Vigencia de la causa primera
VICENTE ECHERRI
El autogolpe que Nicolás Maduro acaba de orquestar mediante el decreto
del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, que arrebata sus poderes
a la Asamblea Nacional, viene a ratificar el carácter autoritario del
chavismo —en el mismo momento en que la Organización de Estados
Americanos debate la situación venezolana y contempla la imposición de
sanciones a ese país.
La descarada acción del TSJ encona la situación, refuerza los argumentos
del adversario y provoca declaraciones de condena en casi todo el mundo;
sin embargo, pese a lo previsible de esas reacciones y en medio de la
peor crisis de los últimos 17 años y sus altísimos índices de
impopularidad, el chavismo, en lugar de buscar fórmulas conciliatorias
que puedan sacar a Venezuela del atolladero donde esa gestión la ha
hundido, opta por radicalizar el proceso y atrincherarse en el poder,
prescindiendo de una de las pocas máscaras que le quedaban.
Sabedor de que en las próximas elecciones con un mínimo de honradez el
oficialismo sería derrotado, el señor Maduro (lo de señor no está dicho
en serio) acentúa las contradicciones en un gesto de desesperación.
Cree, debe creer, que él, amparado por sus turbas y sus sicarios
incompetentes, tiene un derecho sacrosanto a mandar que le otorga la
unción revolucionaria, aunque la gran mayoría de sus conciudadanos opine
lo contrario. Este credo es antiguo, los reyes absolutos ya eran de la
misma opinión y los tiranos de todos los tiempos e ideologías siempre lo
han defendido. Es una obsesión enfermiza que tiene gran solera y
arraigo, responsable de muchos sufrimientos a lo largo de los siglos y
que sólo se cura en el patíbulo.
Los cubanos, que en América ostentamos el decanato de esta calamidad —la
dictadura ineficaz de izquierda— nos sentimos solidarios de los
venezolanos y lamentamos, como es de suponer, este asalto a la
democracia de parte de uno de los poderes públicos que existe para
defenderla. Al mismo tiempo, creo que a muchos de nosotros nos anima una
amarga satisfacción, porque durante mucho tiempo los gobiernos
democráticos de Venezuela previos al chavismo, y muchos miembros de sus
clases dirigentes (políticos, empresarios, intelectuales, periodistas)
fueron obsecuentes con el castrismo —que ha asolado a Cuba como una
plaga— y, en gran medida, sus cómplices.
Si por los venezolanos decentes, que padecen diariamente el chavismo en
las calles, siento genuina simpatía, por todos aquellos que durante
muchos años, desde el poder o en los medios de prensa, coquetearon
babosamente con el mayor liberticida que ha habido en este hemisferio,
esta nueva vuelta de tuerca no deja de alegrarme, amén de que viene a
darnos la razón a todos los que siempre dijimos que el chavismo no era
otra cosa que una metástasis del cáncer castrista.
De ahí por qué sigo creyendo que la remoción del tumor primario es
pertinente hoy como hace tres décadas o medio siglo, no importa los
afeites (viajes, embajadas, pequeños negocios) con que una vieja tiranía
haya querido enmascarar su podredumbre. Mientras La Habana sobreviva
como excrecencia y bastión del totalitarismo, sus réplicas están
garantizadas. Por eso la OEA —si fuera en verdad una organización seria—
tendría, al juzgar la crisis venezolana, que mirar hacia Cuba como
principal fuente de irradiación de este morbo que transmite, de manera
indefectible, opresión ciudadana y ruina económica. Aunque Castro y
Chávez estén muertos, los capos y los testaferros siguen estando en su
lugar.
Escritor cubano, autor de poesía, ensayos y relatos.
Source: Vigencia de la causa primera | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/vicente-echerri/article141959689.html
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