Monday, September 5, 2011

El abogado de la Revolución

El abogado de la Revolución
Elías Pino Iturrieta
Lunes, 5 de septiembre de 2011

El abogado de la Revolución se defiende a su manera. Jura que se limitó
a seguir órdenes superiores, que fue acólito leal de los mandatos de la
Convención y que jamás fue presionado por Robespierre

En sus inicios, la Revolución Francesa hace un esfuerzo notable para la
reordenación de la sociedad mediante la introducción de leyes justas. El
pensamiento de la Ilustración y los artículos de la Enciclopedia,
reproducidos en centenares de ensayos y sintetizados en la influencia de
autores fundamentales como Montesquieu y Rousseau, teóricos del Estado
liberal, se conjugan en un proceso coherente de liquidación de un cúmulo
de situaciones injustas que clamaban al cielo. Pese a la circulación de
opiniones diferentes sobre la reforma del Estado, la Asamblea
Constituyente logra la aplicación de principios universales e inmutables
con el objeto de salvaguardar el bien común mientras se derrumba el
antiguo régimen. Gracias a la lucidez de los constituyentes, se llega
con éxito a una primera transferencia del poder hacia el cuerpo general
de los propietarios y de los sectores provistos de educación, en
detrimento de los privilegios de la nobleza. Quizá fuese tal
transferencia, según el parecer de un historiador escrupuloso como
Norman Hampson, la primera gran manifestación de humanitarismo en el
seno de un proceso revolucionario, que sucede en la historia universal.
Desde los escaños de la Asamblea Constituyente, la flor y nata del
conocimiento jurídico calcula los pasos hacia metas de justicia y
reparación social cuyo establecimiento sonaba como fantasía en la víspera.

La diferencia de pareceres sobre la suerte del rey, que desemboca en
fracturas capaces de terminar en un abismo, pero también la influencia
de abogados mediocres y oscuros buscones de provincia que aprovechan el
ambiente de cambios para llegar a la cumbre, modifican la auspiciosa
situación original. Uno de esos leguleyos opacos, Maximiliano
Robespierre, logra entonces un ascenso capaz de convertirlo en
referencia nacional y en factor estable de poder. En adelante, el
humanitarismo del principio desaparece en beneficio de una corriente de
fanatismo e intolerancia capaz de bañar en sangre todo lo que al
principio se caracterizó por la prudencia y por el respeto de los
gobernados. Es entonces cuando brilla la estrella de Antoine
Fouquier-Tinville, a quien la posteridad conoce como El abogado de la
Revolución. Fouquier-Tinville no es sino un modesto burócrata de
Chatelet, fracasado en los negocios y lleno de deudas, quien logra
mitigar sus aprietos gracias un cargo que encuentra en la policía real.
Su suerte cambia en la medida en que aumenta la fama de su primo Camille
Desmoulins, publicista notable, redactor de folletos memorables que le
crean afectos desenfrenados entre la muchedumbre de París. De la mano de
Desmoulins participa como jurado en sonados juicios contra los
monárquicos, faena en la que actúa con una diligencia capaz de
recomendarlo para destinos más exigentes. Los promotores más decididos
de la época del terror, especialmente Robespierre y Saint-Just, posan la
vista en sus cualidades. De allí que, en 1793, sea elegido por la
Convención como miembro principal del Tribunal Revolucionario, del cual
se convierte en encarnación debido a la tenacidad de su trabajo como
perseguidor de contrarrevolucionarios.

La participación en dos juicios estelares que terminan en sentencias
ovacionadas por el pueblo, apuntala la reputación de Fouquier-Tinville.
Logra la condena de Charlotte Corday y de la reina María Antonieta, para
que en breve sea apreciado como el juez preferido por el Comité de Salud
Pública que impone la ley según sus prejuicios, pero especialmente de
acuerdo con las antipatías de Robespierre y Saint-Just, a partir de
1794. Basta entonces una denuncia de los sans-culottespara que un
enjambre de desafortunados termine sus días en el cadalso. Basta que se
sospeche de alguien, partiendo de suposiciones y sin la exhibición de
una sola evidencia, para pagar duro cautiverio o para ser degollado en
acto público. Por la "justicia" de Fouquier-Tinville pasan los líderes
de la Montaña y la Gironda opuestos a la autocracia de Robespierre,
entre ellos un par de protagonistas de primera línea en el proceso
revolucionario, Danton y el primo Desmoulins, para quienes ordena el
último suplicio sin ventilar pruebas concretas. A partir de 9 Thermidor,
cuando sucede un afortunado golpe contra Robespierre, declina la
estrella de Fouquier-Tinville.

Es acusado entonces de manejos atroces en los tribunales. Se le muestra
como títere de Robespierre. Se le achacan casos monstruosos de condenas
sin juicio ni sentencia. Numerosos interesados piden su muerte por la
celebración de procesos masivos en los que no existió la posibilidad de
la defensa, ni la referencia a una ley determinada ni la asistencia de
un público capaz de hablar de una simple corrección a medias en el
manejo de los casos. En la prensa thermidoriana insisten en su
trastocamiento de roles en la médula de la mansión de la legalidad,
debido a que no procuró justicia para todos sino sólo para beneficio de
los jacobinos. El abogado de la Revolución se defiende a su manera. Jura
que se limitó a seguir órdenes superiores, que fue acólito leal de los
mandatos de la Convención y que jamás fue presionado por Robespierre.
Palabras vanas, explicaciones sin fundamento que los jurados desechan
por unanimidad. "No tengo nada que reprocharme, siempre actué conforme a
la ley" declara Antoine Fouquier-Tinville cuando es conducido a la
guillotina en medio de las imprecaciones del populacho, el 18 de mayo de
1795.

eliaspinoitu@hotmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3405520.asp

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