Almagro y los insultos
ORESTES RODRÍGUEZ
Pareciera que los insultos están de moda. El secretario general de la
OEA, Luis Almagro, no escapa a ellos. Más adelante haré referencia en
qué consisten dichos insultos. Pero el centro de esta columna es
comentar las incidencias dentro de la OEA, con motivo del cónclave
reunido para tratar el caso de Venezuela y, por ende, el informe de
Almagro al respecto, como se ha recogido en la prensa.
No es secreto que la Venezuela chavista constituye una nota discordante,
al igual que Cuba, en el concierto de las naciones democráticas de este
hemisferio, que están bajo el imperio de la Carta Democrática, excepto
Cuba, suscrita por ellas en septiembre 11 de 2001, la cual es un
instrumento que proclama como principal fin el fortalecimiento y
preservación de la institucionalidad democrática, al establecer que la
ruptura del orden democrático o su alteración, que afecte gravemente el
orden democrático de un Estado miembro, constituye un obstáculo
insuperable para la participación de su gobierno en las diversas
instancias de la OEA.
La referida Carta Democrática, a su vez, refleja en lo político un
compromiso de cada país en la democracia; en lo histórico recoge los
aportes de la OEA; en lo sociológico, expresa la demanda de los pueblos
de América y en lo jurídico expresa la actualización e interpretación de
la Carta Fundamental del organismo regional aludido que postula en su
Artículo 1. Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus
gobiernos la obligación de promoverla y defenderla.
Sentado lo expuesto, la preocupación del secretario general de la OEA
radica en que es de notorio conocimiento que el régimen de Nicolás
Maduro, heredado del chavismo, anda con los cabos sueltos y ha internado
la Patria de Bolívar en un atolladero que abarca las condiciones
políticas, económicas y sociales de su pueblo. Cada día el panorama que
viven los venezolanos no puede ser más deprimente hasta el punto que
varias panaderías no han escapado del rapaz gesto gubernamental y han
sido incorporadas a la función estatal, con el conocido futuro de
privaciones y rotura productiva.
Si bien es cierto que el pueblo venezolano le demostró al régimen de
Maduro su rechazo en las elecciones del 6 de diciembre de 2015 y surgir
un nuevo Parlamento de mayoría opositora, su funcionamiento ha venido
siendo torpedeado e impedido de llevar adelante su papel de órgano
legislativo para traer nuevos aires al asfixiado horizonte causado por
el chavismo. La ley de amnistía para los presos políticos ha sido un
sueño que todavía no ha visto su efectividad, como lo demuestra, entre
otros, el caso insólito de Leopoldo López, quien ha sido condenado al
margen de toda prescripción legal que se ajuste a hechos cometidos por
el mismo y donde lo que sí afloró fue la venganza del régimen contra
este joven luchador.
Otro de los aspectos inauditos ocurridos y ordenados por Maduro y su
élite, es el papel claudicante de los miembros del Tribunal Supremo de
Justicia, al emitir un dictamen en virtud del cual le retira la
inmunidad a los miembros de la Asamblea a despecho de lo establecido en
la Constitución bolivariana, que expresa en su artículo 3: "El Estado
tiene como fines esenciales la defensa y desarrollo de la persona y el
respeto a su dignidad, el ejercicio democrático de la voluntad
popular…", la cual recayó en dicha Asamblea.
Regresando a los insultos a que aludo más arriba, la canciller
Rodríguez, en el marco de la reunión de la OEA, expresó sin ningún
recato que Almagro era un mentiroso, un mercenario y otros epítetos
injuriosos, como es norma y costumbre de los regímenes dictatoriales
cuando son objeto de reclamos para el cumplimiento de los pactos y
normas de las cuales son signatarios. La canciller venezolana soslayó la
más sintética y noble definición del orador formulada por los antiguos
romanos: vir bonus dicendi peritus, esto es, el hombre bueno, perito en
el arte del buen decir. No en balde Cicerón repetía: "El mucho saber es
fuente del bien decir", lo que pone en tela de juicio la aptitud de la
supradicha canciller.
En ningún foro o en la prensa es dable comportarse utilizando términos
ofensivos e insultantes contra funcionarios públicos de cualquier
categoría, y si de discrepar se trata, las reglas del buen decir deben
predominar en vez de acudirse a las ofensas y diatribas, porque todos
los idiomas poseen suficientes medios para hacerlo con la elegancia que
demanda el uso de la palabra o el uso de la escritura.
Para los hermanos venezolanos todo lo que hace que la vida,
habitualmente, sea fecunda, plena, alegre, floreciente, cálida y
fraternal, falta en ese desolado pueblo, por obra y gracia de un
gobierno que marcha contra viento y marea.
Abogado cubano. Reside en Miami.
Source: Almagro y los insultos | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-venezuela/article141982854.html
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