Wednesday, September 7, 2011

¿Cuándo se jodió Venezuela?Cómo vaya viniendo, vamos viendo

¿Cuándo se jodió Venezuela?Cómo vaya viniendo, vamos viendo
Antonio Sánchez García
Miércoles, 7 de septiembre de 2011

Fue Vargas Llosa quien puso la interrogante en boca de Zavalita, uno de
sus personajes de Conversación en la catedral, acuciado por la
desesperante situación del Perú de los años sesenta. Ibsen Martínez nos
la recuerda en un pasaje de su diálogo Cómo vaya viniendo, vamos viendo,
en el que junto a Franklin Virgüez, su personaje de POR ESTAS CALLES
Eudomar Santos recapitula sobre los últimos treinta años de vida
política nacional. Y su responsabilidad en el desbarrancamiento
precipitado por el golpismo venezolano y la crisis que desembocara en el
régimen autocrático del teniente coronel Hugo Chávez.

Es la pregunta que ha venido a sustituir la majadería
metafísica que nos acuciara durante los años de nuestra formación
académica y fuera la principal interrogante de los pensadores
latinoamericanos desde comienzos del siglo pasado: ¿qué somos? Cuando el
problema de nuestra identidad, asumido como preocupación esencial de los
grandes pensadores mexicanos, se convirtiera en el problema principal de
la intelligentzia latinoamericana. Nuestras repúblicas cumplían un siglo
de vida independiente sin haber resuelto ni el enigma de sus orígenes ni
el destino histórico que en el concierto de las naciones les estaba
reservado. ¿Judeo Cristianos? ¿Greco romanos? ¿Occidentales? ¿Repúblicas
de primera, originarias, dueñas de su propia identidad o repúblicas de
segunda, subsidiarias, bastardas, espurias? Fue al calor de esa
indagación de antropología filosófica, acorralados entre nuestro
indigenismo y nuestro hispanismo, confundidos en el crisol de razas
surgido tras tres siglo de colonialismo y empujados por la gesta
independentista, que la angustia metafísica del ser colectivo y nacional
se hizo carne en nuestros intelectuales. El educador mexicano José
Vasconcelos, exultante de latinoamericanismo, llegó a postular en 1925
la propuesta de la humanidad latinoamericana como la raza cósmica. La V
raza, correspondiente al V sol de los aztecas. ¿Qué somos los
latinoamericanos frente a europeos, orientales, africanos? ¿Qué
llegaremos a ser?

Al calor del desarrollo, la industrialización sustitutiva y
el progreso, interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial pero retomado
ya a la sombra de la Guerra Fría, la revolución cubana irrumpió
cuestionando la estabilidad político democrática de nuestras repúblicas
y echando por tierra esa inútil indagatoria para anunciar el amanecer de
la única y verdadera respuesta, que encandiló a las nuevas generaciones
y puso en pie de guerra – una guerra civil, fratricida – a la región:
los latinoamericanos estábamos llamados a ser el territorio libre de un
socialismo verdaderamente libertario. Había llegado la hora de concluir
la obra inconclusa de Bolívar y protagonizar nuestra segunda
independencia. Poco importan los resultados – para Cuba tanto como para
el resto de la región afectada por el expansionismo castrista
verdaderamente catastróficos y estériles - lo cierto es que esa
propuesta dislocó todos los esfuerzos identitarios de las naciones
latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX para situarla en el
ojo del huracán de su segunda mitad: ¿socialismo o capitalismo?
¿Revolución marxista o democracia liberal?

Puede que allí, en esa encrucijada histórica, del que aún
no conseguimos zafarnos, esté la respuesta a la atribulada pregunta de
Zavalita. ¿Se jodió América Latina con la llegada del castrismo cubano
al poder? ¿Se jodió Venezuela en Machurucuto? ¿O ya entonces estábamos
definitivamente jodidos? Carlos Rangel lo afirmaba taxativamente a
comienzos de los 80, cuando señalarlo implicaba la inmediata acusación
de pertenecer a la CIA. "Lo único cierto es que la historia de América
Latina es la historia de un fracaso".

2

Ibsen Martínez no es Samuel Becket ni los dos personajes de
su exitoso diálogo pretenden una indagatoria metafísica sobre la
indefensión de nuestro ser existencial, como la de Vladimir y Estragón
mientras esperan a Godot. No es el suyo teatro del absurdo. Se aproxima
a un género de teatro político alemán, llamado Kabarett, en el que
comediantes de gran agudeza intelectual discurren e ironizan sobre los
acontecimientos políticos inmediatos. Mordaz, incisivo, irreverente y
hasta escandaloso, el Kabarett lleva el contrapunto crítico a la
política en la era de su conversión a espectáculo. Desnuda, ridiculiza,
denuncia y concientiza al espectador con el instrumento del humor.
Teatro directo, mínimo, en pequeño formato, medularmente opositor.

Tampoco es Bertolt Brecht ni sus personajes marionetas al
servicio de una pieza de pedagogía política marxista. Ibsen Martínez es,
y lo subraya con orgullo, un escribidor. Para ser más explícito, un
escribidor de telenovelas. Ni siquiera de largo aliento. Por naturaleza
y decisión, un guionista de 22 capítulos. Inconforme, vago, picaresco,
desenfadado y capaz de poner en práctica su arte de los cien metros
planos tras una maratón anunciada, que le permita un anticipo
jubilatorio y un año sabático. O, como lo señala en su obra, otra beca
de la Fundación Marcel Granier.

Modestia aparte, Ibsen es un dramaturgo de gran talento.
Curioso, fiel a su ociosidad, aspirante a jugar de malandrín
intelectual, prisionero de un temor aparentemente reverencial a
participar en las ligar mayores de la escritura, en las que más que
genialidad se requiere tenacidad, laboriosidad, disciplina, acuciosidad
y un gigantesco espíritu de sacrificio como para postergar las
experiencias vitales por las íntimas, solitarias y a veces morbosas
indagatorias literarias. Atributos que se cumplen de manera cabal, por
ejemplo, en el rescatista del terminajo que tanto le divierte: Mario
Vargas Llosa. Por confesión propia: es un escribidor cuarto de milla. De
ninguna manera un solitario corredor de fondo.

Lo que tampoco deja de ser una virtud. Lo fue Borges, que
antes de aburrirnos con construcciones monumentales como las de Tolstoy,
se empecinó en joyas mucho más cercanas a la esencia de la vida,
maravillosa, insólita, fugaz, dolorosamente breve e inexorablemente
finita, que a la aburrida crónica de una existencia imaginariamente
interminable.

3

De modo que esperar una respuesta cabal, seria y profunda a
la pregunta por nuestro punto de quiebre en la hora y media de talento
actoral, sorpresas e identificación entre actores y público propio del
teatro infantil, es inútil. Ni Becket ni Brecht: Ibsen Martínez La
respuesta llega de la mano de una divertida aunque amarga tautología:
nos jodimos porque nos jodimos. Yendo un paso más allá podríamos decir
que nos jodimos porque no hemos dejado jamás de estar jodidos. Porque
estar jodidos es nuestro ser natural. Y la jodedera una manera sana,
divertida y simpática, aunque supremamente irresponsable, de sobrellevar
esta jodienda. Como lo ponen de manifiesto las risas y los aplausos de
las supuestas víctimas de un régimen caudillesco, dictatorial y
autocrático. De manera un tanto intrascendente, sin tomar al mundo ni
tomarnos nosotros mismos demasiado en serio. Ni siquiera con la barbarie
manifiesta de esta revolución de utilería, payasesca, cruenta e inútil,
de cuyo paso devastador no quedarán vestigios. Ni en los responsables,
que se esfumarán en las tinieblas de nuestra alegre y divertida desidia
moral. Que ha metabolizado siglo y medio de dictaduras sin sufrir en
apariencias ni una modesta aunque inoportuna gastritis. Ni en los
dolientes ni en los que la disfrutaron. De ella no quedará ni siquiera
el olvido. Tal vez el recuerdo borroso de los familiares de 150 mil
asesinados en medio del fragor de la jodedera.

Con esta obra, Ibsen responde a su manera a las acusaciones
de haber aventado con POR ESTAS CALLES la hoguera en que ardieron los
leños carcomidos de la democracia venezolana. Tan corrompida, tan
malandra y tan ladrona - hace decir a su doppelgängerEudomar Santos -
como el intento por corregirla, aunque en un plano comparativo una
minucia microscópica. Con profesional sabiduría, Ibsen Martínez rehúsa
esgrimir moralejas. No lo dice, pero pudiera haberlo dicho pues se
deduce de su teatral manera de lavarse manos: culpables somos todos. Por
eso, hubiera podido concluir con las palabras de un gran poeta argentino
que le es tan cercano en intención y gesto, don Enrique Santos
Discépolo: "vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo, todos
manoseaos…". Es la ética con que varias generaciones de venezolanos de
izquierda han practicado la moral de la viga en el ojo.

Salgo de la sala con un amargo sabor de boca. No me gusta
reírme a costa de mis desgracias. Pero rescato dos grandes verdades: POR
ESTAS CALLES no fue más que una crónica de la cotidianidad de una
sociedad decadente y desquiciada. Y aunque alimentó el fuego del
golpismo y contribuyó de manera especular a terminar por desfondar la
malherida democracia venezolana, el gobierno de turno ni la sacó del
aire ni cerró el canal que la transmitía. Aplausos de la sala, que a
pesar de los pesares sigue manteniendo a RCTV en algún resquicio del
corazón y a CAP en el cofre de los amores perdidos. Y puede
identificarse con la sarcástica y a veces injusta crítica a una pobre y
desvalida democracia de cabaret porque odia al régimen que la asesinara.
Sin comprender que acaba de asistir a la autopsia de su cadáver. La
segunda es más profunda y dolida y se refiere a la metáfora de la bolsa
en que millones de metras – nosotros, los venezolanos - convivían en
armonía hasta que un teniente coronel decide rajarla y desparramar su
contenido por los suelos. ¿Quién y cómo las reunirá? Sobrevuela la
pregunta: ¿tenemos arreglo? Con imagen sardónica el escribir parece
decirnos con un guiño de ojos: "no comments".

¿Se resuelve así la responsabilidad moral de un escribidor
ante un desastre del que sólo fue un mero aunque importante ilustrador
de circunstancia? Es la pregunta que me atenaza. "El mundo fue y será
una porquería, ya lo sé. En el 506 y en el 2000 también. Vivimos
revolcaos en un merengue, y en un mismo lodo, todos manoseados."

sanchezgarciacaracas@gmail.com

http://www.analitica.com/va/politica/opinion/3468968.asp

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