Sunday, September 18, 2011

La democracia no se impone, se conquista

La democracia no se impone, se conquista
José Carlos García Fajardo
Domingo, 18 de septiembre de 2011

Cuando la oposición pretende desalojar a un candidato instalado en el
poder, sin coaligarse en una federación y unirse en torno a un buen
candidato, el resultado está servido

Las acusaciones de fraudes electorales en países del Tercer Mundo suelen
ser noticia de primera en los medios de comunicación. Al elevar la
anécdota a categoría, nos hacen creer que la democracia no funciona en
los países que torpemente designamos como "en vías de desarrollo". ¿De
cual modelo de desarrollo? ¿Del nuestro neocon y capitalista controlado
por financieros y grupos de poder sin escrúpulos?

¿De un modelo que ha desencadenado una catástrofe económica ante la cual
sólo se nos ha ocurrido prestar dinero a los bancos responsables de la
crisis?Igual sucede con la "democracia" que hemos elevado a paradigma
del ordenamiento jurídico para todos los pueblos sin distinción.
Olvidamos que la democracia en los países ricos de Occidente ha
necesitado un largo camino para asentarse.

Hasta 1944, las mujeres no tuvieron derecho al voto en Francia, cuyo
régimen republicano se había restaurado en 1870. En Gran Bretaña, hasta
1918. En Alemania padecieron la tiranía nazi, a pesar de la república de
Weimar, igual que el fascismo en Italia que se había organizado como
estado, en 1870.De Estados Unidos, como régimen democrático por
excelencia, es conocido lo que han tenido que penar los negros para
poder ejercer los derechos reconocidos en la Constitución.

Y en todas las democracias de Occidente y Asia, en Japón, India,
Australia, Nueva Zelanda y Filipinas, vemos cómo padecen millones de
personas por causas económicas, étnicas, religiosas, de sexo o de opción
sexual. ¿Cómo no recordar la situación de cientos de miles de indígenas,
de campesinos, de inmigrantes y de los económicamente desposeídos en las
florecientes repúblicas democráticas de Latinoamérica?

De Rusia, y del inmenso desastre causado en los pueblos dominados por la
antigua URSS, es innecesario hablar.Entonces, ¿cómo condenar las
dificultades y sospechas en el ejercicio de procesos electorales en
países de África, Oriente Medio y de todos cuantos, hasta hace unas
décadas, padecieron siglos de conquista, colonialismo y explotación por
parte de europeos etnocentristas, blancos y en su mayoría
judeocristianos?Si hacen falta sesenta años para hacer a un hombre, en
frase de Malraux, ¿cómo no reconocer lo mismo para pasar, mediante la
educación y la práctica, de la autocracia a la democracia para tantos
países? Necesitan un tiempo de ejercicio y es nuestra responsabilidad
ayudarles y acompañarles en este proceso de aprendizaje.

La realidad muestra que no se puede imponer un sistema que exige un
cierto grado de educación y de bienestar básico a pueblos con valiosas
tradiciones ancestrales que es preciso tener en cuenta. Es inimaginable
la ignorancia de los líderes occidentales y de los clérigos en este
tema.En más de cien de los casi doscientos países que hay en el mundo,
en los que la democracia no está firmemente instalada, las elecciones
por poblaciones con un alto grado de analfabetismo, de resentimiento por
la explotación y de falta de una autonomía económica elemental, no es
raro que los resultados electorales sean contestados por los candidatos
perdedores.

A pesar de contar con observadores de organismos internacionales, con
controles y con la presencia de los medios, se niegan a aceptar los
resultados y acusan al ganador de manipulación, de fraude, y convocan a
las gentes a echarse a la calle.Es preciso atacar de frente dos llagas
propias del sistema político democrático.

La primera llaga consistiría en la recusación del sistema electoral por
los perdedores, una vez asumido sin denuncia o abstención antes de
comenzar el proceso y saberse perdedores. Saber ganar y saber perder es
una de las asignaturas fundamentales del juego democrático. En lugar de
respetar las reglas, explotan su victimismo y acusan a los vencedores de
disponer de más medios económicos, de fraudes y manipulación sin querer
admitir que, además, no han sabido ganarse la confianza de los electores.

Por ello, es preciso denunciar la actitud de los opositores en tantos
países del mundo, incluidos muchos de los occidentales.Cuando la
oposición pretende desalojar a un candidato instalado en el poder, sin
coaligarse en una federación y unirse en torno a un buen candidato, el
resultado está servido. Sin esa candidatura única, y divididos en
múltiples banderías, no será fácil conseguir el cambio legítimamente.

Ahora bien, es preciso reconocer el enorme avance que se ha producido en
los últimos años en el desarrollo del juego democrático. Perdernos en
amplificar ciertos resultados en algunos países nos impedirá analizar
las causas.

Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del

CCSfajardoccs@solidarios.org.es

http://www.analitica.com/va/internacionales/opinion/3785217.asp

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