Sobrevivir en Venezuela
REINALDO POLEO, Caracas | Noviembre 11, 2015
Alex es uno de esos personajes que marcan tu vida. Es un tipo brillante,
un científico concienzudo, metódico, enfocado. Así ha sido desde el día
en que lo conocí, por allá en los ochenta, cuando estudiamos juntos en
la Fundación La Salle en la Isla de Margarita.
Es un ávido lector, cuya personalidad parece surgida de una obra de
Franz Kafka, con Hermann Hesse de padre y Mafalda de madre.
Su paciencia le ubicó desde el principio en lo que quería hacer:
definitivamente este hombre nació para ser un piscicultor.
Es el tipo que uno dice nació en el lugar y momento equivocados.
Desde nuestra salida al mundo laboral, Alex se enfocó en la producción
piscícola, la cual ha logrado dominar extraordinariamente. Es un tipo
que debería estar desarrollando esta actividad en un país que la
necesita como medio para la producción de proteínas.
Alex nunca ha dudado, se ha caído y se ha levantado. Es un venezolano
digno que en su patria ha creído, cree y se mantiene en el sueño de que
podrá; está aquí y ahora, padeciendo como todo venezolano, no planea
huir, se ha quedado a "tratar"...
Hace días que venimos intercambiando notas, hablando de las cosas que
pasan y las que creemos pasarán o deberían pasar. Ahí estoy yo, sentado
en un rincón de la consulta, esperando al médico, cuando llega su
whatsapp. Es el mensaje de un hombre cansado. A veces la lucha contra
molinos de vientos cansa.
"Bueno amigo, ya mañana me toca subir al Junquito a seguir con los
peces, pero antes debo cumplir con un ritual que le corresponde a mi
casta: ir a PDVAL [Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos].
El ritual comienza hoy, acostándome antes de las ocho de la noche para
descansar bien, ya que, si además de hacer la cola, deseas comprar, hay
que llegar antes del amanecer.
Salgo por lo general a las cuatro de la mañana confiado ya que los
malandros, como oscuros guácharos, van de retorno a sus guaridas y por
eso es posible que hoy no sea mi último día de cola en esta vida.
Llego al PDVAL y, como siempre, ya el ritual de mi casta se ha iniciado
desde tempranas horas del día anterior. Me lo indican los que, en la
cola, duermen sobre cartones. Yo ocupo mi sitio al final de los que no
son del grado llamado tercera edad, los cuales hacen otra cola.
No todo es tan malo durante las horas que antecederán a la apertura del
PDVAL. Se da a lugar interesantes charlas con otros miembros del clan y
cuando ya la luz del día comienza, comienzan también a perfilarse las
siluetas. ¡Y qué siluetas!
Ya a las seis, un miembro afrodescendiente –aún no entiendo que hay de
malo en llamarlos morenos y/o negritos– pasa recogiendo nuestras cédulas
e informa de una vez en qué lote vas a entrar. Aún queda tiempo para
seguir charlando y disfrutar de las siluetas, que me recuerdan una
hermosa frase dicha por una amiga: 'Formas superlativas, casi
insolentes, de belleza'.
A las siete y media abren y comienzan a entrar los primeros lotes. Estos
pioneros, vía celular, avisan de lo que hay y también comienzan a
acaparar para sus amigos en las colas los productos básicos; por esa
razón, al entrar es común ver a un hombre o mujer con un carrito con
doce pollos, por ejemplo, cuando solo dan dos por persona.
Ya a las nueve, mi lote está por entrar. Al escuchar tu nombre avanzas,
te entregan tu cédula y entras. Algo que siempre ocurre es que, al
traspasar el umbral, la gente, literalmente, corre hacia los anaqueles.
Yo no he llegado a ese nivel, pero sí comienzo a caminar más rápido.
Me dirijo primero hacia donde está la leche, el arroz, azúcar, café y
aceite, solo con suerte habrá todo. Luego, hacia las cavas a buscar el
pollo a 70 bolos el kilo y la carne a 250. Con mucha, mucha suerte,
habrá las dos cosas. Ya apoderado de esos productos, tu ánimo se aquieta
y buscas ya alguna cosa extra que se te antoje. La fase final es la cola
para pagar, tan lenta y pesada como la de entrada. A las once ya estoy
fuera de PDVAL. He cumplido el ritual."
Luego de semejante relato, le pregunto si la lycra es uniforme
obligatorio, si se lleva algún bebé cargado y si hay damas de gran
tamaño guardando puestos a 10 comadres en los primeros lugares, a lo
cual me responde:
"Bueno, hay leyendas urbanas que cuentan que en los PDVAL del 23 de
Enero, El Valle y La Vega es solo para uso de un clan llamado 'el de los
Colectivos'.
También está el Clan de las Mujeres, las cuales llegan con sus bebés
cargados y con otro adentro u otra cola con ciegos y cojos y gente en
silla de ruedas; solo faltaría la llegada de un maestro espiritual para
completar el cuadro."
Me explica que las "leyendas urbanas" provienen de otros historiadores
en cola, sobrevivientes de las colas antes mencionadas.
Al fin llega la doctora. La noto visiblemente contrariada: la compañía
de seguros quiere bajarle significativamente los honorarios, debe operar
una fractura de tibia y peroné, desplazada y abierta en un miembro del
Clan de los Motorizados. Ella pide 70.000 bolívares. Como honorarios, la
compañía reconoce solo 30.000. Inmediatamente, me hace referencia al
precio del dólar, sus estudios, los riesgos...
Una operación como esa por 87 dólares es absurdo, y más absurdo es que
pretendan colocarle unos honorarios de 37 dólares. Ella se explica, sabe
que no gana en dólares, pero en un país en el cual todo es importado,
pareciera que pagáramos en dólares. En especial, cuando un médico no
puede hacer cola un día en un PDVAL, porque el motorizado caído no puede
esperar. Tal vez se una al éxodo de profesionales que tienen exitosas
prácticas en el exterior. En Venezuela, llegamos a formar excelentes
profesionales de la medicina, entre otros.
Nuestros médicos se han graduado en la práctica diaria de médicos de
guerra, ya que se han visto en la necesidad de actuar en las peores
condiciones sanitarias, con equipos y medicinas limitadas, arriesgando
sus vidas cuando la delincuencia les secuestra para salvar la vida de un
hampón, so pena de perder la suya si falla.
De igual forma me llega el relato de don Rey, un peregrino mensual de la
Dirección de Medicinas de Alto Costo del Seguro Social, que pertenece al
Clan de los que luchan contra un Cáncer. Una vez al mes se reúne con el
Clan, desde tempranas horas de la madrugada, a esperar por la medicina
necesaria para hacer frente a tan terrible enfermedad. Una vez más, ha
perdido una mañana de trabajo, sin embargo, no pudo encontrar la
medicina; esperó a que abrieran para recibir la noticia: no hay.
Una dama que viene de lejos, con su cabeza cubierta por una pañoleta,
que difícilmente oculta su carencia de cabello, se atreve a preguntar
para cuándo tendrán la medicina. La fría respuesta del funcionario es la
misma para todos: "No tengo idea, no hay fecha".
Al otro día, don Rey coincide con la dama en la taquilla de al lado y
alcanza a escuchar al funcionario negarle la medicina porque "ese día,
no le toca". Cabizbaja, la dama se aleja, ha de volver a su hogar a más
de tres horas de la oficina destinada a prestar servicio "al pueblo".
Nadie dice nada, todos voltean la mirada, nadie se atreve, si le niegan
la medicina es una sentencia de muerte. La dama sin cabello se aleja en
silencio, con los hombros inclinados por el peso de la sentencia de muerte.
Don Rey la sigue con la mirada, un nudo en la garganta le ahoga pensando
en su propia mortalidad. Don Rey ama la vida y aguanta la humillación
porque quiere vivir.
Su mirada se detiene en el graffiti pintado en la pared del frente, el
boceto de un hombre con la mano alzada y la leyenda que pide: "Liberen a
Leopoldo". Ese muchacho y su familia pertenecen al Clan de los Presos
Políticos, esos también tienen su sentencia.
En ese preciso instante, en la cola de Locatel en Los Palos Grandes,
Yubiriluz se enfrenta con Yuletzaida. Ambas son mujeres de gran tamaño.
La primera guarda el puesto a seis comadres, dos de ellas embarazadas y
con criaturas en los brazos; la segunda asegura que estaba ahí desde
temprano cuidando el puesto a otras tres. Ellas son "bachaqueras
cuidadoras" (revendedoras). El empujón de Yuletzaida logra que Yubiriluz
caiga de bruces; del sostén cae un fajo de billetes y un celular. Las
mujeres en la cola tratan de apartarse sin perder sus puestos, algunos
hombres se acercan solo a mirar y, entre risas, hasta apuestan.
Yubiriluz se levanta con inusitada agilidad mientras una de sus cuidadas
recoge del piso sus pertenencias, al mismo tiempo extrae de la pantaleta
cubierta por la lycra una filosa navaja. Los hombres se alejan, unos
gritan. Ante la mirada atónita del resto de la cola, se prepara a
embestir a su atacante.
Un par de policías de Chacao aparecen en sus motos, la gente les llama a
gritos, pero siguen su curso sin siquiera parpadear bajo sus lentes oscuros.
Sin embargo, algo ha cambiado, la mujer armada se ha alejado. Solo por
esta vez Yuletzaida se ha salvado, seguramente mañana coincidirán en
otra cola por comida, seguramente mañana no correrá con la misma suerte.
Y así transcurren los días en nuestra aldea Venezuela: unos saquean para
sobrevivir, mientras los más poderosos construyen sus imperios con el
elixir oscuro que mana del suelo.
Las tropas oscuras temen al Clan del Norte, al parecer hay vientos de
guerra entre clanes.
El Clan del Sur cuida sus tiranías regionales disfrazadas de democracia
y pueblo, mientras fortalecen las defensas a costa del hambre del pueblo.
Y el pueblo vive separado, enfrascado en las luchas entre sus
paupérrimos clanes, soportando y cuidando sus miserias individuales.
Los héroes desfallecen bajo la mirada de un pueblo desunido, crítico
desde el miedo y en la espera de la ayuda del Mesías del Norte, porque
no sabe cómo salir de su propia cobardía.
Unos se van, otros se quedan. Pero eso no es lo importante; lo
importante son los que adentro o afuera se abren paso a la miseria, a la
pobreza mental que aniquila los sueños y adormece al sentimiento.
No crean que todos estamos muertos, yo cada día construyo mi clan, en mi
familia, con mis amigos. Cada día que pasa hablo de la Venezuela que
sueño, y tengo la dicha de conocer a más personas que despiertan y
comienzan a soñar, mejor aún, comienzan a moverse en función de sus sueños.
Mi clan está aumentando. En mi clan no se saquea, se trabaja, no se hace
la guerra, pero estamos dispuestos a darla.
En mi clan no forjamos ejércitos, sino ideas. En mi clan no destruimos,
sino que nos empeñamos en construir.
En mi clan, Alex será el piscicultor que necesitamos, don Rey vivirá más
para disfrutar de la vida que en sus 74 años ha entregado. La dama del
pañuelo en la cabeza se volverá a peinar su cabello y los niños de
Yuletzaida y Yubiriluz, así como los de sus compañeras, tendrán las
mismas oportunidades que tuve yo. Oportunidades que no son gratis, pero
un buen gobierno debe crear las garantías para que todos podamos pagarlas.
Porque mi clan no pertenece a la Generación Boba que espera que las
cosas le vengan del cielo o de un gobierno que se las regale o de
saquear el esfuerzo ajeno. Es hora de dar paso a los constructores, al
pueblo crítico y productivo, a la verdadera democracia y a la defensa de
las libertades.
Source: Sobrevivir en Venezuela -
http://www.14ymedio.com/internacional/Sobrevivir-Venezuela_0_1886211380.html
No comments:
Post a Comment