El diálogo en Venezuela es un fraude
[26-05-2014 11:42:57]
Mary Anastacia O'Grady
Patria de Martí
(www.miscelaneasdecuba.net).- Lenin se jactaba de que los "capitalistas"
le iban a vender la soga con la que él los ahorcaría. Fidel Castro
todavía está aprovechando al máximo ese consejo y, como muestra, basta
con mirar a Venezuela.
Desde el 10 de abril, cuando el títere de Castro en Caracas, Nicolás
Maduro, inició la llamada negociación con la oposición política, han
sido detenidos más de 500 ciudadanos vinculados a las manifestaciones
contra el gobierno. La Corte Suprema ha aprobado más restricciones al
derecho de reunirse en público y el diario El Nacional anunció que tiene
que dejar de publicar porque se le niegan los dólares que necesita para
comprar papel periódico.
El Congreso, que es controlado por el gobierno, informó que ningún
legislador opositor formará parte de una "Comisión de la Verdad" creada
para investigar la violencia política que ha tenido lugar desde el 12 de
febrero. Las milicias chavistas continúan aterrorizando a la población.
En otras palabras, el diálogo con la oposición alentado por el
Departamento de Estado de Estados Unidos no es más que un fraude.
Los estudiantes universitarios que siguen adelante con sus
manifestaciones callejeras pese a ser abandonados por el liderazgo de la
oposición lo saben. Atrapados en la pobreza, la delincuencia y la
desesperación de la Revolución Bolivariana, saben que no hay futuro en
un país sin libertad de expresión y sin acceso a una moneda fuerte, y
donde tienen que ir a extremos para conseguir alimentos. Rechazan vivir
en un mundo donde se les espía, se les lava el cerebro y se ven
obligados a adaptarse.
Es mucho lo que han arriesgado desde febrero. Ahora, la oposición
oficial, encabezada por el ex candidato presidencial Henrique Capriles,
les dice que no apoya un cambio de régimen. En lugar de ello, habrá "un
diálogo" con un estado policial que cuenta con el respaldo cubano.
El liderazgo opositor parece haber caído en esta trampa debido a su
preocupación por el alto costo de la desobediencia civil, tanto en
términos de sangre como monetario. Al Departamento de Estado
estadounidense le fascina hablar sobre los derechos humanos, pero sus
prioridades son la estabilidad y un flujo predecible de petróleo. Pero
esta no es una época de paz. En lugar de ello, la pretensión de un
diálogo le ha dado a la dictadura militar tiempo para reagruparse y la
ha ayudado a obtener legitimidad internacional.
Las conversaciones orientadas a obtener concesiones de una organización
criminal no tienen ningún sentido si no se cuenta con una palanca de
negociación importante, que la oposición tenía en marzo cuando la gente
estaba en las calles. Capriles, sin embargo, detuvo las grandes marchas
y acudió a la mesa de negociaciones sin conseguir condiciones previas
como la liberación de los prisioneros políticos, el desarme de las
milicias y la restauración de la libertad de prensa. Maduro puso el lazo.
Tampoco se trató del primer costoso error de cálculo de Capriles.
Después de una elección presidencial con muchas irregularidades en abril
de 2013, cientos de miles de venezolanos estaban dispuestos a marchar
hacia el tribunal electoral para exigir una auditoría. Capriles dijo que
le preocupaba un derramamiento de sangre y le pidió a la gente que se
quedara en casa.
El 4 de febrero, los alumnos en la ciudad de San Cristóbal salieron a la
calle para protestar pacíficamente contra un ataque sexual en una
universidad. La policía detuvo a algunos estudiantes y los encarceló
lejos de sus hogares. Cuando fueron liberados dijeron que habían sido
víctimas de abusos. Nuevas manifestaciones generaron nuevos arrestos.
Corrió la voz. El 12 de febrero, los estudiantes a lo largo del país
empezaron protestas locales contra "la tiranía". Grupos de la sociedad
civil se fueron sumando.
Maduro bloqueó la señal de la única fuente independiente de noticias en
la televisión (proveniente de Colombia) de manera que el público no se
enterara por fuentes no censuradas de la velocidad con que se expandía
el descontento. En los días siguientes, el gobierno cortó el servicio de
Internet a miles de hogares. Decenas de miles de personas salieron a la
calle a protestar en Caracas, donde fueron recibidos con gases
lacrimógenos, garrotes y balas de goma. Cientos de estudiantes fueron
arrestados mientras milicianos del gobierno, vestidos de civiles,
golpeaban a los manifestantes. Cuando el líder opositor Leopoldo López
fue llevado a la cárcel, los estudiantes redoblaron su apuesta por las
manifestaciones.
El gobierno contaba con la artillería, pero perdía rápidamente el
control de las calles. La escasez de alimentos se agudizaba y aunque las
protestas se centraban en los barrios más acomodados de la ciudad,
muchos manifestantes estaban llegando desde vecindarios más pobres.
Los chavistas ya habían infiltrado a los grupos de estudiantes. Maduro,
no obstante, necesitaba más ayuda. En marzo, empezó a ofrecer
concesiones a las empresas como un alivio limitado de los controles de
precios. Lo que algunos interpretaron como una señal de esperanza no era
más que manipulación. El régimen necesita a alguien que alimente la
nación o, como recomendaba Lenin, alguien que venda la soga.
Mientras tanto, Capriles mordió el anzuelo del "diálogo" y prometió
rechazar cualquier intento por derrocar a Maduro. El diálogo con los
compinches de Castro no tiene un historial de grandes logros. El
disidente cubano Oswaldo Payá desafió al castrismo siguiendo sus propias
leyes. Terminó muerto, cuando el vehículo en el que viajaba fue sacado
del camino por fuerzas de seguridad del Estado. En 2011, el presidente
colombiano Juan Manuel Santos entabló inocentemente "conversaciones" con
los narcoterroristas colombianos respaldados por Castro. En 2012
prometió que durarían meses, no años, pero los diálogos todavía continúan.
Miles de venezolanos han sido detenidos desde febrero y se estima que 41
han muerto. Algunos fueron asesinados por una bala de un francotirador
en la cabeza. Un Estado que practica esta clase de crueldad no va a
ceder el poder de forma voluntaria. Los patriotas dispuestos a pagar un
precio se lo tendrán que quitar.
The Wall Street Journal
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