Monday, May 7, 2012

Expropia que nada queda

Expropia que nada queda
[07-05-2012]
Carlos Alberto Montaner
Escritor, periodista y político

(www.miscelaneasdecuba.net).- Las expropiaciones vuelven a estar de moda
en América Latina. El presidente Chávez las llegó a convertir en un
frecuente espectáculo televisivo. "Exprópiese", decía ante cualquier
compañía que le parecía conveniente pasar al sector público, apuntando
con el índice como si fuera un Harry Potter socialista con una varita
mágica, mientras sus acólitos aplaudían con entusiasmo.

Hace pocas fechas la furia expropiatoria le llegó a la presidente
Cristina Fernández. La víctima fue la multinacional española Repsol.
Tras un simple trámite perdió su filial YPF y ahora discuten el monto de
la indemnización. Probablemente será muy bajo. En esas transacciones,
especialmente después de cierto tiempo, el monto que se alcanza suele
ser un tercio de lo que originalmente se solicita.

A los gobiernos que se apoderan de lo ajeno les resulta muy fácil hacer
las cuentas del Gran Capitán, entre otras razones, porque en los países
neopopulistas cualquier relación entre la ley y la justicia es pura
coincidencia, y el Código Civil algo así como las tiras cómicas
dominicales. En esos ambientes, apelar a los tribunales suele ser una
manera heroica de practicar la coprofagia.

El último gobernante en incurrir en ese disparate ha sido Evo Morales.
El primero de mayo tuvo la cortesía de regalarles a los obreros de
Bolivia una empresa, también española, que distribuía energía eléctrica.
Ignoro por qué no les regaló a los hijos de los obreros unos cuantos
McDonalds o una cadena de pizzerías.

A los muchachos les encanta la comida chatarra y Evo hubiera podido
acompañar los platos con infusiones de esa coca maravillosamente
nutritiva que sirve para no quedarse calvo o para mantener vigoroso y
peleón el extremo de la uretra, dos de las preocupaciones recurrentes
del pintoresco personaje.

Expropiar, no obstante lo popular que resulta, es un camino generalmente
corto hacia el desastre económico. El capital se esconde, huye o se
inhibe de llegar a los sitios donde corre peligro. Por otra parte, la
empresa expropiada no tarda en convertirse en un saco sin fondo,
ineficiente y tecnológicamente atrasada, permanentemente necesitada de
inyecciones de capital para que no se hunda bajo el peso de la
corrupción y el clientelismo.

¿Por qué el Estado es un empresario tan rematadamente malo? Sencillo:
porque al Estado lo dirigen los políticos. Los fines que éstos persiguen
son diferentes y opuestos a los de los propietarios de los negocios
cuando operan en un mercado regido por la competencia.

A los políticos, salvo a los más responsables y mejor formados, no les
interesa la competitividad empresarial, la rentabilidad de la inversión
y obtener utilidades para invertir y continuar creciendo, sino controlar
los presupuestos para beneficiarse y beneficiar a sus partidarios.

Tampoco les conviene adversar a los sindicatos, pidan lo que pidan o
trabajen lo que trabajen. Es mejor complacerlos. Total: el dinero con
que se remunera a los empleados públicos no proviene del bolsillo propio
sino del nebuloso producto de los impuestos. Es lo que los españoles
llaman "disparar con pólvora del rey". Le cuesta a otro.

El negocio de los políticos es ganar elecciones. Es una especie voraz
que se alimenta de votos, de aplausos y, cuando son deshonestos (algo
que, afortunadamente, no ocurre siempre), del dinero ajeno. Por eso es
un error poner a un gobierno a operar una fábrica de pan. Al cabo de
cierto tiempo el pan no alcanzará, resultará carísimo y, encima, saldrá
duro como una piedra.

Donde las sociedades son sensatas y las gentes quieren progresar y
prosperar, en lugar de expropiar negocios y constituir ruinosos
Estados-empresarios, lo que hacen los políticos más sagaces, impulsados
por sus electores, es propiciar la incesante creación de un denso tejido
empresarial privado que paga impuestos para beneficio de todos.

En esas naciones desarrolladas del Primer Mundo, las personas entienden
que es mucho más inteligente y rentable ser los socios pasivos de miles
de empresas que entregan una parte sustancial de sus beneficios sin
propiciar la corrupción, sin fomentar el clientelismo, y sin que el
conjunto de la sociedad corra riesgos. Los fracasos los pagan los
capitalistas. Los beneficios los recibimos todos.

Eso sí: en esas sociedades los políticos tienen mucho menos poder
relativo que en el siempre crispado mundillo neopopulista. Por eso les
va mucho mejor.

http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=35919

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