Friday, September 2, 2011

Discrimíname

Discrimíname
Colette Capriles
Viernes, 2 de septiembre de 2011

La población tendrá que decidir entre ser indígena, ser negra, ser
afrodescendiente, ser morena o ser blanca. Nos deben alguna explicación
acerca de la diferencia entre las alternativas, al menos; supongo que
los censores o empadronadores tendrán alguna respuesta ante las
naturales preguntas que al respecto se harán los censados

E s difícil saber si el esfuerzo continuo del régimen tratando de
instituir la etnopolítica, una política atravesada por la identidad
racial, ha dado resultados. Supongo que la misma duda es la que explica
las preguntas de autodefinición étnica que figuran en el cuestionario
del Censo 2011, que por cierto, están formuladas de una manera que hace
sospechar que fueron escritas con muy poca reflexión, con el
acostumbrado irrespeto por la realidad y el inevitable culto ideológico.
La población tendrá que decidir entre ser indígena (siempre que pueda
referirse a una etnia específica), ser negra, ser afrodescendiente, ser
morena o ser blanca. Nos deben alguna explicación acerca de la
diferencia entre ser negro y ser afrodescendiente, al menos; supongo que
los censores o empadronadores tendrán alguna respuesta ante las
naturales preguntas que al respecto se harán los censados.

No hay lugar para mestizos, mezclados, café con leche, y la larga serie
de descriptores raciales con la que cuenta el léxico criollo. En
términos categoriales, estas opciones revelan que el punto de vista con
el que se quiere poner de manifiesto la composición étnica de la
población sigue anclado en la noción decimonónica de raza fenotípica
(que es la noción de la opinión común y de nuestro vocabulario racial) y
no en la visión más compleja que se interesa por las variaciones étnicas
como expresión de identidad cultural y no simplemente como efecto de una
taxonomía periclitada.

Esto es sorprendente. Que la lógica detrás de la etnopolítica sea tan
primitiva, digo. Cuando precisamente Venezuela es el país de la máxima
complejidad concebible en este aspecto. Las ciencias sociales, hasta
hace una generación, guardaban silencio sobre el tema racial o étnico,
seguramente porque el marxismo dominante prescribía el análisis
exclusivamente en términos de clase. Por supuesto que entre nosotros hay
una tradición antropológica que ha acumulado un precioso acervo
científico sobre distintos grupos étnicos originarios, pero sin ocuparse
tanto de la experiencia étnica moderna, llamémosla así, y en particular
de los mitos raciales y de las prácticas correspondientes. Habría que
recordar los estudios de Fundacredesa, que concluyeron que en realidad
la composición genética de los venezolanos no podía ser más mezclada.

Hallazgo muy consistente con el predominio de la "ilusión de armonía"
que contribuía a forjar pertenencia cultural dentro de un esquema de
homogeneización racial y democratización de las oportunidades.

Por supuesto, la ruptura con el modelo de la "ilusión de armonía" ha
sido una labor incansable del régimen y piedra angular de su visión
política y de su sediciente misión histórica. La división, la
separación, la disociación cultural, han sido efectos necesarios. Han
permitido poner en escena el conflicto como movilizador político. En
verdad, el mito de la armonía adormecía las diferencias y esto es
especialmente cierto para la cuestión racial: mucho silencio, mucha
negación acerca de las tensiones étnicas, mucha falta de palabras para
entender cómo ha sido esta experiencia en el ya largo proceso de
urbanización, de modernización y de integración nacional.

Un silencio nada sano, un síntoma más de nuestro persistente repudio a
pensarnos tal como somos.

A aquella escasez de palabras el régimen ha decidido oponer la
explotación política del resentimiento. No es que se limite al racial,
porque la estrategia del resentimiento pretende justificar muchas otras
divisiones y separaciones entre los venezolanos. Pero politizar la
apariencia, la herencia, la pertenencia, todas esas dimensiones que
tanto tocan la identidad personal, causa heridas profundas. Desarraigos,
desafecciones, crueldades. Violencia.

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3013020.asp

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