Venezuela, entre el poder y la fuerza
FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | Miami | 14 de Mayo de 2017 - 08:11 CEST.
Hagan lo que hagan Nicolás Maduro y sus cómplices, han perdido el poder
y no van a recuperarlo. Solo les queda la fuerza. La fuerza no es el
poder. La fuerza es músculo. El poder es cerebro. La fuerza es expedita.
El poder es paciente, magnánimo. La fuerza se sufre. El poder se goza.
La fuerza siempre es visible, palpable. El poder es etéreo, flota en el
ambiente.
El premio Nobel Elías Canetti lo ejemplificaba en Masa y poder con el
juego del gato y el ratón: cuando el gato apresa el ratón, hace uso de
la fuerza. Puede matarlo y comérselo. Pero si lo suelta y le permite
correr un trecho, e incluso juega con el sin hacerle daño, cambia la
relación: el gato controla al ratón, está en su esfera de poder. Puede
hacer con el roedor lo que quiera. Tan pronto lo liquide, el poder se
habrá convertido otra vez en fuerza.
Es preciso entender los conceptos fuerza y poder porque suelen
compararse los casos de Venezuela y Cuba como dictaduras similares. Son
tan distintas como las líneas paralelas que, gracias al colapso de una
de ellas, solo pueden unirse en el ocaso, al caer una sobre otra. No son
ni parecidas en sus antecedentes, desarrollo y probablemente los finales.
El régimen cubano ha sentado cátedra en lo que podríamos llamar el arte
de la represión y el poder: lograr que sea el propio individuo quien se
autorreprima y ni siquiera notarlo. El poder del arte represivo ha
necesitado de un exquisito refinamiento de los mecanismos de control
social, familiar e individual; el metódico bloqueo de la información
exterior; y la presencia del líder carismático, excepcional, creador de
un sistema de vigilancia y contra-chequeos como no ha existido otro en
este continente.
Aunque el caso cubano no es una singularidad histórica, porque antes
fueron los rusos, alemanes, italianos y españoles, los cubanos han
alcanzado un nivel de coacción social pocas veces visto: cada 100 metros
a lo largo y ancho del país son vigilados por sus propios vecinos;
cooperan con dinero, donaciones de sangre y otras tareas menesterosas
con quienes los denuncian y castigan.
Pero cuando en Venezuela hay militares tirando bombas lacrimógenas al
pecho de los estudiantes, haciendo rodar por encima de los jóvenes
tanquetas color muerte, los cubanos dicen que eso jamás se vio en Cuba.
Como sucedió antes en la URSS con los gulags, o en Alemania con los
campos de concentración, en la Isla hubo decenas de miles de presos y
cientos de fusilados sin que la mayor parte de la población se enterara.
Al estilo de Garaje Olimpo, el filme argentino, Villa Marista y 100 y
Aldabó parecen dos apacibles construcciones, distintas porque una tiene
mejor hechura que la otra. El policía cubano de hace 40 años era un
guajirito oriental, noble, casi iletrado, al que había que cuidar para
que los maleantes no le dieran golpes.
Vivía aún en La Habana cuando el Maleconazo, el más grande acto de
insurrección popular después de 1959, y puedo dar testimonio presencial
que después de contener algunos protestantes con tonfas y mawashi geris,
los policías vistiendo la camiseta de una brigada constructora y quienes
se manifestaban, vieron descender de un jeep al Máximo Líder. De
inmediato, quienes gritaban "¡Abajo Fidel!" empezaron a vocear,
desgañitándose: "¡Viva Fidel!". Eso, aunque disguste, se llama poder.
El poder escapó finalmente de las manos maduristas el miércoles 29 de
marzo, cuando el Tribunal Supremo de Justicia impuso las decisiones 155
y 156, adquiriendo, a la fuerza, las atribuciones de la Asamblea
Nacional, elegida por 14 millones de venezolanos. No fueron ni las
expropiaciones ni los fraudes electorales continuados los detonantes de
la dentellada. Los dirigentes bolivarianos consumieron ahí su cuota de
poder. Pretenden seguirlo haciendo con una Constituyente que tampoco
tiene respaldo de la mayoría. Poca astucia felina.
¿Qué hubiera sido lo apropiado siguiendo los códices maquiavélicos?
Convertirse, como lo hizo Castro en varios momentos de la historia, en
su propia oposición; liderar un movimiento alternativo, sutil, para
contener la inconformidad, el desaliento, la frustración. Dejar que los
tecnócratas primero, y sus "talibanes" después, jugaran con las "mieles
del poder" para culparlos del fracaso en los 80 y a inicios del milenio,
respectivamente. En un segundo tiempo, aplastar con ferocidad la
disidencia interna, la primera y peor de todas.
Nicolás Maduro no tuvo ni tendrá ese carisma, y por derivación, ese
poder. Sabemos de huevos y piedras que le esperan en cualquier calle.
Los venezolanos le han perdido el respeto. Y eso, según la sabiduría de
la calle, no se recupera. Se ha metido o se ha dejado meter en un
callejón sin salida, y como una fiera acorralada solo puede escapar matando.
¿Podría haber un segundo aire para el chavismo? Eso dependerá de la
fuerza que sigan aplicando contra su pueblo, proporcionalmente inversa
al poder legítimo. ¿Podrían los operadores cubanos, dueños del gato,
detener la matanza? Dependerá de que encuentren otra mascota: este gato,
aunque negro y cazador de ratones, no está apto para tan refinada faena.
Source: Venezuela, entre el poder y la fuerza | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1494587357_31066.html
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