Venezuela: aviso a navegantes
MIGUEL SALES | Málaga | 1 de Mayo de 2017 - 09:40 CEST.
Los últimos sucesos de Venezuela entrañan una advertencia para los
cubanos. Son un aviso a quienes creen que las elecciones abren el camino
para salir del totalitarismo: en diciembre de 2015 la oposición ganó
allí los comicios y obtuvo el 70% de los escaños de la Asamblea
Nacional; desde entonces el Parlamento no ha logrado que el Gobierno
ponga en vigor ni una sola de las leyes aprobadas por la Cámara. Pero
también son un aviso para quienes creen —como creo yo— que la solución
radica en llevar a las calles la protesta popular contra el régimen y
despojarlo de toda legitimidad residual. Los venezolanos han puesto ya
30 muertos sobre la mesa de negociaciones y la dictadura de Nicolás
Maduro no se ha dado por enterada.
Si bajo el yugo del comunismo dinástico ni las manifestaciones masivas
ni las victorias electorales parecen servir de nada, ¿cuál es la
solución? ¿Cómo se pasa de la tiranía del partido único, la policía
política y la economía estatizada e ineficiente a un régimen de
derechos, donde se celebren elecciones democráticas y se respete la
vida, la libertad y los bienes de los ciudadanos?
Con la mitad de ese rechazo social manifestado abiertamente cayeron las
autodenominadas democracias populares del Este de Europa. Pero, como
señalan Horowitz, Montaner y otros autores, el comunismo dinástico es
más duro de pelar. Ahí están Corea del Norte, Cuba y Venezuela para
demostrarlo. A sus gestores, lo que el pueblo prefiera o lo que opine la
comunidad internacional, les tiene sin cuidado. Los pactos
internacionales, también.
Hasta ahora, uno de los axiomas del "Socialismo del Siglo XXI" era
llegar legalmente al poder y ejercerlo preservando lo más posible una
fachada de democracia burguesa y, al mismo tiempo, crear las condiciones
para vaciar de contenido las instituciones del Estado. Con el Ejército
sobornado y penetrado por el espionaje cubano, la Judicatura
domesticada, el Parlamento dividido y la prensa amenazada, sería
relativamente sencillo dominar el país y conservar el poder sine die,
incluso sin renunciar a la celebración de elecciones periódicas. En esas
condiciones los estamentos intermedios que forman la sociedad civil
—iglesias, sindicatos, prensa, asociaciones profesionales, etc.— no
serían capaces de oponer demasiada resistencia al Ejecutivo, y la
población en pleno terminaría por capitular y someterse al poder.
Ese enfoque funcionó bien mientras duró la burbuja petrolera, que le
permitió a Chávez comprar adhesiones dentro y fuera del país. Pero una
vez fallecido el fundador del sistema y deprimidos los precios del crudo
por los avatares del mercado mundial, la prolongación de la estrategia
se les ha puesto muy cuesta arriba a Maduro y sus padrinos habaneros,
que lo auparon a Miraflores.
A partir de ahora, el régimen bolivariano tendrá que operar como una
dictadura firmemente atrincherada tras un cerco de bayonetas o de lo
contrario se verá obligado a entregar el mando a la oposición. La
Constitución que promovió el finado caudillo de Barinas y que las masas
entusiastas aprobaron por aplastante mayoría (en estos regímenes las
mayorías siempre aplastan), conservó su validez mientras sirvió a los
intereses de la camarilla dominante, que eran por su propia definición
los intereses "del pueblo". Como ese apaño ya no funciona, el Gobierno
hace caso omiso de las normas que él mismo se impuso. Porque en el mundo
del socialismo real el fin siempre justifica los medios. Y de lo que se
trata allí es de preservar el poder de los jerarcas del partido
gobernante, sus parientes y amigos boliburgueses, y seguir
proporcionando a La Habana al menos una fracción de los subsidios
petroleros indispensables para la subsistencia del tardocastrismo.
En ese contexto, el que piensa de otro modo y manifiesta su desacuerdo
no es un adversario, sino un enemigo del pueblo. Su nicho ecológico es
el paredón, la cárcel o el exilio. Si el régimen de Maduro consigue
matar, encarcelar y expulsar del país a un número suficiente de
venezolanos, como hicieron los hermanos Castro entre 1959 y 1962, quizá
logre sobrevivir muchos años más. Sus mentores cubanos harán todo lo
posible porque lo consiga y pondrán toda la carne ajena en el asador,
cuidando bien de no involucrarse demasiado para que EEUU no se sienta
obligado a intervenir en el pugilato. En tiempos como los que corren y
con un presidente como Trump en la Casa Blanca, mejor curarse en salud.
La oposición venezolana dispone todavía de un pequeño margen de
oportunidad para echar a Maduro y sus secuaces, antes de que estos den
la última vuelta de tuerca e implanten un sistema de terror análogo al
que permitió la supervivencia del castrismo en la década de los 60.
Agotado ese plazo, la masa crítica opositora habrá disminuido y el miedo
habrá aumentado lo suficiente como para asegurar la prolongación de la
dictadura.
Quienes en Cuba o fuera de ella sueñan con llegar a ser una oposición
leal y reformar el castrismo "desde dentro", deberían tomar nota.
Quienes creemos en la eficacia de la protesta popular, también.
Como otros regímenes totalitarios a lo largo de la historia y lo ancho
del planeta, el comunismo leninista es irreformable. Los albaceas de la
herencia que dejó el difunto Comandante Único lo saben de sobra.
Y Cuba no es Venezuela. Es mucho peor.
Source: Venezuela: aviso a navegantes | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1493624447_30769.html
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