Saturday, December 17, 2016

Venezuela hacia el 2017

Venezuela hacia el 2017
FERNANDO MIRES | Oldenburg | 17 de Diciembre de 2016 - 12:00 CET.

A comienzos de 2016 la oposición venezolana vivía todavía el optimismo
del extraordinario triunfo electoral de la MUD (sí, de la MUD) del 6-D.
A fines de 2016, esa misma oposición despide el año, desorientada frente
a dos aparentes derrotas. Aparentes, repetimos.

La primera, la del referendo revocatorio, no fue una derrota en el
exacto sentido del término. La del fracasado diálogo lo fue solo en
parte. Pero lo fue también para el Gobierno. En el peor de los casos,
una derrota compartida.

El referendo revocatorio fue la demostración genuina de cómo un pueblo
puede llegar a organizarse políticamente alrededor de sus líderes cuando
los objetivos a cumplir son claros y precisos.

La liquidación del referendo revocatorio distó de ser una victoria del
régimen. Al destruir esa posibilidad, el régimen se puso a sí mismo
fuera de la ley. Hecho que no tardaría en expresarse internacionalmente.

La repulsa internacional que hoy revienta en la cara de Nicolás Maduro
es consecuencia de su proceder frente al referendo. Las enormes
movilizaciones de masa que surgieron después de la ruptura
constitucional con respecto a dicho referendo, mostraron como la
oposición —con sus dos grandes "tomas", la de Caracas y la de Venezuela—
estaba en condiciones de apoderarse de las calles, otrora espacios del
chavismo. La petición de auxilio al Papa, hecha a última hora por
Maduro, rechazada antes por el mismo mandatario, fue para el chavismo
solo una momentánea tabla de salvación.

Carmen Beatriz Fernández ha escrito de modo inteligente que el gran
error de la MUD no fue haber aceptado ese diálogo. En verdad, bajo las
condiciones imperantes no podía sino aceptarlo. El gran error fue frenar
las movilizaciones cuando estas habían llegado a su punto más alto. Con
ello la MUD contravino uno de las normas básicas de la política: la de
no frenar jamás a los movimientos de masa cuando estos se encuentran en
su fase de ascenso. Más todavía cuando no se dispone de ninguna otra
fuerza de presión frente a un régimen de notorias características militares.

Pero hubo quizás otro error: no haber sentado con meridiana claridad los
principios del diálogo. Esos principios eran (y son) tres:

Liberación inmediata de todos (léase, todos) los presos políticos.
Elaboración de un cronograma electoral para los años 2016 y 2017.
Devolución de las atribuciones que corresponden a la Asamblea Nacional
(AN) y reintegración del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) a las tareas
que le corresponden dentro del ámbito legal
Cuando después de una semana los miembros dialogantes del Ejecutivo
dieron claras muestras de no estar dispuestos a cumplir ninguno de esos
tres principios, la MUD debió haber declarado el diálogo por finiquitado.

La reconexión como tarea pendiente

Lamentablemente, dentro de MUD logró imponerse una tendencia cuyo
propósito era continuar el diálogo por un tiempo indefinido. Que dentro
de esa tendencia hay grupos y personas cuya práctica bordea la
colaboración con el régimen, ya parece ser una evidencia.

La MUD, después del fracasado diálogo, deberá deshacerse o por lo menos
neutralizar a los gestores internos del colaboracionismo, so pena de
perder una credibilidad que durante el transcurso del diálogo alcanzó un
alto grado de deterioro. Esa, en lugar de una autocrítica verbal, puede
ser la primera condición para retomar el camino y poner en práctica la
tarea que Trino Márquez ha denominado muy bien como "la reconexión". Una
reconexión no imposible. No lo es si se toma en cuenta que los tres
principios nombrados están lejos de haber sido cumplidos.

Fue justamente la ausencia total de voluntad para hacer cumplir esos
tres principios la razón por la cual el régimen decidió patear la mesa
servida por el Vaticano. Esos principios —así ha quedado demostrado—
son, para emplear una expresión gramsciana, "las ideas-fuerzas" de la
oposición. Por lo mismo, aunque el referendo revocatorio ya no aparezca
en la agenda, los principios que le dieron sentido, razón y vida,
continúan vigentes.

El régimen ha bloqueado a dos salidas posibles. La del diálogo y la del
revocatorio. La del diálogo no es tan preocupante, toda vez que tarde o
temprano deberá haber diálogo, aunque en condiciones de tiempo y lugar
muy diferentes a las que llevaron al fracasado diálogo de diciembre.

La destrucción del referendo revocatorio sí fue gravísima. Y lo fue no
por lo que este significaba en sí. Lo fue porque el referendo llevaba a
la política a su forma natural: nos referimos a la forma electoral. La
destrucción del referendo revocatorio amenaza —esta es la gravedad del
problema— romper con la continuidad electoral de la vida política
venezolana.

La lucha por las elecciones

Con el fin del referendo revocatorio no desapareció una opción
plebiscitaria. Desapareció una opción electoral. Ese es el punto. Punto
que lleva a la deducción de que todo el sistema electoral venezolano se
encuentra, en sus propios cimientos, amenazado. En otras palabras, hay
claros indicios de que el sistema electoralista institucionalizado por
Hugo Chávez podría estar llegando a su fin. Vale la pena insistir sobre
este tema pues de una manera u otra marcará el curso de los
acontecimientos que tendrán lugar durante 2017.

¿Por qué destruyó Maduro al referendo revocatorio? La respuesta obvia
es: porque estaba destinado a perderlo. Si hubiera habido una mínima
posibilidad de derrotar a la oposición en el referendo como lo hizo
Chávez en 2004, nunca Maduro lo habría rehuido. De este modo fue
confirmada una tesis que hasta la destrucción del referendo revocatorio
no había podido ser probada: el régimen aceptará las contiendas
electorales solo cuando esté seguro de ganarlas. Si, en cambio, existe
la posibilidad de perderlas, lisa y llanamente las suprimirá.

De hecho, el hostigamiento a la AN muestra como el régimen está
dispuesto a desconocer la voluntad popular cuando esta no le favorece.
Incluso sus personeros creen sentirse amparados por una ideología. Se
trata de una ideología transmitida por Fidel Castro a Chávez y por
Chávez a Maduro. Es la ideología de la revolución cubana.

Lo han dicho muy claro Jaua y Cabello: el poder no se negocia. De
acuerdo a esa premisa, las elecciones son solo expresión de la
"ideología burguesa". Por lo tanto, realizar y concurrir a elecciones no
es para ellos actuar de acuerdo a normas ciudadanas. Solo se trata de
apropiarse de un instrumento de dominación de "la burguesía" para
ponerlo al servicio de "la revolución". Pobres de espíritu e incapaces
de elaborar cualquiera idea abstracta, están convencidos de que les
asiste la razón de la historia y de que ellos serán los encargados —sepa
el cuervo por qué— de realizarla. Son sin duda maleantes en el poder.
Pero son maleantes con ideología. Eso los hace más peligrosos.

Aquellos miembros de la oposición que seguramente pensaron en deshacerse
del referendo para abrir el camino a futuras elecciones en las cuales,
según todas las encuestas, Maduro no podía sino perder, no entendieron
el nudo del problema. No entendieron por ejemplo que el referendo era
también una elección y que si permitían cerrar el camino electoral
trazado por el referendo, sería sentado un precedente para que en el
futuro próximo fueran cerradas todas las vías electorales que condujeran
a una derrota aplastante del régimen (es decir, a todas las elecciones
por venir). Pues perder el poder, ya sea en una elección revocatoria, ya
sea en elecciones regionales y municipales, contradice el meollo
ideológico del castro-chavismo.

"El poder cuando se tiene no se entrega" era un dogma de la ideología
revolucionaria de las izquierdas antidemocráticas de América Latina.
Fue la razón por la cual el régimen no solo destruyó al referendo
revocatorio, sino también a la posibilidad de que las elecciones de 2016
tuvieran lugar. Para decirlo en clave de síntesis: Maduro, a diferencias
de Chávez, no es populista porque no tiene pueblo, pero tampoco es
electoralista porque no tiene detrás de sí a ninguna mayoría electoral.

Todo indica entonces que una de las tareas centrales para la oposición
será, no la lucha electoral, sino la lucha por las elecciones. Ojo: son
dos cosas diferentes.

La lucha electoral es el medio del cual se sirven los sistemas
democráticos para asegurar sus formas de reproducción política. Por eso
todos los partidos en democracia son electoralistas. En regímenes no
democráticos, autocráticos y dictatoriales, la lucha antes de ser
electoral, debe ser por las elecciones.

Elecciones libres y periódicas fue el lema central de los movimientos
democráticos que pusieron fin a las dictaduras comunistas del siglo XX.
Todo indica entonces que ese puede llegar a ser también uno de los lemas
centrales de la oposición venezolana durante el difícil año 2017.

El hecho objetivo es que el proyecto de poder de Maduro ya no pasa por
la vía electoral. Cualquiera desviación de esa vía por parte de la
oposición solo podría, en consecuencias, favorecer al régimen. Es
precisamente lo que quiere Maduro: gobernar sin elecciones, imponer el
peso de las armas por sobre la Constitución, prohibir a los partidos y
organizaciones políticas en nombre de un poder popular que nadie sabe
donde está. En fin, castrismo puro. Y Maduro, así como los suyos, son
castristas. Radical y perversamente castristas.

Más allá de Maduro

¿Destituir a Maduro? Desde un punto de vista emocional y simbólico —y la
política es emocional y simbólica— es perfectamente entendible que
sectores de la oposición manejen esa posibilidad. Eso no puede, sin
embargo, hacer olvidar que Maduro no es Maduro. Maduro es solo el rostro
—si se quiere el más desagradable— de un orden político-militar.

No hay que olvidar que no estamos frente a un régimen de corte
personalista como ha habido tantos en la historia latinoamericana.
Maduro no es un caudillo insustituible (ni siquiera Fidel Castro lo
fue). La oposición está enfrentada no solo a un dictador sino a todo un
sistema de dominación política y militar. Esa es la tragedia
venezolana. Con Maduro o sin Maduro, el sistema continúa.

Pero la oposición, representada en la MUD, no está sola. Ni dentro ni
fuera del país. Los mejores intelectuales, los más calificados
profesionales y la gran mayoría del pueblo, son de oposición. Esa
oposición sigue siendo mayoría en un país azotado por la más profunda
crisis económica que es posible imaginar. Crisis que esa mayoría
identifica con Maduro y su régimen.

La AN es el órgano constitucional deliberante del pueblo mayoritario y
de los partidos de la MUD. La defensa de la AN será fundamental. Hacer
cumplir la celebración de los comicios electorales, será una tarea
existencial. Unidos todos en la acción frente a objetivos comunes
claramente trazados (como fue, por ejemplo el referendo revocatorio),
tienen amplias posibilidades de impedir que en Venezuela el castrismo,
disfrazado de madurismo, logre echar nuevas raíces.

Chávez y Fidel están muertos. El madurismo se irá con ellos. Pero
dejarán detrás de sí a sus amenazas, a sus metralletas y, no por último,
a la maldad que ellos sembraron. Duros serán los caminos del 2017.

Este artículo apareció en el blog Polis. Se reproduce con autorización
del autor.

Source: Venezuela hacia el 2017 | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/internacional/1481941405_27497.html

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