Sunday, September 11, 2011

Culto despreciable

Culto despreciable
Américo Martín
Domingo, 11 de septiembre de 2011

Para que el "culto a la personalidad", además de serlo, se considerara
monstruoso tuvieron que producirse las indicadas transformaciones.
Regresar a los monarcas absolutos se consideraba aberrante desde el
siglo XIX

1 Fiel a su misión, la historia ­echémosle la culpa­ nos tiene
acostumbrados a ver cómo se ocupa de derrumbar dioses o mitos después de
haberlos encumbrado. Impresiona el "rey de reyes" Gadafi, colgado de la
rama tribal para ganar unos días. Las horas de las que se componía su
vida se han agotado.

Tal vez se resista a imaginar que se le acabó el tiempo. Había excluido
la eventualidad de que su influencia cesara, menguara o revirtiera. No
parece ser de los que se rinde. Un Dios no puede hacer eso.

Más creíble en su caso sería la muerte en combate o el suicidio in
extremis. Gadafi no puede imaginar que por razones políticas o
humanitarias sus perseguidores quieran dar un ejemplo de justicia con
quien los humilló, torturó y masacró. El CNT debería convertir en
obsesión la reunificación del martirizado país, la superación de los
conflictos y el destierro del abominable culto a la personalidad.

No tengo un conocimiento cabal del movimiento rebelde, pero está a la
vista su inclinación a preservar las amplias relaciones internas y
mundiales que su hábil política de unidad les ha proporcionado. Un
gadafismo al revés, plagado de venganza y fanatismo, sería un cruel
anacronismo. No parece que pueda cristalizar una deriva como esa a la
vista de las operaciones del CNT contra los últimos bastiones del
déspota. Gadafi hubiera bombardeado a sus compatriotas sitiados, pero el
CNT intenta salidas negociadas. Los combates se han detenido
momentáneamente y el diálogo pareciera avanzar. Si esa es la pauta,
gloria a al esfuerzo liberador. Si no ungen a un nuevo iluminado para
suplantar al derrocado, se evitarán el cáncer del culto a la
personalidad, que a la larga es insoportable

2 El "culto a la personalidad" es una expresión reciente para un vicio
añejo, tanto que podemos rastrear sus manifestaciones leyendo las
estelas, escrituras cuneiformes en barro o jeroglíficos en papiro que
divinizaban a los emperadores ribereños de los ríos Tigris, Éufrates y
Nilo. Pero es relativamente reciente que consideremos esa práctica
abominable una aberración bárbara. Sólo vino a ser tema de debate
político desde las grandes transformaciones de los siglos XVIII-XIX, a
propósito de esa revolución ideológica contra el absolutismo que
recordamos con el nombre de la Ilustración, y de las revoluciones de
EEUU y Francia. La concentración del poder en monarcas adueñados de
todas las funciones fue retada por la teoría de la división y origen
popular del poder. De las revoluciones francesas de 1879, 1830, 1848 y
1872 emergieron los derechos políticos y sociales y las libertades
fundamentales.

Lo que llamamos democracia se nutre de todos esos componentes,
laboriosamente proporcionados por una lucha de cuando menos tres siglos.

Ese proceso también creó el fuero de la libertad de expresión. La libre
manifestación del pensamiento y la garantía de lo que hoy reunimos bajo
el arco de los derechos humanos, no son la democracia en sí en tanto
forma de estado, pero sí son los garantes de su funcionamiento. Sin
libertad política y social y sin libertad de expresión y de prensa la
democracia es una vulgar mentira.

3 Para que el "culto a la personalidad", además de serlo, se considerara
monstruoso tuvieron que producirse las indicadas transformaciones.
Regresar a los monarcas absolutos se consideraba aberrante desde el
siglo XIX.

En el XX nacieron (y murieron) las revoluciones leninistas, se consolidó
la dictadura unipersonal y apareció el totalitarismo moderno. Si era un
"honor" ser estalinista, cuatro años después de la muerte del georgiano
resultó ser un "deshonor". En el XX Congreso del PCUS (1956), Jruschov
dejó atónito al mundo al decretar la desestalinización. Condenó el
"culto a la personalidad" provocando el ensañamiento mundial de los
comunistas contra el muerto.

Alguna vez Rómulo Betancourt comentó que cuando en Moscú daban una
vuelta a la manivela de la dialéctica, los comunistas protagonizaban un
viraje de 180%, y efectivamente fue eso lo que ocurrió: durante años,
los partidos comunistas execraron el diabólico culto, operaron con
direcciones colectivas y sus jefes perdieron linaje divino.

¡Y en eso llegó Fidel!, ¡y después Chávez!, para que el deplorable culto
resurgiera de sus cenizas. Regresó "el dictador necesario" de Vallenilla
Lanz, Pedro Manuel Arcaya y su modelo Juan Vicente Gómez.

Que esa rama torcida retoñe en un sedicente socialismo científico es
profundamente irónico. La "ciencia" arrodillada ante la magia fanática
de un Mesías.

Ese Mesías se reviste de constitucionalidad para guardar las
apariencias, pero su fisonomía monárquica quiere consolidarse mediante
la entronización perpetua y la concentración del poder en el puño
bendito. Militarización, hegemonía mediática, persecución de la
disidencia, monopolio de la palabra, liquidación de logros laborales y
sociales. Una hecatombe de instituciones conquistadas durante siglos de
lucha democrática.

Su programa se basa en el miedo, en la sensación de poder eterno. "Rey
de reyes" se hacía llamar Gadafi. También fundó su liderazgo comprando
empobrecidos países... hasta que, caramba, los hastiados súbditos
reaccionaron, y con la misma los devotos "hermanos" se esfumaron.

¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/5649322.asp

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