreciendo un marco institucional y jurídico propicio a la inversión
privada nacional y extranjera.
Lamentablemente, el régimen se obstina y rehúsa dar marcha atrás, salvo
anunciando uno que otro "reajuste" vacuo que no habrá de aportar nada a
la solución. Pero como mientras tanto ha concentrado en sus manos los
resortes del poder, se servirá cada vez más de la represión para
mantenerse en pie.
Cierre de órganos de prensa y canales de radio y televisión, acoso
jurídico a periodistas, dirigentes de la oposición y representantes de
la sociedad civil, encarcelamientos arbitrarios y, por supuesto,
irregularidades electorales, fraude o supresión definitiva de la
consulta popular —el famoso "Elecciones ¿para qué?" de Fidel Castro— son
los instrumentos utilizados por los regímenes populistas en la guerra
asimétrica que libran contra el pueblo que inicialmente los aplaudió.
Hasta la ineluctable explosión.
Por ello no tiene nada de sorprendente que algunos gobernantes aliados
al chavismo, como Daniel Ortega o Rafael Correa, si bien conservan la
virulencia retórica y el desprecio por los derechos humanos, hayan
preferido frenar su fervor "revolucionario" en el campo de la política
económica: Ortega ha abierto las puertas de Nicaragua al capital
extranjero, en particular estadounidense, en tanto que Correa, por más
pestes que eche en contra de la "dolarización", se ha abstenido de abolirla.
http://www.diariodecuba.com/internacional/1376508652_4648.html
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