Saturday, September 17, 2011

Por qué somos tan felices

Por qué somos tan felices
Gustavo Coronel
Sábado, 17 de septiembre de 2011

La desmemoria selectiva nos ha hecho, quizás, más felices y ha servido
para reforzar nuestro narcisismo colectivo. Somos los más hermosos, los
más divertidos, que chéveres somos. Las "pequeñas" tragedias como la de
Vargas no nos amilanan. Son rapidamente olvidadas

Según Gallup y Latinobarómetro, dos prestigiosas encuestadoras
internacionales, los venezolanos integran una de las sociedades más
"felices" del planeta. En sus comentarios estas empresas enfatizan la
paradoja de un país de gente "feliz" donde, sin embargo, no hay
democracia pero si hay apagones, escasez de alimentos, corrupción
galopante, inseguridad, controles de todo tipo y baja calidad de vida.

En este "Mapa de la Felicidad" preparado por la Universidad de
Leicester, Inglaterra, puede verse que nos sentimos (es algo enteramente
subjetivo) tan felices como quienes viven en USA, Australia,
Escandinavia y Canada.

Ningún venezolano, en su sincero fuero interno, puede tomar esta
"felicidad" como sinónimo de satisfacción con el estado de cosas, como
lo han pretendido hacer los jerarcas chavistas. Aunque las paradojas,
por definición, son esencialmente inexplicables, se me ocurre que uno de
los componentes de nuestra "felicidad" es la desmemoria, esa facultad de
recordar selectivamente solo lo que nos refuerza nuestro sentimiento de
bienestar. Pensaba en esto al ver hoy, en Washington y en Nueva York,
las ceremonias en los Estados Unidos en recuerdo de las víctimas de los
atentados terroristas de Septiembre 2001. En estos dias he visto la
insistencia de los medios y comunidades estadounidenses en recordar
estas tragedias, en revivir aquel horror y he sentido la necesidad de
dejar de ver y de leer. Yo quisiera olvidar aquello, quisiera olvidar la
imagen de un ser humano en el aire, camino a la muerte por
desesperación, al no poder salir del edificio en llamas. En USA hay una
profunda memoria, hay una sincera y conmovedora reposición del dolor
colectivo. Se habla de nuevo sobre el heroísmo de los bomberos de Nueva
York, de los pasajeros quienes actuaron contra los terroristas sobre
Pennsylvania. Todo ello es respetable pero doloroso, ese regreso al
horror que fue el 9 de septiembre de 2011, en el cual casi tres mil
personas perdieron la vida, incluyendo tres o cuatro venezolanos.

En nuestra Venezuela las cosas son diferentes. Todos los venezolanos
quienes vivieron la victoria de Venezuela sobre Cuba hace 70 años aún
recuerdan aquello. Yo lo recuerdo perfectamente. Me metía debajo de la
cama cada vez que Cuba venía al bate y no salía de allí hasta que mi
papá, pegado al radio, me decía: "hicimos el cero".

Pero, quien recuerda, llora, rememora, la tragedia de Vargas, hace
apenas 11 años? Allí murieron 30.000 o más compatriotas y todavía los
sobrevivientes andan como gitanos, como judíos errantes, del tumbo al
tambo, esperando un tratamiento de dignificados que nunca ha ido más
allá de la promesa burlona. En términos de vida humana esta tragedia de
Vargas produjo diez veces más muertes que la tragedia de Nueva York. Sin
embargo, nadie la recuerda. Con un criterio selectivo hemos preferido
pensar en lo bueno que nos pasó en 1941 pero no en lo trágico que nos
ocurrió en 1999, cuando un estúpido Hugo Chávez habló de "obligar a la
naturaleza a obedecerlo".

La desmemoria selectiva nos ha hecho, quizás, más felices y ha servido
para reforzar nuestro narcisismo colectivo. Somos los más hermosos, los
más divertidos, que chéveres somos. Las "pequeñas" tragedias como la de
Vargas no nos amilanan. Son rapidamente olvidadas. Nos nutrimos de las
grandes hazañas de Bolívar y todo lo que nos rodea lo llamamaos Bolívar
o bolivariano: avenidas, plazas, aeropuertos, programas, puentes,
orquestas, revoluciones excrementicias, una obsesión que da náuseas.
Hemos construído un panteón simiricuire de pseudo-figuras históricas
como los ladrones de ganado zamoranos, los rapaces Monagas, los
corruptos Guzmanes, los pomposos Ciprianos. Pero fuímos indiferentes a
la caída de Rómulo Gallegos, a quien nadie defendió, o a la muerte de
Andrés Eloy o de nuestros gigantes intelectuales: Uslar Pietri, Picón
Salas y Briceño Iragorry. Ya nadie sabe quien fue Simón Chávez pero
todos recuerdan al Inca Valero. No cultivamos verdaderos héroes civiles
porque nos recuerden nuestros deberes pero si anti-héroes quienes han
vivido disfrutando de sus derechos.

Soy un producto de la cultura venezolana, aunque modificado por mis años
de vida fuera del país, casi la cuarta parte de mi vida. Ello me lleva a
compartir parcialmente esa tendencia criolla y vernácula a olvidar lo
desagradable. Quizás esa sea, después de todo, la clave de la felicidad,
ansiosamente buscada por milenios por los viajeros a Shangri-La y por
los utópicos franceses y anglosajones.

Quizás. No estoy nada seguro. Será lo nuestro felicidad o, simplemente,
vivalapepismo? O es que, acaso, las dos vainas son lo mismo?

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/6467024.asp

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