Monday, May 28, 2012

Un liderazgo carismático

Un liderazgo carismático
Tulio Hernández
Lunes, 28 de mayo de 2012

Las respuestas a la que el sentido común convoca son, generalmente, más
o menos las mismas: "Las encuestas o están mal hechas o sus autores han
sido comprados por el oficialismo".

Una de las interrogantes que con más frecuencia se hacen las filas de la
alternativa democrática venezolana es cómo explicarse por qué, siendo el
actual un gobierno tan inepto, ineficiente, desordenado, improvisado y
corrupto, sigue manteniendo en las encuestas tan altos niveles de
aceptación, apoyo y reconocimiento.

Las respuestas a la que el sentido común convoca son, generalmente, más
o menos las mismas: "Las encuestas o están mal hechas o sus autores han
sido comprados por el oficialismo". "El gobierno, el gran empleador y
redistribuidor de la renta petrolera, tiene controladas ­a fuerza de la
chequera de petrodólares­ las conciencias de la gente común". "Las
mayorías venezolanas son incultas políticamente y, por tanto, se tragan
como peces bobos las carnadas populistas del líder".

Tengo la impresión de que aunque en todas estas afirmaciones hay una
pequeña dosis de verdad, ninguna es suficiente para explicar lo que
ocurre. Lo de las encuestas, porque el oficialismo obviamente tiene
compradas algunas empresas, la mayoría de las encuestadoras que han
acertado sus predicciones en elecciones anteriores muestran para la de
octubre una tendencia compartida. Lo del poder del Gobierno para comprar
conciencias, aunque tenga parte de razón, no alcanza a explicar por qué
entonces en las dos últimas consultas electorales, el 2D y las
elecciones legislativas de 2011, que no tenían que ver con el
Presidente, fueron ganadas por la opción democrática. Y en lo del atraso
o incultura de la población, porque la gente que votó por Hugo Chávez en
1998 es la misma que antes votaba por AD y por Copei, y sería muy
temerario sostener que se produjo un colectivo embrutecimiento repentino.

Creo que a una buena parte de los sectores democráticos, y a los
opositores que no lo son tanto, nos ha costado mucho digerir el carácter
excepcional, único y original del nuevo liderazgo que conduce el país:
el hecho de que lo que comenzó a gestarse en Venezuela desde su primera
aparición en público, la mañana del 5 de febrero de 1992, haya sido la
conversión de Hugo Chávez en un líder que responde, casi literalmente, a
lo que Max Weber, el gran sociólogo alemán del siglo XX, definió como
liderazgo carismático.

Es decir, la conversión del militar golpista de 1992 en un líder que el
colectivo que le sigue asume como dotado de dones "específicos del
cuerpo y del espíritu estimados como sobrenaturales" cuya autoridad
emerge, así lo explicaba Weber, "en tiempos de extrema penuria y
dificultades psíquicas, físicas, económicas, éticas, religiosas o
políticas".

No es el primero ni será el último de la historia. Ni es una pulsión
propia sólo de naciones con grandes capas de pobreza. Guardando las
diferencias, a Adolfo Hitler, el más carismático de los líderes europeos
del siglo XX, un sargento tan histérico como histriónico, lo siguió con
pasión incondicional y masiva uno de los pueblos más alfabetizados y
educados de la época.

La mayoría de los líderes carismáticos, en el sentido weberiano del
término, tuvo finales trágicos. Como el suicidio de Hitler o el exilio
forzado de Perón. Pero no siempre la tragedia está inscrita en su mapa
de navegación. Los venezolanos nos preparamos para salir de uno de ellos
por la vía electoral. Y esa no es una operación muy fácil porque se
trata de luchar en contra del sentimiento de una buena parte de la
población todavía enceguecida por el culto al jefe único.

Por eso miro con muy buenos ojos el camino paciente, sereno y racional
por el que ha optado Henrique Capriles en su campaña. Porque por la otra
vía, la de las artes de la emoción febril, la hipnosis, la seducción de
masas, el encantamiento histérico por la irracionalidad compulsiva del
dogma, nadie derrota a un verdadero líder carismático.

Hay que recurrir a aquel segmento de la población al que le queda aún
una parte de la racionalidad que genera no el descreimiento o el
desencanto. Probablemente sea esa la única manera de derrotar un
liderazgo carismático, sin tragedias. Ni armas. Ni muertes repentinas.
Ni guerras. Probablemente estamos inventando colectivamente un camino
inédito de liberación.

hernandezmontenegro@cantv.net

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3499302.asp

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