Saturday, February 27, 2016

Amor populista

Amor populista
FERNANDO MIRES | Oldenburg | 27 Feb 2016 - 10:15 am.

El populismo no es una cosa en sí. El populismo es antes que nada una
relación; o si se prefiere, una forma de articulación entre una
determinada masa representada como pueblo y un determinado líder.

No hay populismo sin líder populista. El estudio del populismo supone el
estudio de la relación masa-líder. En esa relación intervienen
proyecciones que van más allá de los intereses de clases o grupos
sociales, razón por la cual tanto la racionalidad marxista como la
racionalidad económica liberal fracasan cada vez que intentan entender
al populismo como expresión de intereses materiales.

La razón populista no obedece a las pautas kantianas de la razón pura.
Por el contrario, es el producto de una razón extremadamente impura.
Digo impura, porque en la relación masa-líder intervienen múltiples
variantes; entre otras, las emocionales y, por supuesto, las libidinosas.

No hay populismo sin amor. Por esa misma razón no hay líder populista
que no haya sido amado.

Todo populismo supone una relación de intenso amor entre dos sujetos:
"la masa" que el líder convierte en pueblo y el líder que el pueblo
convierte en símbolo del amor colectivo.

Si pensamos de acuerdo a los cánones de la lógica freudiana, el
populismo implicaría un traslado de energías libidinosas hacia objetos
sustitutivos del amor sexual. De acuerdo al primer Freud —algo puritano—
el populismo sería entonces una perversión: amor depositado en objetos
situados al margen de la relación genital, perversión comparada al amor
necrológico o al amor fetichista.

De acuerdo a un Freud más maduro, en cambio, el amor del pueblo al líder
sería más bien una expresión de la polimorfía sexual. Por supuesto, la
polimorfía según Freud alude a diferentes objetos corporales
extragenitales en los cuales se invierte la energía libidinosa (boca,
vista, oídos). En el caso del amor populista se trataría en cambio de
una polimorfía no solo extragenital sino, además, extracorporal. En
cierto modo el amor a un líder sería un sentimiento comparado con el
amor a Dios. Dicho otra vez en el lenguaje del Freud joven: una sublimación.

Hay en ese sentido una polémica indirecta entre Freud, el teólogo Joseph
Ratzinger (alias Benedicto XVl) y el post-freudiano Jacques Lacan.
Mientras para el primero el origen de la líbido es sexual, y por lo
mismo el amor no sexual es una desviación respecto al sexual, para
Ratzinger, el amor originario es el amor a (y de) Dios y el amor a un
ser humano un derivado del primero. En ese punto las opiniones de Lacan
se encuentran —si borramos la palabra Dios— más cerca de Ratzinger que
de Freud.

Si partimos de una clásica premisa lacaniana —"el deseo precede al
objeto del deseo"— será posible deducir que el amor al líder populista
surge como resultado de un deseo indeterminado, sin objeto,
desarticulado. Y si llevamos la lógica lacaniana más allá de Lacan
podríamos incluso deducir que el líder populista cumple la función
articulativa del deseo colectivo. El líder, visto así, se nos ofrecería
como eje articulador de ese deseo. O para decirlo de otro modo: el líder
convierte al deseo colectivo en un pueblo, un pueblo que solo puede
representarse en el espejo del líder a la vez que el líder se contempla
en el espejo del pueblo. El populismo, no necesitamos pruebas para
demostrarlo, es un espejo de dos caras donde cada uno cree ver el rostro
del otro contemplándose a sí mismo. El amor populista es, como todo
amor, radicalmente narcisista.

En un punto sin embargo Freud, Ratzinger y Lacan están de acuerdo. En el
amor interviene el deseo de la eternidad (o de no morir, es lo mismo).
Nadie, efectivamente, cuando ama, decide amar por una semana o un par de
años. El amor, lo testimonian boleros y poemas, es el deseo de "amar
para siempre". El problema es que ese "para siempre" no tiene nada que
ver con nuestra condición humana, tan radicalmente mortal. Es por eso
que el amor al líder populista —para retornar al tema inicial— está
condenado al fracaso.

Justamente para evitar esa sensación de fracaso frente a la mortalidad,
el líder debe hacer lo imposible para dar muestras de inmortalidad, o
sea, debe mostrarnos que él está más cerca de Dios (o de la eternidad)
que de los hombres. Eso explica por qué la mayoría de los líderes
políticos son locos de remate. No ocurre lo mismo con los que no son
políticos. Sócrates, un indiscutible líder espiritual, siendo acosado
por el amor del general Alcibíades, lo rechazó diciéndole: "Lo que tu
quieres de mí no te lo puedo dar porque yo no lo tengo". Si un político
populista dijera lo mismo a su pueblo dejaría de ser populista y con
ello se convertiría en una persona normal.

Mientras más imposibles de cumplir son las promesas, mientras más
alucinado es el lenguaje, mientras más apocalípticas son las visiones,
más serán amados los líderes populistas. Hasta que llega el día en el
cual el líder demuestra ser un mortal cualquiera. Puede ser una derrota
militar o una derrota política. Ahí deja de ser un líder. Suele ocurrir
lo mismo en las relaciones de amor interpersonales.

Nadie quiere amar a una persona cualquiera. Todos queremos que el objeto
elegido por nuestro deseo sea un objeto extraordinario. El amor, por lo
menos en las fases iniciales, es amor idealizado y, por lo mismo,
romántico. Pues quiérase o no, la época del romanticismo todavía no ha
terminado, ni siquiera para aquellos que buscan al amor de sus sueños en
los catálogos de las revistas pornográficas. En el fondo del alma
deseamos que nuestros objetos de amor sean perfectos, es decir,
imposibles. Sin amores imposibles nunca habría habido romanticismo. Ni
populismo.

Hay una relación todavía no explorada entre el amor populista y el amor
romántico. Algo difícil de explicar pues el amor populista no está
ausente de romántica. Se trata —eso es fácil constatar— de un amor
extremadamente idealizado. O para hablar con los términos de Freud, es
un amor que refleja al "ideal del yo" y al "yo ideal" al mismo tiempo.
En ambos casos es el amor a "un falso yo".

Lo mismo suele o ocurrir en el mundo de nuestras relaciones íntimas. De
ahí que cuando llega el momento en el cual ha sido descorrido el velo de
la idealidad y contemplamos el rostro del verdadero yo del otro, tenemos
dos posibilidades. O rechazamos a ese ser y emprendemos el camino en
busca de otra idealidad "superior", o lo aceptamos tal cual es; en su
humana imperfección. Si la última decisión ha sido tomada puede que ahí
comience otro amor. El de dos seres que se unen para conjurar el miedo
común a la muerte: un amor que se agota en lo posible sin pretender
seguir más allá. Quizás ese es el verdadero amor. Pero no es romántico;
que nadie se haga ilusiones.

El amor populista es como el amor romántico, imposible. Por eso lo
aguarda siempre la hora de la desilusión. Ningún líder puede ser eterno.
El amor populista es, por esa misma razón, inevitablemente trágico. Casi
siempre termina o con la muerte real del objeto del amor (Eva, Chávez) o
con el suicidio (Hitler) o con el asesinato (Mussolini, Gadafi) y, en
los países más civilizados, con el divorcio político.

En eso pensaba el 21-F cuando Evo Morales perdió el amor del pueblo
boliviano. Antes de él, el 22-N, los argentinos intentaron divorciarse
del peronismo una vez más, a través de Macri. El 6-D los venezolanos no
se divorciaron de Chávez pues nadie se divorcia de un cadáver. Tampoco
de Maduro a quien nunca amaron. Pero una parte del chavismo viudo ha
decidido, después del duelo, y pese a los agresivos acosos de Maduro,
reiniciar una vida diferente.

Y después del amor populista, ¿sobrevendrá un nuevo amor populista?
Suele suceder. ¿O regresará el pueblo a su condición de masa pues solo
podía ser pueblo contemplándose en el espejo del líder? También suele
suceder.
Hay, sin embargo, otra posibilidad: la conversión de un pueblo en una
ciudadanía, es decir, en un conjunto de seres que se ponen de acuerdo
para actuar según el espíritu de las leyes eligiendo y des-eligiendo a
sus representantes cada cierto tiempo. Pero de esa utopía todavía
estamos un poco lejos. La humanidad, por lo menos la humanidad política,
se niega a abandonar el periodo de su infancia.

Este artículo apareció en el blog Polis. Se reproduce con autorización
del autor.

Source: Amor populista | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1456564002_20526.html

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