Saturday, August 1, 2015

La rutina del fracaso

La rutina del fracaso
AMÉRICO MARTÍN

No sé si el 6D es una de esas fechas que llaman decisivas. Será en todo
caso un momento de confrontación de mucha importancia, tanta que vale la
pena incorporarse a ella. Notable es que pese al lamentable esfuerzo de
edificar un "tercer camino" o de alentar la abstención, confluyan dos
tendencias y solo dos. De un lado el gobierno, con la plenitud de los
poderes firmemente empuñada, y del otro la oposición, a horcajadas de un
profundo deterioro de las variables principales del país y del visible
desprestigio de la cansina revolución bolivariana.

Hay consecuencias visibles: por primera vez las consultoras,
coincidiendo con el ambiente crítico que se aprecia en todas las
esquinas, cantan una quizá holgada victoria democrática; y luego, el
poder –venas hinchadas y húmeda la frente– prodigándose en ardides para
revertir la tendencia, que por cierto no parecen funcionar de lo mejor
que digamos. Suele ocurrir que cuando se va contra la corriente las
cosas no salgan del todo bien y en caso contrario los éxitos parezcan
fáciles. Mencionaré tres tentativas fallidas de aquella acera y tres
éxitos inesperados del lado opositor. Lo primero, repito, es que las del
gobierno pretenden cambiar el curso normal de los hechos, en tanto que
los éxitos democráticos brotaron como los hongos en el rocío.

La tripleta maquinada por el régimen incluyó 1) las inhabilitaciones de
candidatos democráticos de opción segura; 2) el decreto madurista de
redistribución de alimentos a través de establecimientos oficialistas, y
3) la mano dura con Guyana en el marco de una exaltación patriótica que
inevitablemente nos hace evocar la operación Malvinas, detonada por la
última promoción de los gorilas argentinos con el fin de engalanarse con
preseas nacionalistas. Terminaron en la cárcel y la ignominia.

Los logros de la MUD son más naturales, más sencillos y en parte
inesperados. 1) Tarjetas y planchas únicas, 2) Comando único de campaña
y 3) estrategia delicadamente diseñada con el fin de aprovechar la
sinergia en el proceso electoral y, sobre todo, para unificar las
medidas programáticas que aplicaría la eventual mayoría opositora en la
Asamblea Nacional. Ha sido un gran salto hacia la reclamada unidad que
sorprendió a escépticos bien intencionados y a quienes apuestan siempre
a que las cosas salgan mal.

Bueno ¿y es que el ventajismo se quedó sin recursos? No, en absoluto,
ciertamente el poder puede mejorar su desempeño y desnaturalizar las
elecciones de diciembre. Ganas no le faltan, recursos tampoco y ya se
sabe que el miedo a la derrota induce acciones desesperadas.

Pero la cuestión es que ver a la oposición acertar en áreas tan
pertinentes y al gobierno fallar en las suyas, tiende a alejar las
fatalidades. No es fatal que no se quiebre el serrucho tratando de
aserrar la piedra. No es fatal que no pierdan capacidad de respuesta
bajo el impacto de una victoria opositora, por aquello del efecto
residual de las derrotas significativas. Además se aprecia un
aislamiento nacional e internacional del poder en coincidencia con las
nuevas realidades hemisféricas (incluidas caribeñas) y mundiales. Aun
así nada es seguro, no obstante por eso mismo nada sería peor que
dividir o abstenerse o desacreditar a quienes están al frente de la
oposición. Ninguna de esas posiciones extremas ofrece opciones alternas
creíbles y todas –creyendo quizá de buena fe lo contrario– en última
instancia favorecen al poder, por muy alicaído que se encuentre.

Afortunadamente la propensión a votar se ha multiplicado y aquellos que
en ausencia de tarjeta única cultivaban la esperanza de alterar la
dirección de los vientos, no creo ya posible que lo logren.

Este panorama transcurre en medio de un cambio de la corriente que
pareció estallar desde hace tres lustros con las victorias electorales
de Chávez, y la seguidilla a la que parecieron unirse, dicho sea con las
dudas que entonces y ahora tuvimos, Lula, Kirchner, Evo, Ortega, Correa.
Bajo la dirección de Hugo Chávez y el prolongado mercado alcista del
petróleo, el mineralizado fósil del socialismo marxista sacó la nariz.
Durante siete décadas todas las ingeniosas variedades cultivadas bajo el
nombre del viejo pensador alemán con el acicate de Lenin se hundieron en
la ciénaga, una tras otra. El socialismo autoritario, el socialismo
real, el socialismo –cual Saturno– devorando a sus hijos, el socialismo
que aplastó sistemáticamente el pluralismo democrático.

Se había presentado con el aspecto de un ángel, como el príncipe feliz
de Oscar Wilde. Era la promesa del mundo nuevo.

De aquí proviene la inmensa personalidad de Lenin, de aquí dimana su
inefable encanto, había escrito Lunacharski, un excelente escritor ruso
doblegado por el fanatismo y la derretida devoción hacia el líder eterno.

Naufragó aquella utopía racionalista del siglo XIX. Se hundieron las
grandes revoluciones inspiradas en su nombre. Masas de ilusionados
militantes se movilizaron en Petersburgo y Moscú, en el inmenso
territorio chino, desde Kiangsí a Yenan, Shangai y Pekín. Fue demolido
el socialismo de Europa del Este, Corea, Camboya y el sacrificado
Vietnam. Se derrumbó el modelo de Tito, con todo y presentarse como el
primer socialismo de mercado, y Albania, el último mohicano estalinista
en el Viejo Mundo. Desde 2012 la Cuba de Raúl Castro formalizó el gran
viraje de resultado todavía incierto pero que puede llevarlo más allá de
lo que nadie se propusiera o imaginara.

¿Ante semejante hecatombe no era acaso como para tomar a la chacota el
socialismo siglo XXI?

La quimera estalló como granada fragmentaria y la tragedia reside en que
el presidente Maduro no se ha percatado o teme hacerlo.

Source: AMÉRICO MARTÍN: La rutina del fracaso | El Nuevo Herald -
http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/opinion-sobre-venezuela/article29401375.html

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